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Así se celebró la paralización del desahucio de Conchi en septiembre de 2015.
El desahucio que nunca se paró

El desahucio que nunca se paró

La mujer cuyo lanzamiento contribuyeron a frenar Somos e IU fue desahuciada un mes y medio después

G. D. -R.

Viernes, 19 de agosto 2016, 02:03

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«Un carnívoro cuchillo/ de ala dulce y homicida/ sostiene un vuelo y un brillo/ alrededor de mi vida». Lo escribió Miguel Hernández. Ese 'Rayo que no cesa', esa amenaza para todo lo que significaba su vida para Conchita González, no desapareció cuando, el 30 de septiembre del año pasado, una concentración de políticos y miembros de la plataforma Stop Desahucios impidieron la ejecución del lanzamiento del piso en el que residía en la calle Padre Suárez. Ella lo agradeció entre lágrimas.

Eran los primeros meses del nuevo equipo de gobierno que se esforzaba por marcar la diferencia con sus predecesores. Ese verano, desde Somos se anunció un servicio de intermediación para evitar más desahucios, se estudió dejar de trabajar con los bancos que ejecutasen estos y se pidió a entidades financieras que cediesen viviendas para los desalojados. IU ampliaba y pedía un «rescate ciudadano». Ambos grupos se implicaron en frenar el lanzamiento de Conchita. Ana Taboada, Cristina Pontón o los diputados de Podemos en la Junta General del Principado, Emilio León y Andrés Ron, participaron en la concentración y celebraron su éxito.

Un mes y medio después, sin cámaras, la comisión judicial volvió y Conchita fue desahuciada, cuenta su hijo José María Fernández. Lo hace él y no la protagonista, porque su madre falleció, con apenas 55 años, a caballo entre julio y agosto. Muy bien no se sabe. «La autopsia da 11 días, pero desde el 30 ya no contestaba al teléfono». Causas naturales que no se pueden precisar dado el tiempo transcurrido desde el óbito. El cuerpo lo encontró la Policía el 11 de agosto en el piso en el que residía ahora en San Lázaro. Sobre este, también pesa la amenaza del deshaucio, ese carnivoro cuchillo.

Una historia sin bancos

El 'malo' en los desahucios solía ser un banco. No era el caso de Conchi. El suyo, el que la tenía «sin dormir», era la partición de la herencia de su padre a su hermana María Ángeles y a ella misma. El progenitor dejó a sus dos hijas tres pisos. Uno a cada una en donación y otro más a compartir. El reparto no fue equitativo. El valor de lo heredado por Conchita excedía el de su hermana en varias decenas de miles de euros, que aquella no pudo afrontar nunca. Según su hijo, porque la cuenta común se vacío con los gastos de los pisos y, según su madre, porque su hermana sacó el dinero de las cuentas bancarias de la familia.

En nada le dieron la razón los tribunales. «Lo llevó a juicio y los perdió, estaba angustiada». La hermana la denunció y «mi madre contrató a una abogada para el reparto». De nuevo perdió. A las puertas del desahucio, la concentración frenó el lanzamiento. Un mes y medio después no había nadie para pararlo. La hermana pagó 8.000 euros (más la mitad que ya era suya) en la subasta y se lo quedó. «Rebajaron el valor del piso», cree su hijo. También que la abogada engañó a su madre. «Le presentó una minutta que excedía el presupuesto». Conchi aseguraba que había prescindido de sus servicios en 2010. Pero no fue así. La abogada, decía, continuó representándola a sus espaldas. En 2014, su cuenta se quedó a cero por un embargo por importe de 32.000 euros, la minuta de la abogada y el procurador, un nuevo carnivoro cuchillo.

«El juicio sigue y no sé cómo esta», cuenta José María, que teme perder ahora «el piso en el que crecí, los recuerdos de mis abuelos... ¿cómo voy a llevarlos a la habitación de alquiler en la que vivo?». La angustia que axfisiaba a su madre también se hereda. «Era diabética, tal vez con el estrés se descompensó», piensa. «Estaba pendiente de una comunicación del abogado, lo sé por el teléfono móvil», explica, donde aparece un número al que llama desde entonces y nadie responde. Él también reconoce que dejó de hacerlo con su madre. «Nos distanciamos. Me venía contar cosas del pleito y yo le decía que no me contara más. Me ponía de mala leche».

Y el cuchillo sigue volando. «No he podido ni pagar el entierro. Se ha hecho cargo el Ayuntamiento. Ni una misa ni flores. A mi madre le quitaron la vida y ahora vendrán a por mi. Solo quieren el dinero». Un carnivoro cuchillo...

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