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Mon Cabrales con algunas de las obras que expone en Dos Ajolotes. M. ROJAS
La nobleza del lápiz y el grafito

La nobleza del lápiz y el grafito

Mon Cabrales lleva sus dibujos de gran formato a Dos Ajolotes: «Es fantástica esa manera de contar la vida en primera persona, pura narración a base de escalas de grises, empleando cien lápices y grafitos en barra»

DIEGO MEDRANO

OVIEDO.

Lunes, 11 de septiembre 2017, 02:28

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Dicen los que saben -Carlos Sierra en esta misma ciudad y hace no tanto- cómo «un mal dibujante jamás será un buen pintor». No es el caso de Mon Cabrales (Llanes, 1984) que presenta estos días en la galería Dos Ajolotes (calle Pozos, 1) la muestra '(Des) enfocados'. El galerista Pedro García Durán lo tuvo claro desde el principio: «Nadie hace lo que él hace, en estos tamaños de 2,40, dibujos a lápiz que parecen una fotografía mal hecha. Tiene toda la nobleza de un género menor, como es el dibujo; los pintores no suelen dibujar por la sencilla razón de que muchos no saben. Desde Tolouse-Lautrec para acá el dibujo, el boceto, es lo más exquisito para una escasa corte de privilegiados que saben apreciarlo. Se requiere mucha paciencia, la mancha del lápiz no es igual a la del pincel o el bolígrafo. Es fantástica esa manera de contar la vida en primera persona, toda una línea intimista que es pura narración a base de escalas de grises, empleando cien lápices, grafitos en barra, bastoncillos de los oídos a veces para difuminar. El dibujo es siempre lo básico: aquí no caben trucos, donde el autor se expresa libremente, donde o eres certero o te vas. Por aquí empieza el oficio, el gesto, la expresión, la adquisición de una técnica».

Cabrales explica su trayectoria de forma ordenada: «Empecé a trabajar en esta línea a finales del 2012; abandono el color para interesarme únicamente por el blanco y negro. Notaba que me faltaba algo, no me acababa de llenar y me propuse algo raro, contar una historia en el mismo soporte como si fuera un cómic. El reto fueron el tiempo y el movimiento, la velocidad de los trabajos en la superposición de imágenes. Me considero un expresionista que quiere decir algo a la gente y jugar con la idea de desasosiego. Intentar ser poético, muy llano, no justificar mi obra». Vive ajeno a la problemática entre analógico y digital: «La fotografía es una herramienta. Trabajo siempre desde ella, todos mis protagonistas son gente que conozco, mi pareja, mi cuñada, un amigo. Es un reto para mí ser cercano al modelo para poder trabajar a gusto. A la fotografía se le añade el trabajo con el lápiz y el grafito, el cincelado, que es un arte en sí mismo, ni mejor ni peor por el medio donde se expresa. Empiezo en el boceto, trabajo mucho el boceto, la persona se adecúa a la idea general, busco que la cámara también piense por sí misma. No pontifico: hay un lugar para la improvisación que en origen nunca tenía pensado».

Es un autor de su tiempo, sin rechazar ninguna ventana del amplio abanico de las nuevas tecnologías: «La pantalla del ordenador puede que sea la paleta de otros siglos. Corrijo las opacidades desde el Photoshop. Hoy son muchos, a la manera de Hockney, los pintores que hacen su trabajo con el dedo desde una plataforma informática, pero lo mío precisa de los medios tradicionales, no puedo denostar mis herramientas, el lápiz o grafito en polvo», dice.

Finalmente, reconoce los enemigos de su tiempo: «La figuración no se trabaja en nada, sólo es conceptual. Casi una pose, un artefacto. Esto escuece que se diga, pero es así. Se carece de técnica y eso lleva a tantos a decir: 'Bah, eso lo puedo hacer yo'. Pocos articulan un discurso coherente en un mismo soporte. En algunos de mis trabajos, si te paras, tú puedes ver una figura con distintas manos interpuestas, cuando realmente son tres figuras con sus manos correspondientes. Refiere a la persona que no quiere hablar, no quiere oír, no quiere ver». Su próximo reto está a la vuelta de la esquina: «Expongo en noviembre en el Centro Valey. El proyecto es que lo que aquí es movimiento en todo el plano, pase a ser en solo una parte. Centrarme menos en la pulsión a la hora de contar mis historias». Cabrales se torna artista de la confusión (¿es dibujo o fotografía su obra?), dentro de una horma hiperrealista y donde el juego consiste en que el espectador corrija buena parte del trabajo planteado, reparando de modo convulso el desenfoque inevitable.

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