Borrar
Tres meses tirados

Tres meses tirados

La intensa actividad parlamentaria de la efímera XI Legislatura se convertirá en papel mojado este martes al decaer todas las iniciativas por la disolución de las Cortes

Ramón Gorriarán

Lunes, 2 de mayo 2016, 09:50

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Ha sido una legislatura, como algunos amores, breve pero intensa. Desde la constitución del Congreso, el 13 de enero, hasta el último día hábil, el pasado viernes 29 de abril, han transcurrido tres meses y 16 días. Es poco tiempo, pero sus señorías se lo han tomado como si no hubiera un mañana. Han presentado una catarata de iniciativas, han debatido con intensidad y, a diferencia de otras legislaturas, el ausentismo ha sido mínimo. «Y tó pa ná», como dijo el portavoz popular en el Congreso, Rafael Hernando.

Todo lo trabajado decaerá este martes, cuando se publique en el BOE el decreto firmado por Rey que disolverá de las Cortes para celebrar elecciones generales el 26 de junio. Las horas invertidas no habrán servido para nada a efectos legislativos. Las proposiciones de ley y no de ley, las comisiones de investigación aprobadas, y todo lo que haya salido del hemiciclo con el visto bueno de la mayoría será papel mojado. Todo no. Se salva la convalidación del real decreto-ley que prorroga un año más la ayuda de 426 euros mensuales a los parados de larga duración. El resto, por muy impactante que haya sido, como la rebaja a 16 años de la edad para poder votar, irá a la papelera. Si se quieren recuperar los asuntos aprobados habrá que empezar desde cero en la próxima legislatura, como si ésta no hubiera existido.

Aunque la verdad, lo que se dice aprobar, no se ha aprobado casi nada. Las proposiciones han recibido la luz verde del pleno para ser tomadas en consideración, es decir para que se inicie la tramitación, pero nada más. Del caserón de la carrera de San Jerónimo no ha salido ni una sola ley ni otro texto con valor legislativo, salvo la convalidación de los 426 euros.

El Congreso ha autorizado que se tramiten nueve proposiciones no de ley, entre ellas el emplazamiento al Gobierno para la elevación del salario mínimo, en favor de la unidad de España o la petición de liberación de presos políticos en Venezuela; y cinco de ley, como la rebaja de la edad para votar o la desclasificación de secretos oficiales. La única comisión de investigación consensuada fue la de las supuestas irregularidades en el voto rogado para los españoles en el extranjero. También recibió el visto bueno un comité no legislativo sobre la lucha contra la corrupción. No hubo tiempo para más y se quedaron en el registro sin saltar al pleno 36 proposiciones de ley más y 223 no de ley.

Hasta la famosa batalla por el gallinero se ha demostrado inane. Podemos montó en cólera por la ubicación de sus escaños en la zona menos noble del hemiciclo con la consiguiente pérdida de visibilidad para sus líderes. Después de muchos dibujos, hubo acuerdo para mejorar el sitio de los diputados 'morados' y Pablo Iglesias consiguió sentarse en primera fila.

Preguntas sin respuesta

La potente actividad parlamentaria sin tener un Gobierno en pleno funcionamiento no tiene precedente. Lo habitual era que se celebrara con éxito el debate de investidura del presidente del Gobierno, tomara posesión el nuevo Consejo de Ministros, y a partir de ahí el Congreso y el Senado echaban a andar. La XI Legislatura que está a punto de fenecer ha sido atípica en todo, hasta para tener un Parlamento a pleno rendimiento con un Gobierno en funciones. Una descompensación que motivó un conflicto entre el Ejecutivo y el Legislativo porque el primero se ha negado a que su actividad fuera fiscalizada con el argumento de que carecía de la confianza de este Congreso. La negativa ha dejado sin respuesta 22 preguntas al presidente y ministros.

La Moncloa y el PP han estado incómodos con la imagen de unas Cortes hiperactivas y un Gobierno no inactivo, pero sí en funciones. La sensación de que los legisladores trabajaban mientras los gobernantes miraban, hacía torcer el gesto a Mariano Rajoy y su equipo, que tachó de «fraude democrático» la actividad parlamentaria. El PP prefirió el trazo grueso y habló de «teatrillo lamentable». Pero su preocupación siempre estuvo embridada por las nulas consecuencias legislativas de la actividad parlamentaria. «Nada más que un efecto placebo», apuntaba un estrecho colaborador de la vicepresidenta del Gobierno.

De estos tres mes y medio se pueden extraer además lecturas políticas. La soledad buscada por el PP de la mayoría absoluta en los últimos cuatro años puede convertirse en una soledad forzada en la próxima legislatura. En el breve periodo de sesiones parlamentarias ha quedado patente que el único socio que han encontrado los populares ha sido en ocasiones Ciudadanos, por ejemplo para oponerse a la ley 25 de emergencia social de Podemos, a la paralización de la 'ley Wert' o a la rebaja de edad para votar a los 16 años. También han tenido algún acercamiento con los socialistas, como cuando juntaron sus fuerzas para rechazar la comisión de investigación sobre el accidente del tren Alvia en Santiago.

Pero la tónica ha sido la de un PP derrotado en las votaciones del pleno y en comisión, aunque han sido unos reveses por otra parte lógicos porque el resto de grupos trató de desmontar toda la obra legislativa popular. Una situación que puede volver a producirse en la próxima legislatura si los resultados del 26 de junio son, como auguran las encuestas, similares a los del 20 de diciembre.

También se ha podido comprobar que hay sintonía entre el PSOE y todo lo que está a su izquierda. Los de Pedro Sánchez han votado con los Pablo Iglesias, Izquierda Unida y Esquerra Republicana en casi todos los debates. «Hay una mayoría de izquierda que los socialistas no quieren utilizar», se quejó en uno de los últimos plenos el portavoz de En Comú, Xavier Domènech. Los socialistas prefieren, sin embargo, hablar de una mayoría «de cambio» a la que incorporan a Ciudadanos.

Han sido tres meses y medio intensos, pero también con momentos rayanos con el esperpento. El bebé de la diputada de Podemos Carolina Bescansa acaparó los focos en la sesión inaugural, pasmó a muchos el cálido beso entre Iglesias y Domènech, y la conversión del hemiciclo en un corral de comedias cervantino dejó sin palabras a casi todos. Pero quizá el momento más delirante se vivió cuando el republicano Joan Tardá abroncó al líder de Podemos por «la chapuza» en la redacción de su ley 25 de emergencia social, más propia de un colegial que de un legislador. «Nos comemos un sapo», y votó a favor.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios