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El PCE de Asturias cinco días antes de su legalización. De izquierda a derecha, de pie, al fondo, Conchita Valdés, Antonio Areces, Alberto Muñiz, Ángel Alonso, Vicente Álvarez Areces, Manuel Nevado, Manuel Sánchez, Manuel Menéndez Quintero, Francisco Prado Alberdi, Gil Guerreiro, Alberto Álvarez, Ángel Zapico, Ángel León y Ramón Iglesias. Sentados, en la fila del medio, Magali Suárez, Constantino Alonso, Fausto Sánchez, Luis A. Lobato, Horacio Fernández Inguanzo, Vicente Gutiérrez Solís, Mario Huerta, Carlos Dago y Emilio Huerta. Sentados, en primera fila, José Troteaga, Javier Álvarez, José García, José Luis Iglesias Riopedre, Margarita Lesmes, José Ignacio Pérez Cuartero, Evangelina Morán y Gerardo Iglesias.
El Sábado Santo de la hoz y el martillo

El Sábado Santo de la hoz y el martillo

Con aquella decisión, Suárez hacía ver a los españoles que la Transición era irreversible y superó el último escollo para la integración de la oposición en ese proceso

DANIEL FERNÁNDEZ

Domingo, 9 de abril 2017, 08:39

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Era un Sábado Santo. Madrid, desierto. Como gran parte de las ciudades españoles. Las playas ya comenzaban a ser otro lugar de culto, una alternativa a las procesiones de Semana Santa. Era un día sin periódico, por la tradición -que aún pervive en el país- de que los Viernes Santo en los diarios no se trabaja. Faltaban tres minutos para las diez de la noche cuando el periodista Alejo García subía apresuradamente las escaleras que separaban la redacción de RNE con el estudio. Sus prisas tenían justificación. Iba a dar la noticia que el país venía esperando desde hacía cuarenta años. Con la voz entrecortada, por la falta de aliento por su carrera, aquel locutor malagueño fallecido en 2008 anunciaba a los españoles que el Gobierno había legalizado el Partido Comunista (PCE).

La legalización de los comunistas diecisiete meses después de la muerte del general Francisco Franco era un asunto muy incómodo para el Gobierno de Adolfo Suárez, pero a la vez inevitable. La elección de aquel 7 de abril de 1977 -ha pasado a la historia como el Sábado Santo Rojo- para inscribir al PCE en el registro de partidos tampoco fue baladí. España vivía tiempos de profunda convulsión. Los asesinatos y secuestros de ETA y el Grapo, la matanza de cinco abogados laboralistas en su despacho en la madrileña calle de Atocha y los continuos ruidos de sables que no cesaban desde la muerte del dictador hacían que el proceso de restauración de la democracia diseñado por el Rey Don Juan Carlos, Adolfo Suárez y el asturiano Torcuato Fernández-Miranda, presidente de las Cortes, pendiera de un hilo. El presidente del Gobierno sabía que con la legalización del PCE mandaba a los españoles y a los sectores inmovilistas dos mensajes: uno, que la Transición era irreversible; y otro, que sacar al Partido Comunista de la clandestinidad era el último obstáculo para integrar a la oposición democrática en aquel proceso, que, en su primera fase, culminó con las elecciones celebradas dos meses después. Antes de los comicios, Santiago Carrillo renunció a la República como gesto hacia la reconciliación nacional.

La tranquilidad de aquel Sábado Santo de 1977 se rompió después de la noticia adelantada por RNE. Las sedes del PCE de toda España se llenaron de militantes que, como recuerdan muchos de ellos, celebraron la legalización brindando con ron cubano. También por las calles, con coches tocando el claxon engalanados con banderas con la hoz y el martillo.

Gerardo Iglesias, miembro entonces del Comité Central del PCE y, posteriormente (1982), secretario general del partido, recuerda aquel día. «Estábamos en una reunión de CC OO, en el local que teníamos en la calle del Agua, en Gijón, y recuerdo que entró Gil Guerreiro dando la noticia. Mi reacción fue extraña. Le dije, 'déjanos en, paz que tenemos que terminar la reunión'», recuerda Iglesias, que en ese momento no se había dado cuenta de la transcendencia de aquel hecho.

«En realidad era trascendente, pero no era lo que esperábamos. No se había producido ruptura democrática», añade el histórico dirigente del PCE. Para él, «la cultura franquista y las estructuras permanecieron y cuarenta años después años afloran las exaltaciones del franquismo y fascismo por todas las partes. El franquismo nunca desapareció».

En aquella misma reunión en la que participaba Gerardo Iglesias se encontraba el sindicalista gijonés Francisco Prado. «Fue un momento muy especial. Salí a la calle y entonces me encontré gente que bajaba de La Calzada con banderas y Eladio de Pablo con el megáfono», recuerda. Destaca, sobre todo, «la actitud de la gente, muy respetuosa». Para Prado, con la decisión gubernamental de legalizar el PCE «fue clave, los españoles ya pudieron darse cuenta de que no eran amagos, sino que esto iba en serio. Veníamos de la matanza de Atocha, de los secuestros... La legalización fue como una especie de relax que permitió a los españoles ver que no había retorno en el camino hacia la libertad».

Celebración en misa

Conchita Valdés es otra histórica del PCE asturiano, partido en el que ha militado toda su vida. Se define, con orgullo, como «roja y cristiana. Y además, practicante». Porque para ella, el cristianismo no es incompatible con el comunismo. Todo lo contrario. Y aunque pueda parece extraño, aquel Sábado Santo de 1977, Conchita Valdés celebró la legalización del partido en la Iglesia. «Yo cumplí con mis dos obligaciones. Primero, como dirigente de la organización en la sede y luego, como cristiana, en los oficios de vigilia pascual», recuerda la mierense. «Me miraban mal y me insultaban y eso me dolió. Porque yo iba a misa todos los días. Incluso llegué a retrasar actos con los camaradas por ir a la iglesia. Me dolió mucho aquello por la poca capacidad de los cristianos de entender lo que es la lucha obrera y la falta de respeto por la libertad de los demás».

Para Conchita Valdés, la legalización del PCE «nos permitió poder andar por la calle a cara descubierta, sin miedo, diciendo con orgullo 'soy comunista'. Nos permitió ser libres», recuerda la histórica dirigente.

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