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Los viejos rojos nunca mueren

Lo quise mucho y lo sigo queriendo, y siempre pensé que merecía un lugar más importante en el socialismo español

paco ignacio taibo II

Viernes, 18 de enero 2019, 02:25

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Nos encontramos en una cafetería de Gijón, y mientras conversábamos trató de comerse todos los pinchos que acompañaban su cerveza y mi coca cola, pero no contaba con mi velocidad. Yo regresaba de un viaje de México a Asturias pasando por Francia, cargado de libros prohibidos destinados a viejos y nuevos amigos. Tini era uno de los mitos de los viejos comunistas asturianos, creo 'malrecordar' su intervención en luchas magisteriales y en la huelga de El Ferrol. Terminó reclutándome para que colaborara en una revista llamada 'Xera', cosa que no recuerdo si hice. Era entonces y seguiría siendo un ágil analista político, encantador de serpientes, con muy pocas dobleces.

Al paso de los años era alcalde socialista de Gijón. Yo cruzaba Asturias con una comisión de la Internacional de Escritores Policiacos, de la que era vicepresidente, para entrevistarme con Andreu Martín y Manolo Vázquez Montalbán y preparar un gran encuentro de la Internacional en Barcelona. Cuando se lo conté tardó 30 segundos en preguntar: «¿Por qué Barcelona y no Gijón? Estás loco. Hay que hacerlo aquí». Le dije: «Déjame consultar». Manolo, que tenía querencia por Asturias desde que lo habían encarcelado por apoyar las huelgas mineras, y Andreu, que desconfiaba del apoyo que se nos pudiera dar en Cataluña, aceptaron de inmediato. Tini puso el aparato del Ayuntamiento a funcionar y convenció a Juan Cueto para que se sumara al equipo y yo, de repente, me vi embarcado en una experiencia que consumiría buena parte de los 25 años siguientes de mi vida.

En algo estábamos totalmente de acuerdo: un gran festival le da nombre y coloca en el mapa planetario a una ciudad. ¿Qué sería de Cannes sin el festival o de Frankfurt sin la feria del libro? Y Tini decía: «Grande, un gran festival»; y a mí, que me atraen los delirios, sumaba y sumaba. Así nació la Semana Negra. Nos llevó cinco ediciones que cuando invitábamos a un autor importante a Gijón no me preguntara: «¿Jijona? ¿Dónde hacen el turrón?» Y de repente aparecíamos en la televisión francesa, en un diario ruso, en la BBC británica y en el 'New York Times'.

A lo largo de los años me apoyó en las iniciativas más locas que cruzaron por mi cabeza tratando de inventar un festival multicultural diferente a los que se hacían en Europa. Se rió conmigo cuando pusimos moáis de la Isla de Pascua en la playa de Gijón, cuando trajimos a los voladores de Cuetzala, o cuando decidimos decorar la Semana con el frontal de un templo egipcio; me ayudó a traer el escritorio de Belarmino Tomás o a hablar con el comandante de Marina para conseguir un submarino amarillo y ponerlo en el río Piles.

Siempre lo llamé Tini, como todo el mundo en la calle, y nunca alcalde o presidente. Porque se había ganado que lo llamáramos por ese extraño diminutivo de Vicente, que lo había acompañado toda su vida. Volví a vivir, primero dos años y luego tres meses al año, en la ciudad en la que había nacido y Paloma y yo seguimos, mes a mes, la transformación de una ciudad sucia, oscura, picada por las viruelas del salitre y las cocinas de carbón, en una ciudad amable, bonita y sobre todo preocupada por romper el terrible mundo clasista que le había impuesto el franquismo a su apariencia. Vi crecer los parterres de flores de la avenida Carlos Marx y el surgimiento de los centros deportivos, sociales y culturales; vi maravillosos cursos de verano, excelentes exposiciones, folclore en las calles y grandes conciertos. Todo ello en una época de depresión económica, cierres de empresas y desempleo, que no desaparecía, pero que se podía amortiguar con lo que tendríamos que llamar el 'estilo Tini'.

Una vez, en una de esas larguísimas conversaciones que se podía tener con él al caer la tarde, en una de las cafeterías de Begoña, me dijo: «Parece posible que no podamos cambiar el mundo, pero podemos cambiar sustancialmente la vida diaria».

Durante las recepciones que el Ayuntamiento daba a los escritores de la Semana Negra, fue el autor de una de las frases más afortunadas que yo haya oído a un político de izquierda y causó la adoración de una comunidad de narradores allí reunida. Dijo: «Gijonés es aquel que ha nacido en Gijón, que vive en Gijón y, si me apuran un poco, que pasa por Gijón». En tiempos de xenofobia y nacionalismos estrechos, más que una declaración de principios, suena a llamado a recobrar la idea de que «el género humano es la internacional».

Nos seguimos viendo y contando con su apoyo siendo presidente del Principado y luego, más tarde, en algunas conferencias claves de la Semana Negra. Siempre pensé que merecía un lugar más importante en un socialismo español que se iba descafeinando.

Lo quise mucho y lo sigo queriendo, y uso el presente, porquelos viejos escritores, los viejos rockeros y los viejos rojos, nunca mueren.

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