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Núria Espert saluda al público del Teatro Jovellanos.
Lady Núria Espert en el papel de su vida

Lady Núria Espert en el papel de su vida

Fue de 'Medea' a 'Incendios', se quejó de la España del «caos», hizo un alegato contra la violencia y confesó su amor incondicional por la escena

M. F. ANTUÑA

Viernes, 21 de octubre 2016, 07:17

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Muchas veces había pisado Núria Espert las tablas del Teatro Jovellanos . Pero la de ayer fue distinta. No era ni Medea ni la Celestina ni Lucrecia, la protagonista era ella, sin máscaras ni maquillaje, a cara descubierta, hablando de la trayectoria profesional que la lleva hoy al Campoamor de Oviedo para recoger el Princesa de Asturias de las Artes. Antes de subir a escena ya se llevó los primeros aplausos. Cuando enfilaba el paseo de Begoña, el público que observaba en la calle improvisó la primera ovación. Luego llegarían muchas más. Porque se las ganó a base de ingenio, de buen humor, de sinceridad. Y porque nadie como ella sabe hablar en un teatro.

El crítico teatral Marcos Ordóñez ejerció de presentador del encuentro con el público, que llenó patio de butacas y parte del entresuelo para revisar y revisitar los años pasados y los presentes de una actriz de 81 años que sigue disfrutando y sufriendo con cada personaje y con cada función y que incluso hace unos días se lanzó a bailar un rock and roll con Laia Marull el día que creyó haber hecho su mejor función. Habló mucho de 'Incendios', la obra que en diciembre se verá en Oviedo y en abril estará en Gijón, y del reto que supuso para ella y que aún la lleva al escenario «muerta de miedo».

No pierde el miedo «Lady Núria Espert» -que así la presentó Ordóñez- porque muy jovencita aprendió una lección esencial. Pensaba que tras su primer éxito en Barcelona iba a sonar el teléfono sin parar y no fue así. «Fueron años de trabajo y dureza y la gran lección que me llevé fue la modestia», explicó. Tenía entonces una ambición frustrada por los grandes papeles que todavía no habían llegado y la realidad le enseñó que en su oficio «te lo tienes que ganar todo cada día», que ser una buena actriz requiere de una constancia infinita, de una entrega que hace que le «hables a los espectadores uno a uno» y que cada uno de ellos «te envía lo que está recibiendo». Supo que su trabajo era un aprendizaje sin fin y un pozo de experiencias inagotable.

Se siente afortunada por ello. Por eso, a preguntas de una espectadora, respondió con un «sí» rotundo a que repetiría su vida tal cual, «con los astros tan de cara» como han estado para ella. «No se me ocurre otra cosa que podría hacer, me gustan los libros, los paseos y más que nada, el teatro», confesó la actriz.

Antes de llegar a esa conclusión había analizado su periplo profesional, había viajado a aquellos años en los que decidió montar una compañía con Armando Moreno, su marido, aquel 'Hamlet' de Montjuic que recibió abucheos, la primera 'Medea' que le abrió todas las puertas y la que hizo más adelante en Mérida, 'Las criadas', 'El rey Lear', 'La violación de Lucrecia', 'Yerma', 'Divinas Palabras'... Guiada por Marcos Ordóñez fue transitando por todas esas aventuras en las que siempre la acompañó su marido, fallecido en 1992. «Éramos socios, amigos, marido y mujer, padre y madre, pero por encima de todo éramos cómplices en nuestro camino», apuntó la actriz.

Aparecieron muchos más nombres en el currículo de la gran dama de la escena española, que nunca ha tenido miedo a nada y ha hecho del riesgo bandera. Lluís Pasqual o Miguel del Arco son solo dos de sus directores imprescindibles. Claro que la dirija quien la dirija ella tiene su propio método: «Copiar cada texto muchas veces». Cada función se ha escrito tantas veces sobre papel que la actriz retiene sus personajes y sus palabras de una manera casi visual. Decía ayer que los guarda en el disco duro. Para la ceremonia de hoy ha rescatado uno de hace 40 años. «No lo voy a leer, lo voy a decir». En esa ceremonia dirá lo que ayer repitió una mil veces: que el premio no es suyo, que es del teatro, que es de todos y cada uno de lo que forman parte «de esta profesión llena de talento y de sacrificio». Entonces, el teatro, con notable presencia de actores asturianos, irrumpió en un sonoro aplauso.

No fue el único en una tarde en que también el relato de Espert desató más de una sonrisa. Se puso primero cómica al hablar de los hombres y después dramática e hizo un alegato en contra de la violencia. También sacó su lado más sensible cuando, al ser interrogada sobre el Teatro Arango, confesó que «cada vez que se cierra un teatro se me parte el corazón». Incluso se puso seria a la hora de hablar de la situación de España, envuelta en «caos, confusión e intereses espúreos en un país arruinado por 2.000 que se han llevado el dinero». Tan seria se puso que dijo no poder valorar la situación del teatro español, que se inscribe en ese universo nada bello del que, pese a todo, «vamos a salir». Pero cuando realmente la emoción se le asomaba a los poros era al hablar del teatro, de lo que es, de lo que representa, de lo que puede aportarle al mundo: «El teatro es una de las cosas que explica por qué estamos aquí».

Contempló feliz el vídeo de cómo montaron las representaciones teatrales dedicadas a su figura en el Arango y en la antigua cárcel de Oviedo y no se dejó en el tintero un recorrido por los muchos retos a los que ha tenido que hacer frente: «Cuando mi marido salió a buscar financiación para montar la compañía, cuando dirigí en Londres y no hablabla una palabra de inglés, cuando me uní a Miguel del Arco para hacer 'La violación de Lucrecia', cuando me metí en 'Incendios'...». Recordó solo unos pocos, porque más de sesenta años sobre los escenarios dan para eso y más: «Mi carrera es de Guinness», dijo en tono de broma. El público la despidió con una larga ovación puesto en pie.

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