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William Kentridge, en el escenario con Maricel Álvarez y en la pantalla por duplicado, muestra su proceso de creación.

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William Kentridge, en el escenario con Maricel Álvarez y en la pantalla por duplicado, muestra su proceso de creación. JORGE PETEIRO

«El dibujo es un consuelo, nos convierte en algo más»

William Kentridge ofrece una brillante performance-conferencia en la que convierte cómo hacer un dibujo en una metáfora de la vida y el arte

M. F. ANTUÑA

GIJÓN.

Viernes, 20 de octubre 2017, 01:23

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William Kentridge regaló ayer en Laboral una lección magistral de cómo hacer arte en todos los sentidos. Uno, porque contó de manera pormenorizada todos los detalles que se esconden tras un dibujo y su significado último; dos, porque lo hizo con su arte, con sus creaciones, sus películas, su voz profunda, sus modos de actor, como herramientas, y tres, porque tras lo uno y lo otro trazó una metáfora que fue una lección magistral de filosofía de la vida y la creación artística.

La mediateca expandida de Laboral Centro de Arte fue el escenario elegido. En penumbra y con un nutrido público ocupando asiento para ver, oír y sentir, Kentridge se subió al escenario junto a la actriz argentina Maricel Álvarez y comenzó la narración. Fue bilingüe: él hablaba en inglés; ella traducía al castellano, aunque su papel no era en absoluto el de una mera intérprete en el sentido exclusivamente idiomático. Ambos en pie, libro en mano, pantalla al fondo, atril, silla y poco más, fueron trazando la aventura de crear, titulada 'Suficiente y más que suficiente' ('Enough and more than enought') que arrancó con Kentridge escenificando las mil maneras que hay -literalmente- de caminar. De ahí tomó rumbo al estudio, ese lugar del trabajo donde el artista une los fragmentos del mundo para componer su obra. Habló Kentridge de cómo dibujar frases y palabras, de cómo entremezclar letras y pensamientos, de la relación de estos con el dibujo. Fue un viaje largo y sinuoso, acompañado en la pantalla por sus dibujos transitando páginas del libro que se abrió para narrar su historia, de frases lanzadas al aire en busca de un sentido. Se sirvió, como el mismo dijo, de la técnica de «cortar y pegar» para ir dando forma a su caminar hacia los porqués, los cómos y los cuándos de la creación artística.

La pantalla fue mostrando su obra y al creador creándola y la voz del Premio Princesa fue revelando de pormenores de cómo un dibujo se abre paso entre los pensamientos para enseñar una forma de ver el mundo. Lo hace no solo a través de los trazos, sino a través de todos los ingredientes que lo componen. Un dibujo es el papel en el que se hace realidad; es el carboncillo con el que se ejecuta; es todos los pensamientos que conducen a él. Es una manera de expresión, «una forma de escapar de nosotros mismos», el camino para ser diferente a lo que se supone que se es o se debe ser. Kentridge trató de encontrar respuestas a por qué se dibuja un rinoceronte y no un hipopótamo, habló de sus listas de cosas dibujadas y no dibujadas, que no dejan de ser «una autobiografía involuntaria», como los dibujos, que muestran quienes somos y pese a ser obras de alguien, se acaban independizando de ese alguien que las creó. Es un proceso complicado hacer que artista e ideas se encuentren en el papel y cuando lo hacen esa confluencia se transforma en un retrato, que puede ser modesto, pretencioso o un montón de cosas más. Por eso, las palabras, los trazos, las obras, en definitiva, «se convierten en autorretatos».

Complicado es el parto hacia ese retrato de un mismo que puede tomar forma de rinoceronte o de hipopótamo. Porque complejo es enfrentase al papel en blanco. Y ahí Kentridge se grabó a sí mismo en pantalla, dibujando, tratando de hacer ese primer trazo que desencadena la obra artística, y escuchando el diálogo interior que se abre con el otro artista, que le reclama al primero, que se distancia y mira. Dos Kentridge en pantalla y el tercero explicando algo posiblemente sabido pero que no está de más exterizar: «Lo que uno puede hacer y lo que uno quiere hacer siempre están en disputa».

Coreografía final

Son tantas cosas las que conducen a un dibujo, a una obra, y para Kentridge los materiales físicos, el carboncillo, la tinta, y el papel «son el corazón». Por eso, para él «dibujar es pensar el material específico», pero todavía en el estudio queda mucho proceso pendiente, ese primer paso, esa tensión -dividida en seis niveles-, esas bambalinas previas antes de ponerse manos a la obra que pasan por poner música o revisar los correos electrónicos. Todo conduce a la coreografía final, cuando por los trazos toman forma, cuando el artista se hace pincel y ejecuta su propia performance sobre un papel.

Un camino largo y un objetivo tan simple como invitar al mundo al estudio para tratar de entenderlo, para mirar la realidad con otros ojos. Y la pregunta del millón, la del por qué tanto esfuerzo para llegar a una obra de arte, también tuvo respuesta: «El dibujo es un consuelo, nos convierte en algo más». El ser humano necesita «una ola de utopía», necesita rellenar huecos y vacíos. «A veces necesitamos encontrar incoherencias para mostrar coherencias», concluyó un Kentridge actor que jugó con las palabras y la voz a dúo con Maricel Álvarez en su despedida. Su metáfora del arte y de la vida se saldó con aplausos. Muchos y sinceros aplausos.

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