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M. F. ANTUÑA
Martes, 20 de octubre 2015, 04:02
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Hace quince años surgió en Asturias una iniciativa solidaria que tiene como destino Perú. Allí, a un hospital infantil de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, que el viernes recibe el Premio Princesa de Asturias de la Concordia, acuden cada año cirujanos de la Asociación Española de Cirugía Plástica y Reconstructiva (Secpre) para poner todo su saber al servicio de los que menos tienen.
Vídeo sobre el trabajo en Perú en ELCOMERCIO.es
Tres lustros atrás, la cirujana asentada en Oviedo Carmen Pena puso los cimientos de un proyecto que buscaba un doble objetivo. Por una parte, el de ayudar a esos niños necesitados de cirugías para solventar fundamentalmente malformaciones congénitas o daños causados por quemaduras y, por otro, cambiar esa imagen que asocia la figura del cirujano plástico exclusivamente con el mundo de la estética. Porque, como explica el cirujano asturiano Jesús Barón Thaidigsmann, vocal de la Secpre, su labor va mucho allá y se centra en tareas reconstructivas bien conocidas en casos como los del cáncer de mama, pero no tanto en otras dolencias, como las secuelas de quemaduras o las citadas malformaciones. «El 80% del trabajo del cirujano plástico no es estético», apunta Jesús Barón, quien subraya el valor de su tarea de apoyo, también en el plano psicológico, a quienes sufren esas patologías.
Ese trabajo lo hacen aquí. Y desde hace quince años, en Perú. En aquella primera experiencia el viaje duró un mes y en él participó el propio Jesús Barón. El destino, el hospital de Chiclayo, que se halla en Pimentel, una localidad a 800 kilómetros al norte de Lima. Más de un millar de operaciones se han realizado desde aquella primera vez en un quirófano al que ahora acuden los cirujanos durante un par de semanas una vez al año. La última, el pasado mes de marzo, y a ese viaje acudió de nuevo Barón acompañado de Lourdes Cosío, también cirujana y compañera -además de su mujer- en la clínica que regentan en Gijón. Junto al cirujano catalán Diego Carrillo, el anestesiólogo Juan Carlos Sánchez y las enfermeras Lidia García y Mercedes Messa, repitieron la misma jugada: llegar a Perú, analizar todos los casos, hacerles las historias, operar primero los más graves -a fin de poder retirarles ellos mismos los puntos antes de regresar a España- y operar, operar y operar.
Las intervenciones más comunes son las de labio leporino y fisura palatina, es decir, paladar abierto. Igualmente intervienen casos de frenillo lingual, así como de sindactilia y polidactilia, es decir deformidades en los dedos de las manos y los pies, bien porque estén unidos o porque los niños hayan nacido con más de cinco en alguna de las extremidades. Hay también casos más graves, como el síndrome Apert, y no son escasos los vinculados a quemaduras.
Es un trabajo duro, pero las satisfacciones que ofrece no tienen precio. «Lo que se hace queda hecho», dice el doctor Barón, sabedor de que, probablemente, si ellos no hubieran viajado hasta Perú esos niños -y algunos adultos a los que también atienden de forma excepcional- estarían condenados a una vida peor. «A muchos niños les ha cambiado la vida», subraya. En las caras de los peques y las mamás se advierte el agradecimiento por una tarea que este mismo año se ha transformado en un convenio que institucionaliza de forma oficial la colaboración con la Orden de San Juan de Dios, que podría crecer en los próximos años.
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