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El responsable mundial de Aldeas Infantiles SOS, Siddhartha Kaul, en el Hotel de la Reconquista.
«No sirve con saber que tenemos derechos, hay que saber reclamarlos»

«No sirve con saber que tenemos derechos, hay que saber reclamarlos»

«No creo que hayamos fracasado como sociedad porque tenemos las dos caras de la moneda: hay quien aún tiene voluntad de ayudar a los que tienen problemas»

JESSICA M. PUGA

Viernes, 21 de octubre 2016, 07:18

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Siddhartha Kaul no entiende un día de vida sin tomar partido en Aldeas Infantiles SOS, la organización que hoy recibirá de manos del Rey el Premio Princesa de Asturias de la Concordia. Él, que siendo solo un niño vio cómo su padre se ponía al frente de una aldea en su país natal, La India, optó por seguir sus pasos. Su esfuerzo no quedó ahí y, tras ser secretario general adjunto de Asia, se erigió como responsable mundial elecciones previas mediante. Las historias que ha visto en todos estos años no le hacen tirar la toalla, sino levantarse cada día con «más ilusión» y teniendo siempre presentes a los colectivos en riesgo.

-Está al frente de una organización nacida para paliar los desastres de la II Guerra Mundial que 70 años después sigue siendo necesaria. ¿Hemos fracasado como sociedad?

-Le hice esa pregunta al creador de Aldeas Infantiles, Hermann Gmeiner. Su idea era trabajar con 150 niños de una pequeña aldea austriaca de manera que el mundo viera que se podía lograr la paz y que esos jóvenes tuviesen una vida segura. Ahora estamos en más de 2.000 ubicaciones en 134 países. Hay quien dice que por eso hemos fracasado... Yo diría que no, porque tenemos las dos caras de la moneda: los problemas de la infancia siguen estando ahí, son ligeramente distintos, quizá de mayor envergadura ahora, pero también a personas con mucha voluntad de ayudar.

-¿Hacemos lo suficiente?

-Si hablamos de la sociedad y de los gobiernos, la respuesta es claramente no, pero tampoco creo que hayamos fracasado.

-¿Es por egoísmo?

-Los adultos no ven el futuro a largo plazo. Están tan centrados en los problemas del día a día que no miran a los niños; por eso nunca hacemos lo suficiente. ¿Qué ocurre cuando los gobiernos tienen problemas? Recortar el presupuesto de educación para invertir en defensa... Estamos viviendo una crisis moral mundial. Hay tantísimos conflictos en todo el mundo, que me preocupan las generaciones jóvenes, la mía ya no. No creo que vayamos a dejar un mundo mejor.

-¿Cuál cree que es la solución para combatir la exclusión infantil?

-Necesitamos dos cosas. Lo primero, aceptación. Todos somos diferentes de apariencia, aunque iguales en el fondo. Precisamos de una sociedad inclusiva, no sirve con saber que tenemos derechos y reclamarlos, hay que saber qué hacer con ellos, es decir, trasladar la teoría en acciones reales y prácticas. ¿Cómo? Ofreciendo una buena educación.

-Parece que en los países más desarollados la cuestión de la pobreza es algo tabú. ¿Es así?

-No creo que haya diferencias entre países en desarrollo y desarrollados. Es una cuestión de establecer prioridades, si sabes que los niños son el futuro debes hacer algo cuanto antes.

-La prevención es clave para su organización. Imagino que la falta de datos fiables en términos de exclusión y pobreza infantil les supone una traba importante.

-Sin lugar a dudas. Si hace 30 años los gobiernos y la sociedad civil hubiesen acordado hacer algo al respecto hoy tendríamos datos reales en vez de estimaciones. Los datos que tenemos solo son precisos en un 25%, pero son datos al fin y al cabo, no podemos obviar que estamos hablando de 220 millones de niños en el mundo que necesitan nuestra ayuda, y que de ellos, 15 millones son huérfanos de ambos progenitores. Tenemos delante cifras exageradamente altas, no hacerles caso sería una excusa.

-De esos millones de niños que precisan ayuda, ¿a qué porcentaje satisface hoy su organización?

-Muy poquito, menos del 1%. Ninguna organización sola puede resolver el problema. Creo que tenemos un modelo muy fuerte porque nos dedicamos a un grupo concreto, a niños que han perdido a ambos padres. Somos una de las pocas organizaciones que está dispuesta a ir a cualquier lugar del mundo. Creemos en hacer cosas prácticas.

-Las necesidades que cubren no son las mismas en Europa que África, por ejemplo. ¿Cómo se adaptan?

-Buscamos diferentes maneras de aplicar una misma filosofía. Ofrecemos soluciones personalizadas, no una talla única, porque trabajamos en sistemas sociales, culturales y religiosos diferentes. En cada lugar, las situaciones y condiciones de los niños son totalmente distintas, pero hemos aprendido a mantener un concepto permanente: mantener a la familia unida.

-Pero este modelo de familia ha evolucionado en estos años. ¿Cómo se han adaptado?

-Lo que hacemos es ver cuál es el modelo aceptable en cada país. Tenemos a parejas que asumen el papel de padres, a mujeres solteras, casadas... Personas que a los 50 años deciden dejar de tener hijos o que no han podido tenerlos y quieren empezar. Nos permitimos elegir en este sentido.

-¿Cuáles son las historias que más le han marcado tanto para bien como para mal?

-Todo lo ves al tiempo de dos maneras distintas. Cuando era director de programas en Asia, vino una señora mayor a verme porque su hija estaba embarazada y tenía el matrimonio concertado para dentro de unos meses. Ella quería que el niño tuviese una vida y me pidió ayuda... Sabía que tenía que hacer algo, aun en contra de la ley, porque sino ese niño moriría y su madre sería repudiada para el resto de su vida. Le ofrecí mi casa. La joven vivió con nosotros hasta que el bebé tuvo unas semanas. Para mí esa niña es como mi hija y uno de mis mayores logros.

-¿Qué retos tiene a corto plazo?

-Tenemos el conocimiento y sabemos qué hacer, necesitamos más voluntad y recursos.

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