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Ford firmó autógrafos a numerosos alumnos en el campus. A la derecha, el cuaderno en el que anota todo lo que se le ocurre.
Cincuenta libretas en la nevera

Cincuenta libretas en la nevera

El escritor esbozó un argumento para su próxima novela ante los estudiantes del Milán y confesó que guarda sus notas en el refrigerador

AZAHARA VILLACORTA

Viernes, 21 de octubre 2016, 07:20

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Richard Ford guarda «cincuenta libretas en la nevera» de su casa, un dato que podría parecer una excentricidad, pero que, tratándose de quien se trata, esconde una trama que ayer desarrolló ante una Biblioteca del Campus de Humanidades hasta la bandera de alumnado y docentes dispuestos a exprimirlo hasta los últimos entresijos de su vida y obra. Y el Premio Princesa de las Letras, lejos de ir de estrella rutilante de la literatura ante sus hipotéticos discípulos, no estableció límites y se abrió en canal. «Pongo los manuscritos y las notas en el refrigerador porque mi madre nació en 1910 en una casa de madera, sin electricidad, y pensaba que el mejor sitio para guardar documentos importantes era lo que llamaban 'la caja del hielo'. Creía que, si la casa se quemaba, sería lo último que ardería. Así que lo hago para recordar a mi madre, para crear una narrativa continua de su vida a la mía».

Uno de esos cuadernos rayados que lleva siempre consigo, siempre en el bolsillo interior de la americana que linda con el corazón, y que relee continuamente (en eso estaba ayer a las seis de la mañana), fue el causante de que se hiciese el silencio entre las 300 personas largas que lo escuchaban cuando decidió enseñárselo y empezar a leer una historia en la que está trabajando, el probable argumento de su próxima novela, carne de 'bestseller': «Es sobre una mujer que conduce de EE UU a Canadá para encontrar al hombre del que había estado enamorada. Él se había ido en los años 70 huyendo de ser alistado en el ejército y ahora se está muriendo y la llama para decirle que tiene que verla. No se qué va a pasar luego, pero ya tengo algunas líneas concretas». Porque este hombre que intenta ser «totalmente indiscriminado a la hora de tomar notas», disparando a todo lo que se mueve para luego darle forma, defendió que, «si los escritores tienen un enemigo, es lo convencional».

«Cuando escribimos una historia, no hay problema si no sabemos a dónde nos va a llevar, si no es ortodoxa. Lo que quiero que hagan las historias es que me lleven a nuevo conocimiento. Dime algo que no conozca, cuéntame algo distinto», les recomendó este hombre lo suficientemente sabio para no dar consejos y, a la manera surrealista, con «la mente cansada de que todo tenga sentido». La existencia, dijo, es precisamente eso. «Hay muchas cosas que son misteriosas en la vida de uno». Cosas como que el niño disléxico que fue, el que no empezó a leer «hasta que era un adolescente tardío», ya entre escarceos delincuenciales, se convirtiese en laureado novelista. «Es algo que no entiendo. Tenía 20 años y era muy lento leyendo, así que eso me enfadaba mucho. Pero, a la vez, pensaba que, si no leía, estaría perdido. Tenía un gran miedo al fracaso, lo que no está mal, y acabé enganchado a esto». O lo que es lo mismo: «Tu vida está en tus manos y, si alguien te dice lo que hacer, no deberías hacerlo».

Es el mismo misterio el que le lleva a «no dar nunca por sentado qué va a causar qué». Ni siquiera a la hora de abordar las cuestiones más personales: «Llevo con mi mujer 53 años y nunca sé lo que va a salir por su boca, pero quiero estar allí para escucharlo. Esa es la naturaleza del amor. El 40% de las veces dice algo que no me sorprende, y por eso le doy gracias a Dios -bromeó-, pero el 60% restante ni ella sabe lo que va a decir». Así que ese verso suelto que es Richard Ford se enfrenta a quien haga falta para defender su obra: «A veces, cuando estás revisando, el editor encuentra una palabra y pone problemas porque te dice que le hace pararse. Y yo siempre les respondo: '¿Y qué problema ves? El problema no es mío, sino tuyo, que tienes que aprender algo nuevo'. No todo tienen que entrar tan fácilmente en tu cabeza como si fuera pan de molde».

Libre también a la hora de elegir sus temas: «No me preocupa escribir historias que hagan que el público rechace a mi país. Lo que hay que hacer es decir la verdad. Escribir de las cosas más oscuras es un acto de optimismo. No soy defensor a ultranza de EE UU, excepto en las cuestiones sentimentales. Por ejemplo, me ofende Trump porque está mandando todo al garete. Y creo que nuestro país, donde la gente está rasgándose las vestiduras porque no viven una vida tan buena como la de sus padres, es mejor que eso».

Algo que demostró en 'Canadá', donde «la sombra del incesto planeaba sobre el libro y eso ofendió a mucha gente, pero yo no estaba proponiendo que se hiciese. Cuando era más joven, sí que tenía una compulsión por escribir cosas sexuales, pero me di cuenta de que no lo hacía bien». O a la hora de hablar de sus influencias: «Cuando les preguntan por sus obras preferidas, muchos colegas buscan los libros más oscuros, aquellos que nadie conoce. Yo elijo los que me gusta leer». Y se ríe de quienes, antes que reconocer que no conocen una obra, le sueltan eso de: «Tendría que releerla».

Esa es su visión del canon: «Hay que estar en posesión de la verdad de uno mismo. No esperar a que nadie te autorice». Y también el motivo por el que no recomienda nada, excepción hecha de sus alumnos de Columbia: «No quiero decir a nadie lo que tiene que leer. Yo no soy así. Fui marine y tuve suficiente».

Así que no tiene reparos en reconocer que nunca se ha terminado un libro de Foster Wallace. «De hecho, creo que escribió con la expectativa de que nadie se los terminase. Apostaría por eso. Pero no lo sabemos porque está muerto». O que Harold Bloom, «un viandante de la literatura», tampoco es de su devoción. «Piensa que las influencias son malas y eso no me interesa mucho. Porque todos estamos en hombros de alguien».

También que le 'robó' al 'Boss' el título de su libro 'Independence Day'. «Oí una canción preciosa y pensé: 'Esto puede ser el título de mi libro'. Y, cuando tengo el título, tengo mucho. A Springsteen no le importó que se lo robase, porque ganó más dinero por la canción que yo con el libro y sigue ganándolo», ironizó. Y, no contento con eso, después escribió la reseña de sus memorias para 'The New York Times' puesta la condición de que solo lo haría si le gustaban: «No quería que los fans tirasen cócteles molotov a mi casa. Pero el libro me encantó, aunque él no me gusta demasiado».

Y, entonces, salió a relucir Dylan: «Lo que ha hecho es persuadir a los viejos de la Academia sueca de que eso era literatura. La literatura está en manos de la gente que la hace. Ponerse del otro lado es ser exclusivo, tacaño, anti-arte. Es susceptible de poder ser acusado de envidia». Y Richard Ford recibió un aplauso de los buenos. Por tener valentía de revelar que, cuando su padre murió en sus brazos, él tenía 16 años y sintió «un gran alivio»: «Porque, a partir de entonces, era mi propia vida, ya no era la suya. Una respuesta poco convencional que me llevó 45 años entender que estaba bien». De llamar a movilizarse contra el racismo: «Los blancos no pueden relegar el tema. He visto a policías pegar y a niños recibir palizas. Tenía once años cuando vi que mataban a personas por eso. Alguien va a tener que correr riesgos éticos y yo estoy preparado». De defender que «mujeres y hombres son más parecidos de lo que parece». De contar que, a veces, en su libreta, dibuja «algo tan banal» como el sofá que planea comprarse con Kristina. «No quiero que parezca tan sagrado».

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