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Banville firmó libros a sus numerosos seguidores.
John Banville desnudó sus dos personalidades en el Teatro Jovellanos

John Banville desnudó sus dos personalidades en el Teatro Jovellanos

El escritor irlandés reconoce que todavía siente «náuseas» ante su novela aún por terminar

paché merayo

Jueves, 23 de octubre 2014, 00:41

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Con el mar de fondo, no el de su Irlanda natal, sino el que empezaba a oscurecerse a pocos metros del teatro, John Banville se encontró con Benjamin Black. Les reunió sobre la tarima del Jovellanos, lleno a rebosar ante la cita, el escritor argentino Rodrigo Fresán. Intentando contestar a sus cuestiones los dos autores que son uno, el que se llevará mañana a su casa el Premio Príncipe de las Letras, hablaron del «misterio necesario» de la vida, «que desaparecería si conociéramos su significado antes de la muerte». También de la infelicidad «ordinaria». Según John Banville, «todos somos personajes de una tragedia griega» y no podemos existir mucho tiempo cerca de la dicha. Black, que se «toma casi todo como un juego», opina lo mismo, pero él que es «un artesano» del que el propio Banville se siente «orgulloso», no tiene «pretensiones» o «al menos no conscientemente». Eso sí, se siente como «un «pequeño dios» cuando sobre su mesa de trabajo (diferente a la de Banville) se cruzan sus personajes y se pregunta: «A ver qué hago con ellos».

Sin embargo, al autor de 'El mar', (por cierto la novela que copó casi la mitad de la velada y que prácticamente la totalidad del público asistente, miembros de clubes de lectura de Asturias, Galicia y Cantabria, había leído) no le importa el destino de los hombres y mujeres que pululan por sus historias. «A Banville», dice el propio Banville, «lo que le preocupan son las palabras, la perfección de las frases». Por eso, confesó, «hasta que inventé a Black no disfruté realmente de ese ejercicio todopoderoso».

No lo dijo ayer, pero lo ha dicho en otras muchas ocasiones. Black escribe en el estío y Banville en el resto de las estaciones. Todo parece distanciarles, pero ayer al hablar de cine, de amor, de infancia y finalmente de literatura quedó claro que solo hay un corazón latiendo en ambos. Un corazón que cuando bombea sangre del autor real, Banville, siente no el placer del juego de su heterónimo que escribe historias de género, sino el dolor de la inseguridad. Ayer llegó a decir ante que no solo le atacan las nauseas. También el «asco».

Eso es lo que siente ahora con el último título de John Banville sobre su estudio. Una novela que comenzó a escribir en enero de 2011 y que cuando lleva 60.000 palabras afianzadas sobre el papel quiere volver a empezar. «Inicié la escritura pensando hacer una obra maestra. Iba a sorprender a todos. Cuando iba por la mitad del texto sentí que me costaba mucho. Llegando al final me iba embarrando cada vez más en un lodo muy pesado, pero tenía que terminar. Seguí adelante y hoy sé que todo está mal, pero me he dado cuenta a tiempo y eso es ser escritor, seguir siempre adelante, saber detenerte y saber también cuándo tienes que mirar atrás y ponerte de nuevo a corregir».

Hablaba de este modo el Príncipe de las Letras llegando ya al final de la velada, después de que Black visitara las tablas del teatro, introducido por un montaje de películas de Humphrey Bogart, «la bellísima Lauren Bacall» y la actriz con «melena de caramelo Barbara Stanwyck», cuyo secreto para el éxito, dijo, «era ser una madre haciendo de zorra». Y hablaba así después de declararse posthumanista, porque no cree que «el hombre sea el centro del universo, sino solo una parte del mundo animal del que se ha desligado» y tras tratar de reconstruir «el romanticismo del siglo XIX» y esa capacidad de creación «que viene de la conciencia de que somos seres perecederos».

Una vez asumida esa conciencia tan intensa, no cree «saber lo que hay dentro» ni de la vida ni de las personas. Por eso se queda, como Nietzsche, «en esa superficie donde está la profundidad real». Trata, dijo, «de reflejar el plano sin intentar penetrarlo». Se trata, explicó, de mantener el misterio, pero también de que «no sé ir más allá. Por eso escribo en primera persona, porque no sé escribir utilizando otra voz». Y eso, que, según sus amigos, se conoce menos a sí mismo que a quienes le rodean. Pero al menos se conoce lo suficiente como para expresar que su verdadero yo, Banville, «es como esa esposa del siglo XIX que se queda en casa cuidando los niños y Black el que sale a conocer mundo». Probablemente fue Black el que pidió a «todas las mujeres de ojos negros» -como su libro- que le dejaran el teléfono a la salida. No lo dijo en el teatro, sino en su viejo ambigú ahora remodelado. El Dindurra testificó el final de la velada, que comenzaba con 'El mar'. Sobre sus lomos literarios vertió una bella oda al pasado, ese que también le permite de vez en cuando jugar a ser Dios.

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