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El coronel Muamar Gadafi lleva 42 años en el poder. / Reuters
El niño acosado que dominó a su pueblo
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El niño acosado que dominó a su pueblo

El coronel ha conservado el poder 42 años bajo una dura represión y oculto tras sus extravagancias

IVIA UGALDE

Jueves, 20 de octubre 2011, 18:10

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De sangre bereber e hijo de un pastor de camellos, Muamar Gadafi asimiló desde su infancia el sentimiento anticolonialista inculcado por su abuelo y por su padre. Nacido hace 69 años en un campamento beduino levantado en pleno desierto, nadie podía imaginar que aquel niño al que despreciaban sus compañeros de clase alcanzaría precisamente el poder absoluto en Libia sin más armas que el carisma mostrado a sus compañeros de fila que, junto a él, participaron en el derrocamiento del rey Idris en 1969. Desde entonces, el coronel ocultó su ensangrentado puño de hierro en la extravagancia, la astucia, su falta de límites y una extraordinaria capacidad de adaptación a fin de sobrevivir a las presiones mundiales.

Escondido bajo coloridos atuendos, acompañado por su ejército de amazonas vírgenes, camellos y obsesionado por acampar en su jaima allá donde fuera, el tirano ha llevado una vida de excesos en la que ha sido capaz de protagonizar como nadie el papel de 'show-man'. Convencido de que su espectáculo no debía dejar a nadie indiferente y movido por unas incontenibles ansias de superarse en cada puesta en escena, el gobernante que durante más tiempo ha permanecido al frente de un país árabe llegó a acudir a actos públicos maquillado como una mujer y con zapatos de tacón e incluso no mostró reparos, en cierta ocasión, en ponerse a orinar en plena sesión de la Liga Árabe para mostrar su desacuerdo.

Las excentricidades del dictador han convivido del mismo modo con el terror al que ha sumido a seis millones de libios durante 42 años. Sin dar muestra alguna de debilidad, el coronel ha ahogado en la represión cualquier actividad opositora, al tiempo que ha mantenido hasta ahora un férreo control de los medios de comunicación. A cambio de mantenerse en el poder, el coronel trazó desde sus inicios una intensa campaña de propaganda en la que se ha definido a sí mismo como un intelectual, héroe nacional y líder espiritual de la nación. Pero la mecha de la revolución ha terminado por incendiarle sus propias manos.

A su llegada al poder, el joven Gadafi se propuso dar vida a una ideología única, a medio camino entre el capitalismo y el comunismo y combinado con aspectos del Islam. Su ideario político fue recogido en el conocido como Libro Verde, publicado en 1970, en cuyas páginas trazó un sistema alternativo que definió como «la democracia perfecta». Siete años más tarde, esa filosofía política se concretó en lo que llamó 'Jamahiriya' o «Estado de masas», que contempla que el poder sea ostentado por miles de «comités populares» y en el no se requería un rango superior al de coronel para presidir el país.

Mecenas del terrorismo

Fiel defensor en su juventud del panarabismo del exlíder egipcio Gamal Abdel Nasser e inspirado también en la figura del Che Guevara, Gadafi se vio obligado a renunciar a su gran sueño de crear los Estados Unidos del Sáhara, un intento de unión de Libia con países como Egipto, Siria y Túnez. Con su gran anhelo morían también sus primeros pasos de remodelación pacífica y nacía así su decisión de recurrir a la fuerza militar y al apoyo y financiación de cualquier actividad terrorista, bajo la única condición de que abrazaran los principios anticolonialistas o antimperialistas.

El rostro al mundo del Gadafi más reaccionario -sobre todo a raíz del atentado en 1988 contra un avión de Pan Am que cayó sobre la ciudad escocesa de Lockerbie y en el que murieron 270 personas, en su mayoría norteamericanos- condenó al ostracismo al régimen de Trípoli durante quince años. No fue hasta 2003 cuando el dictador optó por abandonar su papel de verdugo, consciente de la importancia de mantener abiertas las puertas de Occidente. Las disculpas ofrecidas por el ataque y el compromiso a indemnizar a las víctimas dieron paso a una nueva etapa en la que Barack Obama llegó a invitar al coronel en 2008 a la cumbre del G-8.

El nuevo Gadafi, antes comprometido luchador contra el imperio colonialista, cambiaba su imagen por otra en la que a golpe de suculentos acuerdos de petróleo giraba hacia otro lado las miradas mundiales de su férrea dictadura. Lejos quedaban los bombardeos de Estados Unidos sobre Trípoli y Bengasi en 1986 en los que perdió la vida con apenas cuatro años la hija adoptiva del coronel. En aquellos años convulsos el exjefe de la Casa Blanca, Ronald Reagan, llegó a calificar al líder árabe de «perro rabioso».

«La gente me ama», fue una de las últimas frases pronunciadas por el dictador en un delirante discurso televisado en el que se negaba a asumir el avance de los rebeldes y acusaba a la OTAN de invadir el país. Cuando su posición al frente de Libia se vio amenazada, el coronel mostró su decisión de resistir hasta el final con la firme promesa de «morir matando».

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