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José María Gil Tamayo, Juan José Omella y Fernando Fuentes Alcántara.
Los obispos condenan la corrupción y dicen que el «enriquecimiento ilícito es un pecado»

Los obispos condenan la corrupción y dicen que el «enriquecimiento ilícito es un pecado»

Aprueban un documento en el que piden perdón a los pobres por los momentos en que no han reaccionado "con prontitud"

Antonio Paniagua

Lunes, 27 de abril 2015, 13:01

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Los obispos han soltado una andanada contra la corrupción, causante de un "progresivo menosprecio de los ciudadanos por la política y sus representantes". En el documento 'La Iglesia, servidora de los pobres', aprobado por más de dos tercios del plenario de la Conferencia Episcopal, los prelados sostienen que el enriquecimiento ilícito "es una conducta éticamente reprobable y un grave pecado".

La acumulación de bienes derivada de la corrupción "supone una seria afrenta para los que están sufriendo las estrecheces derivadas de la crisis; esos abusos quiebran gravemente la solidaridad y siembran la desconfianza social".

Anticipándose a posibles críticas, el portavoz de la jerarquía católica, José María Gil Tamayo, ha asegurado que la instrucción pastoral "no es un documento contra nadie, no es la palabra de un contrincante político en tiempo electoral", sino "la voz de la Iglesia que quiere hablar a los fieles y una iluminación a los problemas que tiene nuestro país".

Para Juan José Omella, presidente de la comisión de Pastoral Social del episcopado y titular de la diócesis de Logroño, los obispos no pueden conformarse con una recuperación económica que no alcanza a todos. "Hasta que se haga efectiva en la vida de los más necesitados, no nos conformaremos", ha dicho.

De acuerdo con el documento, la corrupción es una "grave deformación del sistema político". De ahí que los obispos exhorten a una "verdadera regeneración moral", aunque son conscientes de que la mayoría de políticos "ejerce con dedicación y honradez sus funciones públicas".

La jerarquía eclesiástica arremete contra el capitalismo salvaje, la idolatría del dinero y la hegemonía de la "lógica mercantil". "Es la nueva versión del antiguo becerro de oro, el fetichismo del dinero, la dictadura de una economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humanos", señalan.

La desregulación financiera y la supremacía de los mercados, ajenos a cualquier control, propician una "tiranía invisible que impone unilateralmente sus leyes y sus reglas".

Los obispos invocan la doctrina social de la Iglesia y apuestan por una mayor equidad. "Esta tarea de restablecer la justicia mediante la redistribución está especialmente indicada en momentos como los que estamos viviendo".

La Conferencia Episcopal hace crítica y entona un mea culpa. "Pedimos perdón por los momentos en que no hemos sabido responder con prontitud a los clamores de los más frágiles y necesitados".

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