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«Te acuchillaré y veré cómo te desangras»

«Te acuchillaré y veré cómo te desangras»

La Fiscalía pide tres años de libertad vigilada para un menor por acoso a una compañera, que tuvo escolta policial

MARTA FDEZ. VALLEJO / DAVID S. OLABARRI

Lunes, 10 de octubre 2016, 15:30

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Entre los investigadores de la Ertzaintza y la Fiscalía le conocían como 'El Chinchetas' porque clavaba las hojas con sus amenazas en el pupitre y los cuadernos de sus víctimas con esos pequeños clavos. Este adolescente de 16 años sometió a una compañera de colegio a un acoso continuo y anónimo -llegó a describir en sus notas la forma en la que iba a a matarle-, que obligó a su víctima a vivir con escolta policial y finalmente a abandonar el centro de enseñanza vizcaíno y trasladarse a otra comunidad.

El acusado puso en jaque a la Policía, que tardó diez meses en detenerle. Le cazó una cámara colocada en el aula, que fue autorizada después de que comenzara su persecución a otra alumna. El dispositivo captó su figura manipulando algunos objetos que pertenecían a su segunda víctima. Nadie había sospechado de él. La Fiscalía solicita tres años de libertad vigilada, una de las peticiones más elevadas por bullying sin agresión física que se han registrado en España.

Este caso de acoso escolar pendiente de juicio ocurrió en un colegio ubicado en los alrededores de la capital vizcaína durante los dos cursos pasados. En enero de 2015 a una alumna de Bachillerato le empezaron a desaparecer cuadernos, libros, trabajos y se encontraba sus proyectos de tecnología descabezados... Los incidentes eran constantes, pero no se sabía muy bien qué estaba ocurriendo.

Libertad vigilada, solo para los casos muy graves

  • La inmensa mayoría de las condenas a los menores acusados de bullying que llegan a la Fiscalía se resuelven con medidas educativas para los chavales. Una petición de tres años de libertad vigilada en un caso en el que no ha habido agresión física "es insólita", coinciden varios letrados que han intervenido en procesos de acoso escolar consultados por este periódico. Da la medida de la "gravedad" de los hechos, apuntan.

  • Más de la mitad de las condenas que se imponen a menores por robos, hurtos o agresiones leves se zanjan con entre 6 y 9 meses de libertad vigilada. Sólo un 6% de esos delitos acaba con penas que superan los 18 meses de libertad vigilada. "Se trata de causar el menor daño posible a los chavales, de no meterlos en centros cerrados, sino en reconducir su conducta porque es más efectivo", añaden fuentes cercanas a la Fiscalía.

  • Si la mayor parte de las medidas que se aplican son educativas, en el caso del menor detenido por acosar a sus compañeras se ha solicitado tratamiento psicológico por las especiales características de su forma de actuar.

Las alarmas de que se trataba de un caso de acoso escolar saltaron cuando apareció escrita en la pizarra del aula, con grandes letras, la expresión 'hija de puta'. Sólo era el principio de una escalada de insultos y amenazas que acabó por aterrorizar a la adolescente y a su familia y convertirse en uno de los casos de bullying más graves que han llegado a la Fiscalía de Menores de Vizcaya, el más complicado de resolver y en el que más medios policiales y de investigación se han empleado, según fuentes próximas al Ministerio Público.

Investigación difícil

Un día la joven encontró las más de 60 páginas de su cuaderno repletas de insultos y amenazas, una diferente en cada hoja del estilo 'te voy a matar', 'voy a acabar contigo'. En otra ocasión la chica metió la mano en su cajón y se pinchó. En el interior de su mesa había una hoja con chinchetas que sujetaban notas con expresiones intimidatorias, "de causar verdadero miedo, de escalofrío", indicaron las mismas fuentes. Los padres denunciaron en comisaría el acoso que estaba sufriendo la joven en mayo de 2015.

La Ertzaintza puso en marcha una investigación en el centro escolar, que se prolongó durante meses y resultó muy complicada. Los agentes encargados del caso investigaron a varios alumnos del colegio, estudiaron las notas con las amenazas e incluso realizaron pruebas caligráficas. Estrecharon el círculo de sospechosos en media docena de alumnas. Estaban convencidos de que la autora de esta persecución era una chica. Creían que podía ser un asunto de celos entre compañeras.

Pero se equivocaban. El acosador les estaba engañando, simulaba ser una mujer. Escribía sus notas en mayúsculas y modificaba su caligrafía para no ser detectado. Sus expresiones estaban medidas para que pareciera que la autora era una alumna. Mientras tanto, él actuaba con un odio fuera de lo normal. En esos mensajes que en varias ocasiones dejó clavados con chinchetas llegó a describir con detalles cómo pensaba matar a su víctima: "Te esperaré en una esquina en la calle, cuando vayas sola, te clavaré un cuchillo y me quedaré a contemplar cómo te desangras". El riesgo parecía tan evidente que la Ertzaintza decidió poner escolta a la menor. La Policía solicitó también medidas de investigación, como pinchar algunos teléfonos, pero la Fiscalía y los jueces no las autorizaron al considerar que resultaban demasiado invasivas.

Segunda víctima

La familia estaba atemorizada. La madre comenzó a llevarse a su hija con ella cuando tenía que viajar por motivos de trabajo con el fin de evitar que fuera al colegio. Al volver de uno de esos viajes, madre e hija se encontraron el portal llenó de pintadas con los mismos insultos y amenazas de muerte, escritas con letras de más de un metro de altura. Los timbres de los vecinos aparecieron con las mismas expresiones como si el agresor quisiera que todo el vecindario se enterara de su odio a la joven. Las pintadas fueron de tal calibre, que el Ayuntamiento de Bilbao tuvo que enviar una brigada de limpieza para borrarlas.

La investigación no avanzaba, los agentes daban palos de ciego a pesar del fuerte despliegue de medios que se destinó al caso de 'El Chinchetas'. La familia, consciente del riesgo que corría la menor, decidió sacarla del colegio y trasladarse a vivir a otra comunidad.

Pero entonces, el supuesto acosador eligió una nueva víctima. Recién empezado un nuevo curso, en octubre de 2015, otra alumna comenzó a sufrir el mismo calvario. Le empezaron a faltar libros y cuadernos, luego aparecieron trabajos rotos y después llegaron las notas con insultos y amenazas. El mismo patrón. La dirección del colegio exigió instalar cámaras en espacios comunes, como el aula en la que estaba la nueva víctima. La Fiscalía lo solicitó y los juzgados autorizaron las grabaciones. Uno de los dispositivos, colocado en el techo y que apuntaba hacia la mesa de la estudiante, captó la figura del muchacho cuando manipulaba objetos encima del pupitre. Pero no grabó su cara. Sólo sus manos y su ropa.

La Policía le identificó. El chico lo negó todo en un primer momento. Pero la Ertzaintza tenía pruebas. Habían encontrado sus huellas en las chinchetas que empleaba en sus misivas y hallaron también su rastro genético en los objetos que había manipulado de las compañeras. El acusado acabó por confesar ante la Policía.

Los agentes y el centro educativo no daban crédito. Sin el rastro del vídeo, nunca hubieran sospechado del adolescente porque era un muchacho que no llamaba la atención, a pesar de que su forma de actuar mostraba a una persona extremadamente inestable. La Fiscalía pide, entre otras medidas, tres años de libertad vigilada para el menor.

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