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Lawrence, con Remedios, antes de que el hombre decidiera que no la soportaba un minuto más.
Roba un banco para ir a prisión y no vivir con su mujer y lo condenan a arresto domiciliario

Roba un banco para ir a prisión y no vivir con su mujer y lo condenan a arresto domiciliario

El plan de Lawrence Lipple no funcionó. «La verdad es que nunca quise hacer daño a nadie. Pido disculpas»

irma cuesta

Martes, 20 de junio 2017, 04:08

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Lawrence John Ripple lo tenía todo pensado. El plan, se decía desde hacía semanas, era perfecto. Desesperado, harto de discutir e incapaz de aguantar un día más a su mujer, el pasado 8 de septiembre salió de su casa en Kansas City y se dirigió a la sucursal del Bank of Labor, en el 756 de la avenida Minnesota, a tan solo unos metros de la comisaría. Una vez dentro, Lawrence se acercó a uno de los empleados y le mostró una nota en la que había escrito: «Tengo una pistola, deme el dinero». Sin decir una sola palabra, el hombre esperó a que el cajero le entregara los 2.924 euros que en ese momento había en la caja. Luego, sin inmutarse, ante un grupo de empleados incapaces de dar crédito a lo que estaban viendo, se sentó a esperar que llegara la Policía.

Cuando irrumpieron los agentes y fue interrogado, Ripple les contó que esperaba con impaciencia a ser encarcelado. Cualquier cosa antes de volver a casa con Remedios, la mujer con la que, hasta entonces, había compartido su vida.

El plan de Ripple habría resultado perfecto si no fuera por esos extraños giros que a veces da el destino cuando mueve los hilos de la Justicia. El hombre se las prometía muy felices en la cárcel sin nadie haciéndole la vida imposible, pero el juez del distrito, Carlos Murguia, ha echado por tierra todas sus ilusiones al condenarle, en una sentencia que se acaba de hacer pública, a seis meses de arresto domiciliario, tres años de libertad vigilada y 50 horas de trabajo comunitario, además de pagar una multa de 220 euros al banco para compensar las horas que no hicieron los empleados el día del robo, ya que tras el susto fueron enviados a casa. Su abogado y los fiscales federales, creyendo que quizá Ripple estuviera exagerando y que su vida con la señora Remedios no fuera tan horrible como él decía, reclamaron a su señoría clemencia para el acusado.

Eso, a pesar de que él se había declarado culpable soñando con una condena de al menos tres años. Decidido a no volver al hogar que compartían bajo ningún concepto, durante su estancia en prisión preventiva escribió a su mujer anunciándole que no debía albergar ninguna esperanza: «Prefiero estar en la cárcel que en casa», le dijo. Y es que, durante las semanas en las que permaneció en el centro de detenciones del Condado de Wyandotte, y más tarde en la prisión federal de Leavenworth hasta la celebración del juicio, Lawrence fue un hombre feliz.

Enfermo y deprimido

Hay que decir, en defensa de su esposa, que las cosas no eran exactamente como él las contaba. Los problemas para el señor Ripple comenzaron en 2015, cuando se sometió a un triple bypass. La operación, según explicaron en el juicio sus abogados, le produjo una depresión que nunca le fue diagnosticada y que, por lo tanto, tampoco había sido tratada.

La realidad es que, antes de llegar a la conclusión de que prefería la cárcel a aguantar a su mujer, el atracador de Kansas nunca había cometido ningún delito. Al contrario, según sus vecinos, siempre había sido un buen marido y un fantástico padre para los cuatro hijos que tenía Remedios cuando se caso con él. Su abogado esgrimió ante el juez que el robo no había sido más que un grito de auxilio y, en vista de que todo apuntaba a que no estaba en su sano juicio cuando cometió el robo, incluso el vicepresidente del banco y el cajero amenazado apoyaron la petición de clemencia.

El caso es que en estas últimas semanas la vida de Ripple ha vuelto al redil. Está en tratamiento, parece que no le resulta tan complicado convivir con Remedios, y sus hijastros han hecho piña para ayudarle a salir de la depresión. Incluso ha pedido disculpas asegurando que nunca quiso hacer daño a nadie. Quizás, a la postre, sí resultó ser el atraco perfecto.

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