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Amanda Figueras. Laila Serroukh
«El Corán es igualitario, hoy Alá diría portavoza»

«El Corán es igualitario, hoy Alá diría portavoza»

La periodista Amanda Figueras, convertida al islam, asegura que «para muchas mujeres llevar velo es una herramienta de lucha contra el sistema, igual que para las Femen lo es mostrar el pecho»

Arantza Furundarena

Martes, 27 de febrero 2018, 12:19

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Para esta catalana de Vilafranca del Penedés todo comenzó cuando le tocó cubrir como periodista los atentados del 11-M. A partir de ahí, empezó a indagar sobre el islam. Profundizó cada vez más y un día, leyendo el Corán, sintió que debía hacerse musulmana.

Hoy a Amanda Figueras le cambia la voz cada vez que pronuncia el nombre de Alá. A sus 40 años tiene un bebé de nueve meses, está casada con un egipcio musulmán y se siente feminista. Ha explicado su transformación en un libro editado por Península bajo el título 'Por qué el islam'.

Creo que no se considera conversa.

–No me he convertido porque aunque me educaron en un entorno cristiano mis padres no me bautizaron. Y en la palabra converso hay un sentido de traición que no comparto.

¿Cómo reaccionaron sus padres?

–De la manera normal, con miedo. Pensaban que me estaba metiendo en un modo de vida restrictivo, violento, oscuro... Que me pondría en una situación de inferioridad respecto a los hombres. Pero con el tiempo, al ver que el islam no me ha hecho daño sino todo lo contrario, lo han aceptado con total naturalidad.

¿En qué le ha beneficiado el islam?

–En haber encontrado una guía, un sosiego, una esperanza. La fe es como una medicina para el alma.

¿Sintió una revelación mística, una llamada?

–No fue una llamada, pero sí un despertar. Yo antes daba gracias a la vida y ahora le doy gracias a Alá, el creador del universo y de todas las cosas.

¿Es necesario seguir un credo para obrar bien?

–Evidentemente no hace falta tener una religión para ser buena persona. Pero yo sí me siento mejor persona siguiendo lo que me dice el islam.

¿Y qué le dice?

–Lo importante es darnos cuenta de que nuestra vida en la Tierra es una vida corta. Para nosotros es importante sembrar aquí para cosechar en la otra vida.

¿En ese paraíso lleno de huríes...?

–Hay mucha manipulación por parte de la gente que intenta intoxicar el islam. El paraíso que Alá nos promete en el Corán es un lugar eterno donde no hay ni sufrimiento ni dolor y hay bondades iguales para los hombres y las mujeres. El Corán es muy justo, igualitario e inclusivo, aunque esto se desconozca. Yo si me pongo a imaginar, creo que Alá hoy podría decir 'portavoza'.

No parecen muy igualitarios países musulmanes...

–El mundo árabe es una minoría dentro de los países islámicos. Hay países de mayoría musulmana en los que hay mujeres presidentas mucho antes que en países cristianos. Es importante dejar de repetir que el islam mantiene a la mujer sometida, porque una cosa es lo que dice el islam y otra lo que hacen las sociedades musulmanas.

Es que lo hacen en nombre del islam.

–Mire, en 2010 unos investigadores de la Universidad de George Washington en Estados Unidos hicieron una clasificación de los países que más seguían la 'sharía' o ley islámica, que aquí se asocia con pena capital, pero en realidad la sharía es la manera de vivir el islam en todas sus obligaciones y derechos. Tras analizar países tanto musulmanes como no musulmanes resultó que el primer país que sigue la sharía es Nueva Zelanda.

¿Nueva Zelanda?

–Sí, seguido de Luxemburgo e Irlanda. Y el primer país musulmán en aparecer en la lista es Malasia, en el puesto 38. Es decir, el islam nos garantiza una serie de derechos, un cuidado del medio ambiente, un reparto equitativo de la riqueza, bienestar animal, protección de los huérfanos... Hay que arrojar mucha luz sobre el islam porque se ha oscurecido el verdadero sentido.

¿Y quién lo ha oscurecido?

–Desde Occidente hurgamos continuamente en los países musulmanes y tendemos a juzgarlo todo con nuestros estándares 'occidentalocéntricos'. Hay mucha tendencia a reducir las cosas. En el imaginario colectivo el islam es una religión retrógrada, represiva... Yo en mi libro intento dar una visión más real y creo que es importante que lo cuente alguien musulmán, que lo ha experimentado. Por lo menos que nuestra voz sea oída.

Su marido es musulmán. ¿Se convirtió por él?

–No, yo no me acerqué al islam por mi pareja. Sin embargo, es frecuente y no tiene nada malo. Hay mujeres que conocen a un chico atleta y ellas también se ponen a correr. Nuestras parejas nos influyen mucho en la manera de vivir. No es que nos coman el coco. Los musulmanes no tienen penes mágicos que nos hacen convertirnos a las mujeres a su religión.

¿Qué pensaba de las mujeres con velo cuando era una periodista agnóstica?

–Me producían curiosidad. Tenía la sensación de que se estaban limitando. Me preguntaba por qué lo hacían.

Eso le pregunto yo. ¿Por qué lo hace?

–Primero quiero dejar claro que yo defiendo la no obligatoriedad del velo. Nadie puede obligar a una mujer a usar el velo y nadie puede prohibírselo. Hay mujeres que piensan que es un mandato divino. Otras lo hacen por sentir que pertenecen a una comunidad. Otras por luchar contra los cánones de belleza establecidos...

¿Y usted?

–A mí el velo me hace sentir bien. Me gusta mostrar orgullosamente que me reconozco como musulmana. Además, estoy convencida de que me hace ser mejor, porque siento que Alá está conmigo en todo momento y me recuerda el deseo de agradarle. El hiyab para mí es una manera de estar en el mundo.

¿Y el burka?

–Personalmente no me gusta. Pero entiendo que las mujeres deben de tener el derecho de elegir, igual que tengo yo el derecho de elegir el velo. No hay que legislar en torno al burka igual que no legislamos sobre el casco del motorista. La mujer musulmana que decide usar el velo como una herramienta de lucha contra el sistema está haciendo lo mismo que las de Femen enseñando su pecho.

¿A usted qué le prohibe su religión?

–Lo que más se conoce aquí son los ‘noes’ del islam: no al cerdo, no alcohol, no a las relaciones prematrimoniales. No es que me lo prohíba. El islam nos enseña a apartarnos de las cosas que son perjudiciales para nosotros. Por ejemplo, el alcohol. Yo no lo bebo desde que soy musulmana y no lo echo de menos.

Más información en www.elcorreo.com.

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