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«Nadie me dijo que mis padres habían muerto»

«Nadie me dijo que mis padres habían muerto»

Dos niños supervivientes del atentado de ETA en el cuartel de Zaragoza relatan sus emociones. Hoy se cumplen 30 años del día en que la banda asesinó, en la capital aragonesa, a once personas, cinco de ellas niñas de entre 3 y 14 años

A. GONZÁLEZ EGAÑA

SAN SEBASTIÁN.

Lunes, 11 de diciembre 2017, 08:22

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El 11 de diciembre de 1987, José María Pino dormía en su habitación del cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza, cuando escuchó una enorme explosión. Eran las 6.13 de la mañana, abrió los ojos y lo primero que vio fue una nube de polvo. Todavía hoy recuerda el olor a explosivo y a lluvia y que cuando se disipó aquella nube gris, su hermano y él tenían el cielo sobre su cabeza. Se había caído la parte del cuartel que coincidía con su casa. Dos bomberos, que aún hoy se pregunta cómo entraron, sacaron a los dos hermanos del rinconcillo en que se quedó reducido su dormitorio. Aquello era un precipicio. Su casa se había convertido en una montaña de escombros. «Ni siquiera pregunté por nuestros padres y mi hermana, yo ya sabía que habían muerto», relata uno de los niños que sobrevivió al atentado ocurrido hace treinta años en la casa cuartel de la capital aragonesa. Aquella mañana, el comando Argala de ETA había hecho estallar un coche bomba cargado con 250 kilos de amonal en la puerta del acuartelamiento, que causó once muertos, cinco de ellos niñas, de entre 3 y 14 años, y 88 heridos. Allí dormían 40 familias.

Silvia, de siete años, la hermana pequeña de José María, y sus padres, el guardia civil José Julián Pino y Mª Carmen Fernández, fueron tres de los once asesinados en el brutal atentado. La banda terrorista también acabó con las vidas del cabo primero José Ignacio Ballarín y su hija Silvia; del agente Emilio Capilla, su mujer María Dolores Franco y su hija Rocío; y del joven Pedro Ángel Alcaraz y sus sobrinas gemelas Esther y Miriam.

La Audiencia Nacional condenó en 1994 a Henri Parot a 1.802 años de cárcel como autor criminalmente responsable. Su hermano, Jean Parot, así como Jacques Esnal y Fréderic Haramboure, los etarras que le acompañaron, fueron sentenciados a cadena perpetua por un tribunal de París en 1997. En 2003, el alto tribunal condenó a Francisco Mujika Garmendia, 'Pakito', y a José María Arregi Erostarbe, 'Fiti', a sendas penas de 2.354 años de prisión por ordenar la colocación de la bomba. José Antonio Urrutikoetxea, 'Josu Ternera', huido de la justicia desde 2002, formaba parte del comité ejecutivo de ETA cuando se decidió el atentado.

Cuarenta familias dormían en el cuartel cuando ETA accionó un coche bomba con 250 kilos de amonal

La Audiencia Nacional condenó a Parot a 1.802 años de cárcel como autor criminalmente responsable

Pese a los primeros momentos de confusión, José María Pino supo enseguida que acababan de sufrir un atentado. Además del dolor físico, porque tenía una pierna rota, aquellos días no podía dejar de llorar, sentía mucha rabia e impotencia. «Me iba a una habitación a llorar y me preguntaba por qué nos habían hecho eso si no habíamos hecho daño a nadie», pudo contar José María, bastantes años después a una psicóloga de la AVT, cuyo testimonio fue difundido por la asociación para mostrar a otras víctimas del terrorismo «que aunque se toque fondo, con ayuda se puede salir adelante».

ETA rompió la vida de José María para siempre. De ser un chaval de 13 años «feliz», pasó a cambiarle hasta su forma de ser. «Era muy raro que me riera por algo», relata. Se duele además de que nadie les ayudó en aquellos primeros años ni les dijo lo que había pasado. «A mí a día de hoy nadie me ha dicho que mis padres han muerto». A los meses les enviaron a los dos hermanos al Colegio de Huérfanos de la Guardia Civil en Madrid. «Eso fue la puntilla. El primer año lo pasé fatal».

Cuando cumplió la mayoría de edad, José María entró en la academia de la Guardia Civil. Estuvo trabajando en un pueblo de Cantabria, cerca de Bilbao. «Fue mi peor destino. La gente no quería a la Guardia Civil y fue un conflicto continuo. Empecé a temer por mi vida, a llevar arma, a mirar en los bajos del coche, empecé a pensar que me perseguían... Toqué fondo, me fui a otro destino, creía que pararían los síntomas, pero no. Estuve cinco o seis años más, pero no podía, era ansiedad y dolor en el pecho, tenía pesadillas despierto y dormido, un día y otro. Me volví loco», rememora. José María se tuvo que retirar. Le aconsejaron dejar el trato con los cuarteles y centrarse en una vida nueva. Pidió ayuda a la AVT y aprendió a vivir «de nuevo y mejor».

Sin tarta de cumpleaños

En el patio de aquel cuartel, que tuvo que ser derruido y que hoy alberga el Parque de la Esperanza, José María fue compañero de juegos de Beatriz Sánchez Seco, otra niña superviviente de aquel atentado. A ella se le cayó encima el techo y la puerta de su cuarto y su hermano acabó debajo de su cama, no sabe «si por la onda expansiva o por puro instinto de supervivencia». Aquel día era su quinto cumpleaños, pero nunca lo pudo celebrar. «Me quedé sin tarta. Cuando salga Henri Parot de la cárcel, como me entere del día, soy capaz de ir a pedírsela», sugiere con ironía. «De día del atentado no recuerdo muchas cosas, pero todos los 11 de diciembre, inconscientemente, me despierto sobresaltada a la misma hora, las 6 y 13», relata. De pequeña, Beatriz no entendía nada, solía decir que le habían preparado una fiesta con fuegos artificiales, «pero que se habían pasado...».

Los padres de Beatriz salvaron la vida gracias a su vecina. «Acabábamos de llegar al cuartel y le dijo a mi padre que como cosía a máquina a diario, mejor que ocuparan otro de los cuartos porque no le iba a dejar dormir. Si no llega a ser por eso...».

En su casa hasta que no cumplió los 18, no se habló apenas de lo ocurrido, pero Beatriz siempre pensó que «no solo querían matar a guardias civiles, sino también a sus hijos para que nunca pudieran seguir su estela». Era tal el silencio de su familia, que pasaron muchos años hasta que Bea se enteró por otra víctima del cuartel de que podían acogerse a una indemnización. «Me quedé de piedra, nadie nos había explicado nada». Se asoció a la AVT y tras mucho papeleo, «se me abrieron los ojos». Hoy como cada año volverá al lugar del atentado a recordar a las víctimas.

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