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Triana Martínez (primera por la izquierda) y Montserrat González (tercera), y Raquel Gago (cuarta), en la primera jornada del juicio por la muerte de Isabel Carrasco.
«La maté porque quería evitar que Triana acabase como una amiga suya de Gijón que se tiró al tren»

«La maté porque quería evitar que Triana acabase como una amiga suya de Gijón que se tiró al tren»

El punto de inflexión fue «el día que 'la Carrasco' quiso tener relaciones sexuales con Triana y ella se negó. A partir de ahí comenzó su suplicio»

Olaya Suárez

Miércoles, 20 de enero 2016, 03:58

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«En cuanto vi que Rajoy no iba a quitar a 'la Carrasco' de donde estaba, decidí matarla; era eso o ir al funeral de mi hija». Montserrat González se derrumbó cuando explicó ante el jurado popular el móvil que le llevó a planificar durante más de dos años la muerte de la presidenta de la Diputación de León. Entre lágrimas, relató que su única hija, Triana, «estaba muy mal por su culpa, fatal» y quería evitar «por todos los medios» que acabase «como una amiga suya de Gijón que se tiró al tren». «Si hubiese salido García Prieto como presidente del Partido Popular de León, no estaríamos aquí, la cosa habría sido distinta», sentenció en un discurso de 35 minutos en el que incluso su propio abogado tuvo que invitarla a que se centrase y acabase las frases.

De negro riguroso, sin maquillaje y sin parar de mover el tapón de la botella a la que se aferraba como se aferró al revólver el día que mató, «por convicción», a Isabel Carrasco en un puente de León sobre el río Bernesga, exculpó «totalmente» a Triana y manifestó que pese a que en un primer momento le contó sus intenciones -e incluso le pidió que buscase en internet «cómo conseguir un arma, un día que la vi con el ordenador encendido»-, a medida que pasaron los meses entendió que «era mejor mantenerla al margen. Si sabía que yo tenía un arma, igual se pegaba un tiro», aseguró.

Empezó a trazar su macabro plan en 2012, «después de más de un año de persecución y de que le hiciese la vida imposible a mi hija, a la que se le cerraban todas las puertas laborales por miedo a represalias». El punto de inflexión, dijo, fue el «día que 'la Carrasco' quiso tener relaciones sexuales con Triana y ella se negó, a partir de ahí empezó un suplicio». Sin embargo, esos supuestos abusos sexuales que sufrió la acusada en casa de la víctima no fueron alegados hasta seis meses después de la detención. «Por vergüenza», dijeron entonces. La que no tuvo Montserrat ayer al explicar cómo «le iban a crear a Triana un puesto de funcionaria a su medida como ingeniera de telecomunicaciones en la Diputación» u otro de «directora general de Telecomunicaciones en Valladolid».

A la pregunta de su abogado, José Ramón García, de si no le parecía «extraño» que le facilitasen las preguntas de ese examen, contestó categórica: «Se las daban a todos los que tenían 'mano' y Triana llevaba muchos años afiliada». Finalmente, ese puesto laboral «fue para uno de Burgos que no era ni siquiera del partido, ni afiliado». Montserrat no pudo más. Veía cómo su hija perdía hasta 25 kilos y que «la gente ya ni quedaba con ella porque 'la Carrasco' le decía a todo el mundo que no se le acercase». Decidió tomarse la justicia por su mano. Y no se arrepiente «para nada», como ella misma dijo ayer en la sala de vistas de la Sección Tercera de la Audiencia Provincial de León en la primera sesión de un mediático juicio para el que han sido acreditados 150 periodistas.

Eximente incompleta

Su defensa no niega el asesinato, ni la tenencia ilícita de armas, ni tampoco el atentado a la autoridad, pero busca para su clienta una eximente incompleta por trastorno mental para reducir los 23 años de prisión que le pide el fiscal. Alega una obcecación y un trastorno de ideas delirantes. Sin embargo, los informes forenses juegan en su contra, ya que los psiquiatras no aprecian patología alguna, aunque sí una relación de sobreprotección con su hija. «Tenía escoliosis y no la podía dejar ni un solo momento sola, porque le tenía que poner y quitar el corsé», esgrimió para defender esa unión entre ambas, que la llevaban a compartir piso con ella en León, dejando solo a su marido durante la semana en Astorga, donde por entonces ocupaba la jefatura de la Comisaría del Cuerpo Nacional de Policía. En la actualidad está destinado en Gijón y ejerce labores de mando de la Policía Judicial.

Montserrat no sólo apartó de cualquier responsabilidad a su marido y su hija, también a la otra acusada, Raquel Gago. Para ellas dos el representante del ministerio público solicita la misma pena que para la autora confesa, 23 años de prisión. «No sabía nada ninguna de las dos, ni una, ni otra. Es evidente que si la maté para evitarle un problema a mi hija, no la voy a meter en todo esto, es ridículo», manifestó.

La compra, en Gijón

Durante su testimonio, reiteró la versión que ya aportó durante la fase de instrucción sobre la procedencia del arma homicida. El arma, según sus palabras, «se la compré a un hombre que se llamaba Armando y que tenía un bar en Gijón». Ese hostelero regentaba un bar en La Algodonera, en el barrio de La Calzada, y falleció hace dos años, por lo que la versión de la procesada no puede ser corroborada. «Llevaba tiempo intentando hacerme con una pistola y en un mercadillo de Gijón conocí a una mujer que me dijo que en el bar Armando vendían armas y de todo», afirmó Montserrat. «Fui con una amiga un día hasta allí para hablar con él y quedé en volver a los pocos días», añadió. Según su testimonio, regresó «sola» y «por 2.000 euros me dio el revólver y además me regaló una pistola y una navaja. Fuimos andando a las afueras de Gijón -no especificó dónde- para probarlas; él metió las balas y tiramos varias veces cada uno. No fue difícil», manifestó, con total tranquilidad.

Su versión deja en el aire un interrogante planteado por las acusaciones particulares, que dudan de que la compra se haya realizado donde ella asegura y no sea una «treta» más de su estudiada planificación, ya que la muerte de Armando fue publicada en EL COMERCIO. Los restos mortales fueron localizados dentro de un bar un mes después de su fallecimiento debido al olor de putrefacto que notaron los vecinos. «Los muertos no hablan y no se pueden defender, pudo ver la noticia en el periódico en una de sus muchas visitas a Gijón y que les sirviese de coartada», dijeron los abogados. Nunca pensó ese hostelero con numerosos antecedentes -entre otros muchos, de abuso sexual sobre una joven después de drogarla con morfina- que su nombre iba a quedar unido para siempre al de la presidenta de la Diputación de León.

La familia vivió 15 años en Gijón, donde su padre estuvo también anteriormente destinado y conservan el piso de la calle de Marqués de Casa Valdés, al que ahora ha regresado el padre. De su estrecha vinculación a la ciudad, las compañeras de aulas del colegio de La Asunción en el que estudiaba Triana recuerdan «el férreo control que la madre ejercía sobre la hija». Ya por entonces tenía unos planes muy concretos para ella y no había obstáculo que se le resistiese. Esas pretensiones la han llevado directamente a la prisión de Mansilla de la Mulas.

Los informes de calificación

Si la tarde del juicio estuvo por entera dedicada a la declaración de la primera acusada -que se negó a contestar a las preguntas de las acusaciones públicas y privadas-, la mañana fue para la presentación de los informes de calificación de las partes. El fiscal Emilio Fernández planteó un escenario muy distinto al que dibujó Montserrat horas después. Sostiene que las tres acusadas del asesinato cometido en mayo de 2014 tuvieron el mismo grado de responsabilidad, actuando «con una frialdad y una precisión impresionantes. Matar no es fácil. El crimen no se podría haber perpetrado sin la colaboración de las tres mujeres para que tuviera garantías de éxito. ¿Quién iba a pensar que la mujer y la hija del comisario de Astorga, en coordinación con una policía local, iban a estar detrás de lo ocurrido, si no llega a ser por la intervención del policía jubilado que presenció los hechos?», se preguntó el fiscal jefe de León, quien insistió en que las tres acusadas «no están locas, sino que actuaron movidas por el odio profundo que sentían por Isabel Carrasco. La figura de cada una de las acusadas es esencial, aunque Montserrat fue la que tuvo más coraje y apretó el gatillo», apostilló el representante del ministerio público.

Hoy están llamadas a declarar las otras dos acusadas de un crimen al que un guión no le podría haber añadido más ingredientes para convertirlo en todo un 'thriller' de envidias, rencores, intereses, ascensos sociales, drogas, sexo y obsesiones.

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