Virginia, la mujer que dio nombre al teatro convertido en el polémico centro de salud de Sotrondio
Los cinco hermanos Sopeña dedicaron a su madre el coliseo encargado a Manuel del Busto e inaugurado en Sotrondio en 1946 y el baile anexo, el Somar, al padre
Virginia Santos Lantero murió como vivió toda su vida: repartiendo. En su lecho de muerte, Virginia no perdió ocasión de dar las últimas instrucciones a ... sus hijos para que entregasen ropa, enseres y dinero a personas con nombre y apellidos. «Esta mujer quitó muchas hambres en Sotrondio», reveló una vecina a la familia tras hacerle su última visita. La mujer que dio nombre al teatro Virginia, en Sotrondio, (que ahora se reconvierte en un centro de salud, no sin polémica) falleció el 29 de abril de 1970, a los 82 años, como consecuencia de las complicaciones derivadas del estrangulamiento de una hernia. Años después, la familia vendería el coliseo a un constructor, tras un tiempo alquilado a la empresa Antonio Pesquera y Familia, poniendo punto final a una bonita historia. Pero, ¿cómo fue el comienzo?
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La historia se inicia con la boda de Elviro Sopeña Martínez (Mieres, 1883) y Virginia Santos Lantero (Ciaño, 1887). La ceremonia se celebró en Sotrondio el 26 de enero de 1906. Él tenía 22 años; ella, 18. El matrimonio tuvo cinco hijos: Elviro, Dolores, Julio, Oliva y Alejandro. Disfrutaba de una buena posición económica que derivó en el clásico reparto de funciones: él se dedicaba a los negocios y a disfrutar de la vida con alegría; ella cuidaba de los hijos. Así fue hasta el temprano fallecimiento del patriarca de la familia, debido a un infarto, el 31 de diciembre de 1933. Tenía 50 años. A su funeral, en primera fila, junto a la viuda y los hijos, acudió su perro, 'Sol', el cual, una vez enterrado el dueño, se tumbó bajo la mesa de la cocina para no volver a moverse más, pues allí murió al cabo de tres días.
Fallecido Elviro Sopeña, su primogénito se puso al frente de los negocios familiares, apoyado por sus hermanos. Así fue como diez años después, en 1943, surgió la idea de construir un teatro y un baile. La inversión se realizó con los beneficios de El Cribu, un lavadero de carbón, situado unos 300 metros aguas arriba del puente de los Gallegos que, en aquellos tiempos florecientes de la minería, era un extraordinario negocio al extraer el abundante mineral de desecho que llevaba el Nalón.
Obra de Manuel del Busto
Primero se construyó el baile, que la familia bautizó como Somar, acrónimo de los dos primeros apellidos del padre. Y a continuación, el coliseo. El proyecto conjunto llevó la firma del prestigioso arquitecto gijonés Manuel del Busto y de su hijo José Manuel, que lo presentaron en noviembre de 1943. Casi tres años después, el 18 de octubre de 1946, tuvo lugar la inauguración, que fue todo un éxito. Los Sopeña contrataron a la compañía de teatro gijonesa Eladio Verde, que representó 'El gallo de la quintana'.
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Los actores se alojaron en Sotrondio en casas particulares, pues de aquella no había hoteles en la zona. Desde entonces, ambos negocios se convirtieron en el foco central de esparcimiento del concejo: el Somar para bailar y el Virginia para ir al cine o al teatro. Los dos tenían una entrada común. A la izquierda se iba al coliseo; y a la derecha, al Somar, que celebraba baile los domingos y fue sede también de bodas y celebraciones. Tenía una gran pista de baile, la barra al fondo y una hilera de palcos a la izquierda desde donde se podía controlar todo. El éxito de ambos negocios fue rotundo, pero tuvo también sus consecuencias negativas. La familia comenzó a recibir amenazas de los milicianos echados al monte tras el final de la guerra civil, esos maquis a los que en Sotrondio se llamaba «los fugaos».
Extorsión de los maquis
En un principio no les prestó atención. Pero las amenazas fueron crecientes, en sucesivas misivas se advertía de que en caso de impago podría correr peligro la vida de los hijos y así fue como la madre acabó cediendo a la extorsión. Les exigían 40.000 pesetas de 1947, una fortuna. Y las pagaron. Fue la propia Virginia quien acudió a la entrega del dinero, con una clara convicción: «A mí no me van a matar». Así fue. La entrega se hizo a apenas unos metros del Somar y el teatro Virginia, le dieron «un recibo» para no ser molestada más y ahí acabó aquella truculenta historia.
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Con el correr de los años, Virginia, fiel a su comportamiento vital, siguió dando sin necesidad de extorsión. Hasta tal punto que acabó por quedarse sin nada. Cedió en vida todo el patrimonio familiar a los hijos y acabaron por ser estos quienes le derivaban mensualmente el dinero necesario. Un día al llegar un hijo a casa se la encontró repleta de ropa de futbolistas tendida por todas partes. «Pero, mamá, ¿qué es esto?». Era todo el equipamiento del San Martín. Una vecina se había comprometido a lavarlo, pero tenía poco espacio para tender y acabó en casa de Virginia.
Fiesta de los 80 años
Cuando cumplió sus 80 años, el 15 de septiembre de 1967, la celebración fue por todo lo alto. Y el lugar, el Somar. Allí se reunieron sus cinco hijos, sus catorce nietos y algún bisnieto, el último, con un mes de vida, quien escribe estas líneas. Vestía de negro, con su inmaculado pelo blanco recogido en un moño. Algunos de sus bisnietos la llamaban «la abuela del pelo blanco» para diferenciarla de la abuela real. Ella reía.
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Virginia falleció el 29 de abril de 1970. De sus cinco hijos, cuatro llegaron a nonagenarios. El menor, Alejandro, murió en Gijón en 2012 a los 93 años. Después quedó un testimonio de su generación, el de Efigenia, la viuda del primogénito de Virginia. «Nunca conocí a una mujer más bondadosa. Daba todo lo que tenía», reflexionaba para EL COMERCIO. Lo decía a sus 95 años, lúcida y con un bagaje personal ciertamente dilatado, allá por el año 2014.
Efigenia vio, desde la casa de enfrente, cómo se levantaba el Teatro Virginia hace ya ocho décadas, disfrutó de sus películas y de sus representaciones teatrales y bailó con Elviro en el Somar. De todo aquello quedó durante largos años una fachada ennegrecida, que estuvo a punto de demolerse, hoy en profunda transformación, y el clarividente recuerdo de una mujer de una pieza que se hizo acreedora con su desbordante humanidad del nombre del histórico coliseo: Virginia.
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