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El roble, que algunos aseguraban que era «centenario» o «casi», fue el testigo impasible de una lucha por su supervivencia que, finalmente, perdió. Sus restos, ... troncos y ramas talados ya en el suelo, tendrán otro uso en forma de mueble o de lo que convengan otros. Pero fue por un rato el centro de una guerra vecinal en pleno centro urbano de Pola de Siero. Todo comenzó poco después de las once y media de la mañana de este lunes: «¡Que nos lo cortan y queremos pararlos!», clamaba un grupo de residentes a la altura del número 23 de la calle El Rebollar, junto al camino del depósito de agua, una zona con viviendas de baja densidad donde todos se conocen.
Pero eso no fue impedimento para que fuera subiendo la tensión entre estos vecinos, unos a favor de la retirada del roble y otros, en contra. Estos últimos lo intentaron todo para frenar a los operarios que ya habían comenzado a cortar las primeras grandes ramas. Llegaron agentes de la Policía Local y de la Guardia Civil; hablaron con todos, con quienes protestaban, con quienes pedían la tala y con los propietarios de la parcela en la que se encontraba el árbol. Mostraron la documentación: «Es que tienen todo en regla, está permitida la tala», informaba un agente municipal a quienes se oponían.
¿Por qué estaba autorizado? Lo explicaban los propietarios de la parcela a EL COMERCIO. «Está justo al lado de una panera de más de trescientos años, y causa muchos daños con caídas de ramas y con las raíces. Los dueños nos llevan tiempo reclamando su retirada porque se trata de un inmueble protegido y cuesta mucho mantenerlo». Otros vecinos decían que una ráfaga de viento podría tumbar el roble y caer: «Y mi casa está al lado, podría ser uno de los afectados».
Y la tensión fue en aumento. «Que este roble no se toca, estáis avisados», increpaba una vecina a los operarios. «Venid, vamos a ponernos alrededor del árbol para frenarlos». No tuvo mucho éxito en el llamamiento: «No está enfermo, es un roble sano, este no cae ni con un misil». Otros, para justificar la tala, argumentaron que esa zona polesa fue en su día un bosque ahora lleno de viviendas; ¿y qué quería decir con eso?, le preguntaban: «Se llama progreso».
A las dos de la tarde ya era leña. Todavía queda algún roble más en esa calle que queda como testigo mudo de ese avance.
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