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Marta ha recibido formación para saber reaccionar ante serpientes.
«Blancos y negros no se mezclan»

«Blancos y negros no se mezclan»

vive en el desierto de Kalahari. De lunes a viernes vive en un campamento, donde ejerce como responsable de administración en la construcción de una planta termosolar

M. F. Antuña

Sábado, 23 de mayo 2015, 00:22

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La experiencia sudafricana de Marta Álvarez Telenti (Gijón, 1987) es un aventurón en toda regla que se desarrolla a 30 horas de puerta a puerta desde su casa de Gijón a la de Upington, pero no incluye las dos horas de viaje hasta el desierto de Kalahari, donde se desenvuelve su día a día entre la oficina y el campamento como responsable de administración de la construcción de una planta termosolar para TSK cerca de Globershoop.

Los lunes a las seis de la mañana sale de Upington rumbo al desierto. Los viernes vuelve. Son dos horas de viaje, una de ellas por pista de tierra. «Los pinchazos y los reventones son el pan nuestro de cada día y siempre te encuentras a alguno cambiando la rueda. Tras dos años, me podrían fichar para el pit stop de Alonso», bromea esta licenciada en Administración de Empresas por la Universidad de Oviedo que estudió en Holanda el último año de carrera. Allí contrajo «el síndrome del viajero eterno» que la ha llevado tan lejos.

Su vida está entre la oficina y el campamento, que tiene desde bar a gimnasio pasando por sala de ocio, pistas de tenis y pádel. «No sé ni cómo describirlo», confiesa, y revela después que no es fácil desconectar del trabajo, que las temperaturas son muy extremas de 0 a 22 grados en invierno, de 24 a 45 en verano con lo que es obligado el vestuario al estilo capas de cebolla y que no falta la compañía de escorpiones y serpientes. «Hace unos meses nos dieron un curso en el que explicaban cómo comportarse y manejarlas en el caso de tener algún encuentro con ellas, y no es para tomárselo a broma. Donde estamos, lejos de todo, una picadura puede acabar mal». Pero la experiencia también tiene cosas buenas: «Después de dos años aquí, me sigo quedando embobada con las puestas de sol y los amaneceres». Luego están las estrellas. «No hay comparación».

Los días laborables transcurren entre facturas; los de descanso, entre barbacoas y descubriendo una realidad que merece la pena conocer. «Sudáfrica es un país moderno y tampoco es tan inseguro como lo pintan. Como todo, tienes que andar con cuidado», apunta Marta, que no ha advertido un choque cultural muy profundo. «Es un país occidentalizado como consecuencia del pasado colonialista holandés e inglés», añade.

Claro que hay muchos matices que ponerle a lo dicho. Por una parte está la difícil integración con los locales. «La zona en la que nos encontramos es típicamente Afrikaner, en todo Upington solo hay un colegio con un aula por curso en inglés, el resto es todo en afrikaans. La impresión que tengo es que es una comunidad muy cerrada», explica. Claro que esa circunstancia no es común en el resto del país. «Mi pareja es sudafricana, creció en la costa, nos conocimos cuando trabajaba en una de las plantas termosolares y él tiene los mismos problemas que puedo tener yo para entablar amistad con la gente de la zona». No existe, sin embargo, esa traba con el resto de sudafricanos que trabajan en la región de North Cape, donde se están construyendo cuatro termosolares y hay una abundante colonia española.

Es su novio quien en, pocas palabras, traza las diferencias entre un país y otro: «Suele decir en plan de broma que en España y los españoles lo hacemos todo con dos horas de retraso, levantarnos por las mañanas, la comida, todo...». Ella añade otra diferencia no horaria: la expresividad. O más bien la ausencia de ella de los locales.

Otro de los aspectos que más llama la atención de Marta es el asunto racial: «Blancos y negros no se mezclan, te lo dicen así y no se ponen ni colorados», explica. Coexisten y punto. «Y ese es uno de los motivos por los que los españoles no estamos muy bien vistos. Nosotros si queremos ir a cenar con alguien, cenamos con esa persona sea del color que sea». Su conclusión es clara: «Este país necesita muchos años y mucha inversión en educación para poder destruir totalmente las diferencias».

Dicho lo dicho, hay otra conclusión inequívoca: «Sudáfrica es un país impresionante. Tiene mucho que ofrecer tanto en el plano turístico como de oportunidades laborales». Eso sí, le faltan los oricios, las moscovitas, el jamón, el arroz del Calasparra, el olor del mar... Y, por supuesto, la familia. Marta para estar más cerca desde los suyos ha creado su propio blog: onewayticketosouthafrica.blogspot.com.

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