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Khalid Laham, en la prefectura de Changshá, con Mao al fondo. E. C.
«Pasé frío y calor, pero fame nunca. La comida es prioritaria»
Asturianos en la diáspora

«Pasé frío y calor, pero fame nunca. La comida es prioritaria»

El ovetense Khalid Laham Marcos es profesor de español en una universidad china | «Toqué fondo tras la crisis, pero mi vida es una vida de superación. Soy un superviviente», cuenta este historiador

AZAHARA VILLACORTA

GIJÓN.

Sábado, 31 de agosto 2019

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Hubo un tiempo en el que Khalid Laham Marcos (41 años) estuvo «muy perdido». Fue allá por 2008, cuando, tras cursar Historia en la Universidad de Oviedo y obtener el Certificado de Aptitud Pedagógica (CAP), la recesión le pasó factura, como a tantos. «Toqué fondo con la crisis, pero mi vida es una vida de superación. Soy un superviviente», cuenta este ovetense de padre árabe, madre gallega y nacido «en el barrio de Buenavista, una zona en decadencia total. Solo tienes que ver el estado actual de la plaza de toros».

En aquel momento, Asturias solo le ofrecía trabajos precarios o contratos de pocos meses. Como, por ejemplo, en la Fundación Gustavo Bueno, donde estuvo medio año a cargo de su biblioteca. «Andaba muy tirado, así que decidí marchame a Londres, donde encontré curro limpiando en una tienda de Louis Vuitton». El lujo visto desde la barrera.

Pero «en Londres la vida es muy dura». Y, para más inri, «a la ruina económica se unió la ruina emocional», porque rompió con la novia que había dejado en Oviedo.

«El dinero no me alcanzaba y no encontraba salida, pero un amigo que vivía en Lugo me ofreció empleo limpiando cristales en un hospital donde era un poco jefecillo. Ya se sabe que, en España, si no tienes padrino, nun te cases. Y a mí el padrino me puso a limpiar cristales. No alcanzó para más», bromea.

Fue un punto de inflexión. «Empecé a recuperarme, a salir, a reconstruir mi plan y a preguntarme qué pintaba en Lugo limpiando cristales. Ahorré algo de dinero (poco) y me fui a Madrid, a hacer un curso especializado en impartir español a extranjeros. «Acabé en Carabanchel y más de una y de dos veces me pillaron colándome en el metro. Poca cosa. La mayoría de las veces se solucionó pagando el billete y con una sonrisa. Como mucho, treinta euros de multa».

Sabe que no suena muy cívico, pero es que el parné no alcanzaba para más. Eso sí: hambre nunca pasó. «Pasé frío y calor y me quité de los vicios durante algunas temporadas, pero fame nunca. La comida es prioritaria. Siempre lo tuve muy claro. Ese es el consejo que le daría a todos los chavales jóvenes que piensen emprender una aventura por el mundo», se ríe.

Y, como en la capital la escasez también apretaba, dio un nuevo giro a su historia: «Estuve vendiendo suscripciones a una ONG y, poco después, otra organización me ofreció 180 euros por irme un semestre a Camerún, una experiencia muy guay».

Pero la cosa no se quedó ahí y, de regreso a Oviedo, conoció a un filipino que le habló de todas las posibilidades que ofrecía el país para los extranjeros. «Pensé que por qué no intentarlo». Dicho y hecho: estuvo seis años viviendo en Manila. «Al llegar, dormí dos meses en una casa, en un colchón de dos centímetros de grosor tirado en el suelo por 3.000 pesos filipinos. Una cantidad ridícula, unos sesenta euros al mes». De nuevo, la resurrección.

«Acostumbrado a no encontrar nada y a mandar un montón de currículos, de repente me llamaban de un montón de sitios. Y, como estaba ansioso por trabajar, los quería coger todos. Trabaja muchísimo, pero tenía claro que quería ser profesor».

Un sueño que, al final, se hizo realidad, porque recibió una oferta de un colegio internacional para impartir clases de español que le abrió «muchas puertas». Tantas, que el pasado octubre se mudó a China, donde imparte clases en una universidad. «Eso sí: la meta es volver a Europa porque los chinos son muy suyos», avanza con la mochila llena de anécdotas «que quedarán para los nietos».

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