«En Bali hemos bajado de revoluciones»
La llanisca Eloísa Dueñas Pedregal se fue a vivir a Indonesia en 2013 y allí regenta unos bungalósy una empresa de customización de motos con su marido
A. F.
Gijón
Domingo, 7 de diciembre 2025, 00:29
La historia de Eloísa Dueñas Pedregal (Llanes, 1982) es digna de la mejor de las comedias románticas de Sandra Bullock. Se formó con auxiliar de vuelo, trabajó dos años en Bilbao, luego se fue a Barcelona hasta que en 2013, tras la muerte de su madre, decidió hacer un giro de guion en la vida y darle prioridad a la felicidad. Su plan era cogerse un año de excedencia para irse a Bali. Pero como la vida tiene vida propia, en uno de sus últimos vuelos conoció a Dirk, uno de los pasajeros, que le escribió un poema que le dejó en una bolsa de m&m's. «Ese día cuando llegué de volar me lo leí, le escribí y empezamos a conocernos», cuenta. Aquel viaje se suspendió por la enfermedad de su abuela, pero cuatro meses después hizo la maleta y él decidió que se quería ir con ella. «Nos vinimos los dos a Bali, estuvimos disfrutando mucho de la vida, pero no se puede vivir del aire y al final alquilamos una casita por seis años con bungalós y así nació nuestro primer negocio».
Su marido es un apasionado de las motos y de ahí surgió el segundo, dedicado a la customización de estos vehículos, Malamadre Motorcycles. Eso ocurrió en 2014. Al año siguiente, el mismo día que se conocieron, el 4 de abril, montaron una fiesta súper bonita y se casaron y a los siete meses nació Thiago. Luego llegaría Maia. Y hasta aquí.
Con Dirk, alemán nacido en Bilbao que ha vivido en medio mundo, ha organizado Elo una vida muy singular: «La vida en Bali fue muy idílica hasta la pandemia. Es una isla muy turística, pero la zona en la que vivíamos nosotros aún tenía su encanto, Canggu, un área surfera. Pero estalló el boom y ahora es todo construcciones y todo carísimo». Cuenta que los influencers y creadores de contenido han tomado una zona en la que se ha permitido destruir arrozales y construir sin ninguna conciencia ni protección del entorno. Pero aún hay áreas paradisíacas, como Bedugul, una zona volcánica en la que tienen una casita, aunque su hogar está en Umalas. «El pueblito está dentro del cráter de un volcán extinto y es como estar en Asturias, hace quince grados menos, hay vegetación, un laguito y es como vivir en el monte, es una zona auténtica».
Sus hijos hablan indonesio y van a un colegio bilingüe en esa lengua y en inglés. «Es como si fuera un cole concertado», cuenta. Al no ser balineses, no tienen acceso a escuelas públicas. «Los niños aquí son muy felices, les gusta mucho porque es playa, montaña y vida en la calle todo el rato». Claro que cuando van a Llanes están también encantados. «Me encanta porque tienen amigos de todas partes del mundo, un chino, un japonés, indonesios, tienen una mente abierta increíble».
El plan es que no hay plan. «De momento estamos aquí, tenemos el negocio, la casita, seis perros, y unos añitos más nos quedarán». Porque hay muchas cosas que merecen la pena de vivir allí: «En Bali hemos bajado de revoluciones, que es lo que queríamos, de ir a doscientos a ir tranquilos por la vida». Yesa ganancia no tiene precio, como tampoco la tienen los balineses y sus prioridades vitales, por mucho que eso en lo laboral sea un handicap. «Aquí tienen otros valores, la religión es lo más importante, la familia, y luego si hay que trabajar se trabaja. Son personas amables, siempre con una sonrisa», afirma. Viven la vida con paz y armonía. No juegan en la liga del trabaja, trabaja, trabaja. Y para criar a sus hijos, es un buen plan. Dicho lo cual: «No ha sido un camino de rosas. Cuando nos mudamos aquí apenas ni nos conocíamos, pero nos ha ido bien», resume Eloísa.
Tarda 24 horas de viaje de puerta a puerta entre Bali y Llanes, y siempre hay añoranzas. «Echo de menos la cultura asturiana, comer bien, una sobremesa con mis amigos, y la sanidad pública, que es una pasada por muy mal que esté. Aquí es todo con seguro médico o pagar un dineral», relata.