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M. F. ANTUÑA
Sábado, 5 de agosto 2017, 04:03
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Ha sido largo el camino hasta Holanda. Pero ha merecido la pena. Pablo Fernández Miaja (Oviedo, 1984) estudió Ingeniería de Telecomunicación en Gijón, fue estudiante de doctorado primero e investigador después en la Universidad de Oviedo, luego se fue a la Universidad de Mánchester como investigador post-doc y por fin, Holanda: «Desde junio de 2016 trabajo para una empresa cedido a la sección de Gestión de Potencia Eléctrica de la Agencia Europea del Espacio (ESA)».
Su día a día no es en absoluto convencional. «Trabajo en un organismo internacional en el que hay gente de muchos países europeos. Mi sección está formada por alemanes, belgas, franceses, griegos, ingleses, italianos, españoles y casi como nota anecdótica, un holandés. Las reuniones parecen un chiste de 'un alemán, un inglés y un español entran en ...'», bromea. Se trabaja en diferentes proyectos a la par, muy largos en el tiempo y en los que se implica a industrias de toda Europa, por lo que «la planificación es muy cuidadosa».
Más allá del trabajo, está la vida misma que lo aliña. Y en Holanda no se vive mal. Su casa está en Leiden, una ciudad universitaria de unos 120.000 habitantes. «Vivo a 10 minutos en bicicleta del centro de la ciudad y es realmente muy tranquilo, enfrente de mi casa hay gallos y conejos que viven en libertad. Todo el mundo se mueve en bici, con lo que la ciudad es muy silenciosa», explica. Y añade una curiosidad: «Cuando hace sol los vecinos sacan los muebles de las casas y hacen vida en las aceras junto a los canales». El trabajo le pilla un poco más lejos. En un pueblo llamado Noordwijk, a media hora en bicicleta por un camino entre canales y campos.
Lo dicho dibuja un panorama idílico, que se completa con las añoranzas justas. «No echo demasiadas cosas de menos. La familia fundamentalmente, pero Elisa, mi mujer, también asturiana, se ha venido hace poco así que ahora lo llevo mejor». Eso sí, le faltan monte para caminar y luz y sol con los que alumbrar la vida.
No es fiestero, así que ni en verano se le ponen los dientes largos añorando romerías. «No soy demasiado folixero y no echo de menos ninguna fiesta de prau. Ir a la playa a bañarme muy de tarde, a las siete o las ocho, sí es algo que echo de menos».
Sin planes a corto plazo, esperará a ver qué le depara el destino, como ha ocurrido hasta ahora. «A modo de broma digo que desde 2013 no sé dónde voy a a vivir en los próximos seis meses. Hace año y medio no tenía ni la más remota idea de que trabajaría aquí», señala.
Porque además Asturias, desde la distancia, se ve de manera diferente. «Valoro muchísimo más a España y a Asturias que antes. He visto que ni nosotros somos tan desastrosos como nos creemos ni fuera de España todo es tan perfecto como pensamos. Al final la gente es más parecida de lo que parece en todas partes». Asegura Pablo que en la ESA la industria española está muy valorada, hay muchos españoles ocupando cargos de responsabilidad. «La formación en España es, en general, muy buena y esto lo prueba la enorme cantidad de gente española trabajando en el extranjero en puestos de alta cualificación. Muchos compañeros de mi promoción están fuera y coinciden bastante en ello», apunta, y añade que tendemos a minusvalorarnos. Pero, por supuesto, hay diferencias sustanciales: «Algo que se valora mucho fuera es el trabajo y la responsabilidad. Tanto aquí como en Inglaterra el empleador asume que tu trabajo beneficia a los dos. No hay la sensación de que el empleador te está haciendo un favor, que en España a veces es muy acusada. Además tu empleador va a exigirte única y exclusivamente lo que has firmado en el contrato, ni una hora más».
Luego está la manera en la que los holandeses nos ven a los españoles. «El holandés medio llega a trabajar sobre las 8.30, come un sándwich de jamón o queso y un vaso de leche a las 12, y a las 17 sale de trabajar y se va a su casa para cenar a las 18. Por eso a ellos les resulta raro cuando les cuentas que un español entra a trabajar a la misma hora, come normalmente dos platos, trabaja hasta las 18.30, 19 o incluso mas allá, se tome una caña y cene a las 21.30. Aquí los bares y restaurantes son casi un lujo, aunque los fines de semana se llenan. Por eso cuando ven cómo vivimos en España, no se lo pueden creer, piensan que estamos todo el día de fiesta. Y a la hora de la verdad trabajamos lo mismo o incluso más».
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