«Llevaba días pidiendo auxilio y diciendo que estaba encerrada»
ELENA S. HERRERO
Jueves, 30 de marzo 2017, 03:15
Todos los días Carlos, de 50 años, hacía al menos dos recados: recogía el periódico en el quiosco más cercano de su casa y compraba un kebab en un restaurante turco. Pero hace al menos quince días que dejó esa rutina. Su madre C. I. V., de 77 años, lleva el mismo tiempo pidiendo auxilio y enseñando las llaves a través de la verja de la vivienda para que alguien le ayudara a abrir la casa en la que estaba encerrada. Pero no obtuvo respuesta. Algunos vecinos cuestionaban el estado de salud mental de la mujer quien afirmaba tener «hambre, frío y miedo». Una situación que se prolongó hasta anteayer, martes, cuando la nieta de dos de ellos alertó, a las 20.15 horas, a la Policía Local que se encontró, horas más tarde, con el cuerpo de Carlos «lleno de larvas y en avanzado estado de descomposición».
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La joven langreana acudió el martes a visitar a sus abuelos, en la calle Farmacéutico Ponga de La Felguera, dado que estos últimos venían quejándose de que la vecina de al lado estaba tirando desde hacía unos días basura en su patio privado. «Me asomé a la ventana y percibí un fuerte olor. Vi a la señora y le pregunté por su hijo. Quería hablar con él para contarle lo que estaba pasando», relata. Sin respuesta, la chica continuó observando a la mujer hasta que ésta se percató que llevaba un móvil en la mano. «Ayúdame por favor, llama a Cristina. Me están pegando y estoy encerrada desde hace meses», le dijo la señora de 77 años al ver el teléfono. La nieta salió corriendo hasta la verja de la casa dónde C. I. V. le contó la situación que estaba viviendo. «Me dijo que llamase a la policía porque si no lo hacía esa noche la matarían», explicó. Los nervios de la damnificada se hacían cada vez más evidentes: «Hay un señor dentro de casa que ve y escucha todo; habla bajo y trae ayuda». La joven no esperó más y llamó a la Policía Local de Langreo, que acudió hasta el lugar de los hechos. Los agentes se dirigieron a la mujer, que les reclamaba que «por favor» la sacaran de allí. También pedía que localizaran a su hija, a la que finalmente encontraron y pudo acudir al domicilio familiar. Cristina no tenía llaves de la casa y tampoco sabía cómo poder acceder.
Entrar en la vivienda no fue tarea fácil, pues la mujer vivía además con dos boxers. «Coja a los dos perros y guárdelos en una habitación para que podamos saltar a la vivienda», le pidió un agente local. El miedo la paralizaba y con nerviosismo explicaba que «no se movería de la verja porque la matarían su hijo y su nuera». La Policía Local llamó entonces a personal sanitario. Los médicos llegaron en un taxi y al poco lo hicieron los bomberos, que entraron en el inmueble a través de una casa contigua. «Hay un cuerpo sin vida», constataron. Tras ello, las autoridades derribaron la puerta y lograron trasladar a la mujer a un centro sanitario de urgencia, acompañada por su hija, que la estaba esperando. Nada más salir del inmueble, C. I. V. exclamó: «La zorra esa me pegaba», en referencia a una familiar.
Tirado en un colchón
La situación dentro del domicilio impactaba. «El cadáver se encuentra tirado en una especie de colchón lleno de larvas y descompuesto», comentó un agente. A otros se les hacía casi imposible acceder por el hedor que provenía del interior. Fuentes de la investigación aseguraron que el cuerpo «estaba parcialmente devorado por los dos perros del propietario». A las 22.45 horas, la Policía Nacional llegó al lugar para conocer los hechos de primera mano, cercando la zona y encerrando a los animales en una habitación para que no interrumpieran en la investigación. Pasada la madrugada, la Policía Científica también se personó y tras examinar el cuerpo confirmó la dantesca situación con la existencia de larvas desde la cintura hasta la cabeza del cadáver.
«Si esto llega a pasar en pleno agosto sería mucho peor». Esas fueron las primeras palabras que pronunció la forense, a la una de la madrugada ya del miércoles, desde el exterior de la vivienda. Una vez constatados los hechos, la espeluznante descripción de lo acontecido no se hizo esperar. «Dios mío, que horror. Pobre, pobre señora, visto lo visto debe de llevar mucho tiempo encerrada sin comer. Seguro que tenía algún tipo de demencia», subrayaba la forense. Los responsables de la funeraria compartieron esa misma sensación cuando, una hora después, accedieron a recoger los restos. «Lo que hay ahí dentro es horrible, se queda toda la casa llena de bichos, más los que nosotros nos llevamos», apuntaban a algunos vecinos.
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Los perros dejaron de ladrar
Ayer por la mañana, Cristina, hermana del fallecido, se acercó a la vivienda con una amiga. Lo hizo para dar permiso a los empleados de El Albergue de Langreo para llevarse a los dos perros. «¿Tan asustados están que no dicen ni mu? Fijo que les ha pasado algo... con lo ladradores que eran ellos», decía entristecida. Una vez rescatados los boxers con evidentes síntomas de inanición y falta de higiene, Cristina y su amiga pidieron a una vecina unos guantes para poder buscar las llaves de su hermano en el interior del inmueble. «Cada uno es un mundo, a saber donde las tiene», lamentaba. El intento no duró ni cinco minutos pues no pudieron aguantar el hedor: «Dios mío es insoportable estar ahí dentro», afirmaban.
Finalizada la odisea que vivió, C. I. V. se encuentra ahora ingresada en el Hospital Valle del Nalón. «Está malina, es un susto y una pena para todos», explicaba con tristeza su hija. Mientras tanto, el cuerpo de su hermano Carlos permanece en el Instituto de Medicina Legal de Asturias, en Oviedo, donde le practicarán la autopsia para conocer las causas de la muerte. Fuentes de la investigación descartan que se trate de una muerte violenta.
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Con todo, los vecinos no daban crédito a lo que había ocurrido en Farmacéutico Ponga. «Hace una semana vinieron unos chicos del Ayuntamiento para arreglar una avería de agua pero no pudieron acceder a la casa», relataba María Dolores Aguilera. Sin embargo, esta no era la única situación extraña puesto que algunos desconocían que la mujer viviese allí. Albina Berdasco, abuela de la joven que alertó a la policía aseguraba que eran personas que no hablaban con mucha gente. Tampoco salía de su asombro Pepita Huerta: «Todo es raro, la hija vivía muy cerca y no es normal que la madre se encontrase en esta situación».
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