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CH. TUYA
Lunes, 10 de abril 2017, 01:44
«Paco, ¿no habrá que esperar a tener dinero? Si espero por eso, nunca haré nada». Josefina Madarro vivió convencida de que su marido, Francisco Díaz, era un genio, pero que lo del dinero no era lo suyo. Se casó enamorada. Y mucho, porque tuvo que celebrar su boda a las cinco de la mañana. Había que coger un autobús en dirección a Oviedo. ¿Para la luna de miel? «Para una un poco especial, porque mi abuelo estuvo de reuniones en Gijón y Avilés para conseguir encargos de barcos».
Así lo recoge la nieta de ambos, María José Platero, en su libro 'Astilleros Gondán. Historia de una tradición familiar'. Recuerda ella que su abuelo «siempre buscaba la complicidad de mi madre, Fina, su primogénita. Un día llegó y le dijo: Nena, ayúdame, que tu madre me va a matar. A ver cómo le digo que cambié la casería por un monte».
Se refería el fundador de Astilleros Gondán a la parcela de arbustos sin mucho valor que estaba ubicada sobre su negocio. «Él la necesitaba para ampliar. Mi abuelo solo pensaba en hacer más y mejor su trabajo». Y su hija Fina lo sabía. «Por las noches, escuchaba a mi abuelo pasear y pasear. Hasta que, de repente, daba una palmada. Ya había encontrado la solución al problema».
Como la encontró en mayo de 1979, cuando un incendio destruyó parte del astillero. «Mi abuelo estaba en Madrid y mi madre no sabía cómo decírselo, pero él la tranquilizó: 'Esa nave ya estaba vieja ya había que cambiarla', le dijo».
Como cambió, en 90 años, la fisonomía de Figueras. «Un trabajo de mi abuelo, pero también de mi hermano. Desde 1974 está al frente de la empresa y, como mi abuelo, solo vive para ella».
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