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Aspecto que presenta este lunes la playa de San Lorenzo de Gijón
Aspecto que presenta este lunes la playa de San Lorenzo de Gijón EFE

El agua del Cantábrico, como la del Mediterráneo

Investigadores de la Universidad del País Vasco alertan de que el calentamiento está acabando con las praderas submarinas

TERRY BASTERRA / L. M.

GIJÓN.

Lunes, 12 de agosto 2019, 02:12

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Es el comentario generalizado que más se escucha entre los bañistas este verano: «¡Qué caliente está el agua!». Y no les falta razón. Pero no es una impresión personal subjetiva. El agua del Cantábrico está a una temperatura superior a la de otros veranos. Hasta 23 grados alcanza en playas como las de La Isla (Colunga), Arenal de Morís (Caravia), Niembro (Llanes), Rodiles (Villaviciosa), La Franca (Ribadedeva) o Santa Marina, en Ribadesella. Pero el récord, según los registros que facilita la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) sitúan el máximo en la llanisca de Toró, con un agua a 24 grados. En el otro extremo, las occidentales de La Concha de Artedo, en Cudillero, o las playas Primera y Segunda de Luarca, donde la temperatura es de 20.

Lo de este verano no es algo aislado. Es una tendencia al alza que se mantiene constante desde la década de los 80 y que ha hecho que los científicos lancen la voz de alarma. Investigadores de la Universidad del País Vasco (UPV) coinciden en que el cambio empezó hace cuatro décadas. Fue entonces cuando comenzaron a constatar que el agua más próxima a la superficie mantenía un aumento de temperatura constante. Pese a que había años más fríos y otros más cálidos, el incremento por década desde entonces es de 0,24 grados, un ascenso que hay que atribuir a las temperaturas que se alcanzan en verano.

Y las olas de calor cada vez más frecuentes tienen mucha culpa de ello. Aquellos picos de 22 grados a los que se llegaban años atrás a mediados y finales de agosto -época en la que el agua alcanza su mayor temperatura- han pasado a ser un valor habitual. Ahora, las máximas que se esperan alcanzar son los 24 en la costa asturiana, más propias del Mediterráneo que del Cantábrico.

Estas diferencias de uno o dos grados pueden parecer pequeñas para el profano, pero tienen un gran efecto sobre la fauna y la flora marina. En algunos casos con consecuencias devastadoras. No es una advertencia. Es la realidad que viven las praderas submarinas. Los campos de algas rojas conocidas como 'Gelidium' -tan frondosos en las costas cantábricas en el pasado- se han convertido en muchos casos en páramos.

Con su pérdida también han desaparecido los ricos ecosistemas que generaban. Pulpos, lubinas, julias, estrellas de mar o crustáceos eran algunas de las especies que encontraban en esta vegetación marina uno de sus lugares habituales de abrigo. Por ejemplo, en Vizcaya, «el declive es generalizado», explican José María Gorostiaga, profesor de Botánica de la UPV/EHU y expertos del grupo de investigación Bentos Marino de la institución académica.

La decadencia de esta alga que crece a profundidades de entre tres y doce metros comenzó a detectarse en 1997. Quince años después lo que se encontraron estos expertos al volver a sumergirse para monitorizar las mismas zonas «fue desolador». Las praderas habían desaparecido y apenas quedaban matojos de una planta marina muy valorada por la industria alimenticia y cosmética. Gorostiaga y su equipo acaban de bucear de nuevo en la zona de Kobaron y no han visto allí signos de recuperación en estos últimos seis años.

«Las algas son organismos muy sensibles a los cambios y el agua de la costa cantábrica cada vez se parece más a la del Mediterráneo», apunta este experto. No es una exageración. Desde hace semanas la temperatura del agua en la costa malagueña oscila entre los 21 y los 23 grados, como en Asturias.

Pero el calentamiento de la capa superior del Cantábrico no es el único motivo que está detrás de la merma del 'Gelidium' y de otras plantas marinas, como las laminarias o fucales. A él hay que sumar el aumento de la radiación solar por la menor presencia de nubes y la disminución de las lluvias, que a su vez conlleva un menor aporte de los nutrientes que son arrastrados por los ríos.

El bonito llega antes

El calentamiento del mar tiene más efectos. Mientras hace que especies tradicionales de nuestros fondos desaparezcan, propicia la llegada de otras originarias de latitudes lejanas, como algas calcáreas propias de las Islas Canarias. Lo mismo ocurre con la fauna. Hay constatada la presencia de peces ballesta, globo o voladores. Por contra, el verdel cada vez está más lejos. Desde 1992 ha desplazado su zona de puesta varios kilómetros al norte. Busca aguas frías. Los estudios realizados por Manuel González, Almudena Fontán y Guillem Chust, investigadores de Azti expertos en cambio climático, detallan también cómo el bonito adelanta cada año su llegada al Golfo de Bizkaia.

Porque el calentamiento oceánico no es algo exclusivo del Cantábrico. Es un fenómeno global que ha hecho, por ejemplo, que muchas de nuestras especies comunes tengan cada vez mayor presencia en el Mar del Norte. Ocurre con el chicharro, el lenguado o el rodaballo. Y se prevé que suceda lo mismo con los túnidos en las próximas décadas. Este incremento, según los investigadores, va a tener un efecto negativo sobre la población de la anguila, pero «puede ser positivo para la anchoa».

González, Fontán y Chust sostienen que «la temperatura del agua del mar es un buen indicador del cambio climático porque acumula parte del calor atmosférico».

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