La asturiana María Luisa Ramos Barril, símbolo vivo de las víctimas de la dictadura
La avilesina, de 97 años, es la única superviviente del 'Convoy de los 927', enviado al campo de concentración de Mauthausen, y acaba de recibir el homenaje del Gobierno recordando a su padre Belarmino, asesinado, y a sus dos hermanos, «esclavizados por los nazis gracias a la complicidad del gobierno franquista»
A sus 97 años, la asturiana María Luisa Ramos Barril (Avilés, 1929) acaba de convertirse en el símbolo vivo «de todas las victimas del ... golpe militar, la guerra y la dictadura» en un homenaje del Gobierno de España en el que, además de rendirles tributo, el Ejecutivo ha declarado oficialmente víctimas de la Guerra Civil y la dictadura franquista al poeta Federico García Lorca, al cineasta Luis Buñuel, a la filóloga María Moliner y a la pintora Maruja Mallo, así como a varios militantes socialistas y comunistas y víctimas de los robos de bebés, en virtud de la Ley de Memoria Democrática.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el ministro Ángel Víctor Torres fueron los encargados de entregarles diplomas de reconocimiento a familiares de 17 víctimas (entre ellas, la sobrina de García Lorca) y a esta avilesina que es la única superviviente del 'Convoy de los 927' en el Auditorio Nacional en Madrid. Un acto cargado de dolor y emoción en el que María Luisa Ramos, «conmocionada aún» -explica su hijo Omar-, «recordó a su padre, Belarmino, asesinado por los nazis, y a sus dos hermanos, Galo y Manuel Ángel Ramos, prisioneros esclavizados por los nazis gracias a la complicidad del gobierno franquista».
Un acto de justicia, memoria y reparación «después de casi un siglo de olvido», porque, el 24 de agosto de 1940 un tren con 927 refugiados españoles -María Luisa, entre ellos- salía de una estación gala rumbo al campo de concentración de Mauthausen.
Las tropas de Hitler acababan de dividir Francia en dos y los refugiados creían que los llevaban a la zona no ocupada, pero pronto se dieron cuenta de que iban hacia el norte. Hasta que, cuatro días más tarde, llegaron a Mauthausen, convertido con el paso del tiempo en uno de los símbolos del holocausto y el exterminio. Un lugar en el que se produjo una dramática separación, porque los soldados alemanes obligaron a apearse a los hombres, sin importar que se tratara de ancianos o niños.
Frío, miedo, hambre
Era el inicio de una tragedia en la que María Luisa pasó más de diecinueve días con sus diecinueve noches en un vagón de ganado atestado de mujeres y niñas. Pasando frío, miedo y hambre. Salvándose milagrosamente del horror que sufrieron su padre, con 47 años, y dos de sus hermanos, de 17 y 15.
Explica Omar que su abuelo, Belarmino Ramos, uno de los fundadores de la agrupación socialista de Avilés, y su abuela, Anselma Barril, tuvieron cinco hijos: Manuel Ángel, Galo, Luis, María Luisa (su madre) y Eloísa. Al igual que otros miembros de la familia, pertenecían al bando republicano. Algunos empuñaron las armas y otros, como su abuelo, ayudaron como camilleros debido a una miopía. Y que, cuando Avilés fue tomada por los sublevados en 1937, la familia embarcó rumbo a un campo de refugiados en Francia. Desde allí, pudieron volver poco después a Cataluña a defender la República, pero, en cuanto la comunidad cayó, huyeron a otro campo de refugiados en Burdeos, donde los pilló la ocupación alemana.
En realidad, hubo otros españoles que corrieron mejor suerte y pudieron embarcar en el 'Winnipeg', rumbo a Chile. Pero un error con los apellidos de la familia Ramos Barril impidió que pudieran cruzar el Atlántico y, en su lugar, se vieron encerrados en unos vagones inmundos que llegarían hasta el campo de concentración de Mauthausen.
«De aquel vagón sacaron a mi padre, lo enviaron a otro campo y lo asesinaron. Tenía 47 años», sigue contando hoy con entereza María Luisa. Y añade que la juventud y fortaleza física de sus hermanos les permitió sobrevivir cinco años en aquel infierno, hasta la liberación del campo. Estaban físicamente tan debilitados («eran un saco de huesos»), que estuvieron un mes internados en un hospital francés antes de poder regresar a España.
A ella, el convoy no la dejó en Mauthausen, como a los hombres. Las mujeres y los niños estuvieron tres días más sin comida ni apenas agua, en un vagón cerrado y sin saber ni dónde estaban ni adónde iban. «No había más que una ventanuca con unos hierros y no terminábamos de llegar a ninguna parte», rememora María Luisa. Y, cuando al final lo hicieron, era un pueblo de León, donde un guardavías las encontró y auxilió.
Ya en Asturias, en el andén de la estación de Oviedo se encontraron con que la Guardia Civil las esperaba para detenerlas, pero, casi de nuevo providencialmente, alguien intervino y hoy ha podido ver cómo se salda una duda histórica «después de casi un siglo de olvido».
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