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Tecnología, emoción e imaginación en las nuevas aulas

Tecnología, emoción e imaginación en las nuevas aulas

La pandemia ha puesto de manifiesto el olvido de la educación y su papel para salvar todas las brechas

Olga Esteban

Gijón

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Viernes, 21 de agosto 2020, 13:03

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Habrá pantallas, claro está. Muchas. Pero no funcionarán si no sabemos cómo y para qué usarlas bien. De nada servirán las nuevas tecnologías al servicio de la educación sin creatividad, responsabilidad, imaginación, emoción, nuevas y activas metodologías, colaboración y, por supuesto, inversión. No habremos aprendido nada si no convertimos los fallos en oportunidades, los contenidos en competencias y habilidades, la distancia en comunicación y en aprendizaje servicio y las brechas en equidad. La pandemia y el trimestre escolar más extraño y difícil no habrán dejado huella si la educación no pasa de ser la gran olvidada, el arma arrojadiza de partidos y gobierno, el capítulo del que antes se recorta, en el buque insignia de la sociedad. Hay quien dice que esta crisis nos da la oportunidad de abrir las ventanas para airear una escuela que se nos estaba quedando desfasada.

La presencialidad es insustituible, dicen todos los expertos. Hay que lograr que, con seguridad, los alumnos, especialmente los más vulnerables, puedan volver a las aulas

Todas las ideas incluidas en este primer párrafo salen de las reflexiones de quienes mejor conocen la realidad de la que hablamos. De quienes en marzo vieron cómo el mundo, su mundo y el de sus alumnos, cambiaba. De quienes tuvieron 48 horas para reinventarse y para reinventar un sistema que no se había modernizado tanto como pensábamos. De quienes cambiaron la presencialidad por un modelo educativo 'online' improvisado, sin medios suficientes, sin formación adecuada. Sin ni siquiera todo el alumnado conectado. Todas estas palabras salen del análisis de decanos, profesores, maestros, docentes asturianos, expertos en sus materias, referentes en sus ámbitos, que tratan de poner su granito de arena a un debate más que urgente. Septiembre está ahí y podríamos cometer el error de volver sin que nada hubiera cambiado, salvo habernos acostumbrado a las mascarillas y el gel hidroalcohólico. En marzo, el sistema educativo no sabía a qué se enfrentaba. Pero ahora sí lo sabe.

Ahora tiene algo que no tenía. Una «radiografía real del sistema, de los fallos y las dificultades que teníamos, a veces ocultas». Porque pensábamos erróneamente, por ejemplo, «que dominábamos las nuevas tecnologías», y no era así. Celestino Rodríguez es el decano de la Facultad de Formación del Profesorado de la Universidad de Oviedo y ha estudiado bien esa radiografía. «Al menos ahora sabemos de dónde partimos». Y partimos de un profesorado «flexible», que supo adaptarse en tiempo récord. Partimos de una región con serios problemas de conectividad, con alumnos que han quedado 'descolgados' por falta de acceso a internet, aunque las brechas son muchas más y más importantes que la digital. Partimos de una sociedad, dice Rodríguez, que no destina a la educación la inversión ni los medios humanos y materiales necesarios, y que no se ha preocupado lo suficiente por la formación continua de sus docentes ni por la preparación de quienes lo serán en el futuro.

2.000 millones de euros destinará el Gobierno a Educación

Y, con todo, llegamos a un momento de «angustia, inseguridad e incertidumbre», en la que todos los agentes implicados tratan de prepararse para un escenario que cambia por momentos y que ahora mismo ni siquiera asegura que se vaya a volver a las aulas en septiembre de forma presencial, pese a que sea el objetivo de todos. Porque ese ha sido otro de los aprendizajes: la presencialidad es insustituible. No hay pantalla que mejore el abrazo de los más pequeños al darse los buenos días. No hay chat mejor que el debate en clase. No hay Zoom, ni TEAMS ni plataforma alguna que sea más eficaz que el encuentro personal y el contacto físico. Encuentro y contacto necesarios para todos, pero especialmente para los más vulnerables.

«Lo que ha sucedido es un punto y aparte. Debería hacernos cambiar». Debería. Por el momento, obligará a buscar nuevas soluciones, porque los problemas también son nuevos. Tanto avanzado en el trabajo cooperativo, tanto tiempo para desterrar las filas de pupitres y las clases magistrales, para que el virus obligue ahora a separar de nuevo mesas, a no compartir material, a trabajar juntos pero en la distancia. «Hay que buscar la fórmula», dice el decano.

¿Y la conciliación?

La situación vivida en el último trimestre del curso escolar ha puesto de manifiesto que la conciliación sigue siendo una enorme asignatura pendiente. Hasta UNICEF ha incluido esta cuestión en su informe 'Reimaginar la educación'. Asegura que «la conciliación es imprescindible para garantizar los derechos de la infancia, posibilitando la necesaria orientación familiar en el ejercicio del derecho a la educación». Pero las dudas sobre una presencialidad completa y la posible prohibición de actividades extraescolares aumentan la preocupación.

Porque «el contacto social es un elemento más del proceso de aprendizaje del estudiante, mucho más acusado en las primeras edades, donde se encuentra en pleno proceso de socialización». Hasta tal punto, que «privar al niño de ese conjunto de interacciones les puede suponer déficits en su proceso educativo». Lo asegura David Méndez, vicedecano de la Facultad Padre Ossó. Defiende, como todo el sector, como toda la comunidad educativa, una enseñanza presencial. Con seguridad, pero presencial.

Un objetivo que implica también a la familia. «Nos hemos dado cuenta de que había un escalón muy grande entre la familia y la escuela y hay que reducirlo, tenemos que colaborar». Sobre todo, con las familias que por falta de tiempo, de formación o de medios no han podido acompañar de la forma más adecuada a sus hijos en el complicado proceso de los últimos meses.

Más desigualdades

Y es en ellos en quien se fija otro decano, el de la Facultad Padre Ossó, José Antonio Prieto, quien lanza una pregunta clave. Es cierto que la digitalización de la enseñanza ha llegado para quedarse, admite, pero «¿un nuevo modelo más virtual garantiza una educación de calidad, inclusiva, equitativa y de acceso universal?». Tiene clara la respuesta: «De momento, lo que nos ha demostrado esta pandemia es que no. Por el contrario, han aumentado las desigualdades y ha dejado directamente sin ningún tipo de educación a cientos de miles de niños. Los estudiantes más afortunados, que disponían de recursos informáticos y apoyo familiar, consiguieron sortear el cierre de los colegios y encontrar vías de aprendizaje alternativas. Por el contrario, las familias desfavorecidas se quedaron fuera desde el primer momento, sin ninguna opción de seguir aprendiendo». Prieto recuerda que el Grupo Atlantis, compuesto por exministros de Educación y jefes de gobierno de todo el mundo, señaló que «la pandemia mundial a causa del coronavirus representa el desafío más importante para la educación en todo el mundo desde la Segunda Guerra Mundial».

170.000 alumnos de todos los niveles hay en Asturias, de Infantil a la Universidad

No solo habrá que salvar esas distancias, sino también otras que creíamos superadas. «La idea de que los niños, niñas y adolescentes son nativos digitales no es cierta. El hecho de usar las redes sociales no implica una adecuada cultura digital. Nos hemos dado cuenta de que existe un analfabetismo virtual impresionante». Y volvemos, una vez más, a la necesidad de formación.

Una formación que pasa también por cambiar las formas. No se puede trasladar una clase presencial a la pantalla. No se pueden repetir formatos. Omar Fernández es profesor del IES Universidad Laboral de Gijón y formador de docentes en numerosas cuestiones relacionadas con el uso de los dispositivos móviles en la enseñanza, cuestiones en las que es un verdadero experto. Firme defensor de las metodologías activas, de hacer al alumnado más partícipe de su propio aprendizaje, tiene claro cuál es el objetivo del nuevo curso: «Debemos centrarnos en enseñar para que aprendan y, por qué no, que disfruten haciéndolo. No podemos escudarnos en trasladar los sobrecargados currículos al alumnado». Lo dicho, es el momento de cambiar contenidos por competencias.

Educación emocional

«No debemos volver a caer en la tentación de que poner una tarea tras otra es una docencia virtual. El docente debe explicar, corregir, dar 'feedback' el proceso de enseñanza-aprendizaje, y con la simple lista de tareas enviadas a través de plataformas o correo electrónico esto no se consigue», dice David Méndez.

5% de los alumnos no universitarios sufren brecha digital

Omar Fernández pone el foco en otra cuestión básica: la emoción. Los efectos que la pandemia, el encierro y el miedo han podido dejar en niños y adolescentes preocupan a muchos docentes. Por eso, y porque no hay aprendizaje sin emoción, «la educación emocional debe guiar nuestra labor docente». Una labor que debe aprovecharse de las posibilidades «infinitas» de la tecnología y la innovación, del aprendizaje basado en proyectos, de la cultura 'maker', la gamificación, las plataformas 'e-learning', del aprendizaje servicio... Los alumnos deben investigar, ilusionarse, adquirir autonomía. Y la sociedad debe poner también de su parte: valorando al profesorado, «que debe ser tenido en cuenta en la toma de decisiones».

20 alumnos por aula habrá el próximo curso desde Infantil a cuarto de Primaria

Tantos retos por delante, tantas oportunidades. Tanto reflexionado y aprendido. «Tenemos que conseguir educar a chavales que sean capaces de construir sociedades que no repitan nuestros mismos errores, sociedades en las que no pase lo que nos ha pasado». José Luis Sagredo es maestro de Primaria, uno de esos que ha conseguido tener a sus alumnos 'enganchados' todo el trimestre, entusiasmados y entusiastas. Quizás por eso fue seleccionado por la Fundación Princesa de Girona para formar parte de un grupo de docentes de todo el país para debatir precisamente sobre esos retos. El sistema educativo que conocíamos, dice, ha fallado «y no tendría ningún sentido seguir en ese camino», un camino plagado de «irresponsabilidades, intereses políticos y económicos», que deben ser sustituidos por un nuevo sistema comprometido con la educación de nuestros futuros ciudadanos.

Una estudiante hace uso de las nuevas tecnologías en su habitación J. C. Román

Y tras la COVID ¿seguiremos igual?

José Carlos Núñez decano de la facultad de psicología de la universidad de oviedo

Las carencias mostradas a causa de esta pandemia deberían servir para que nuestros políticos y gestores se atrevieran a llevar la educación de nuestro país a estándares de los que ya disfrutan otros países del entorno.

Antes de la llegada de esta pandemia a nuestro país se trabajaba en la modificación de la ley actual de educación para sustituirla por un nuevo proyecto (LOMLOE) con el que, desde su gestación, no todos los sectores implicados están de acuerdo. Pero esto no es nuevo. En lo que llevamos de democracia, hemos cambiado de modelo y ley educativa más de lo necesario, quizás por esclavitud hacia una idea o ideología, o quizás por el convencimiento de la relevancia de la educación para el crecimiento personal y colectivo. En cualquier caso, todos estaremos de acuerdo con lo que Nelson Mandela afirmaba, al referirse a este asunto: «La educación es el gran motor del desarrollo personal. Es el arma más poderosa para cambiar el mundo».

El actual proyecto de ley tiene como base cuatro objetivos generales: modernizar el sistema educativo, avanzar en la equidad y la capacidad inclusiva del sistema, mejorar los resultados del sistema e incrementar el éxito escolar, y estabilizar el sistema educativo como pilar básico de las políticas del conocimiento y del avance social. Y, cuando estábamos en esto, llegó la COVID-19 y puso todo patas arriba. De repente, cambió casi todo en todas las facetas de la vida. Y la educación es una de las centrales y más importantes para todos los individuos, grupos y gobiernos. Una de las tareas que hubo que afrontar en los primeros momentos fue saber distinguir entre lo importante, lo necesario y lo urgente. El problema ha estado, y ahí sigue, en que las grandes urgencias sobrevenidas podrían dificultarnos pensar en lo que verdaderamente es necesario. Sin embargo, aunque el reto que tiene la educación por delante es impresionante, no debemos ser pesimistas. Winston Churchill dijo que «un optimista ve una oportunidad en toda calamidad, mientras que un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad». Así que seamos optimistas y hablemos de la oportunidad que abre para la escuela y la educación esta pandemia. Como dijo Albert Einstein, con cierto optimismo, «en medio de la dificultad reside la oportunidad».

Es cierto, el sistema educativo no estaba preparado para esto. Seguramente, de acuerdo con expertos y gobernantes, esta pandemia mundial representa el desafío más importante desde la Segunda Guerra Mundial. Aunque en este desafío pueden identificarse multitud de aristas, en esta contribución vamos a centrarnos solo en alguna que nos parece crucial.

La llegada de la pandemia ha puesto en evidencia la existencia de una brecha digital y una brecha social y educativa más acusadas de lo que se creía, y que se agravará en la medida en que la pandemia siga aquí con nosotros. Por tanto, los cuatro objetivos generales del nuevo proyecto de ley educativa de los que antes hablamos se vuelven ahora más relevantes, si cabe.

En las distintas etapas educativas, alumnado y profesorado se fueron a sus casas con el propósito de frenar la pandemia, pero también dispuestos de continuar con el proceso educativo, principalmente a través de medios telemáticos. En un momento dado, más de 1.500 millones de estudiantes y más de 63 millones de docentes se vieron afectados por la suspensión de la docencia presencial en los sistemas educativos de 191 países. En el nuestro, al igual que en muchos otros, la enseñanza telemática evidenció las mayores fragilidades del sistema educativo: ni todo el alumnado ni sus familias estaban en igualdad de condiciones para este tipo de educación. Según la Unesco, unos 826 millones de estudiantes en el mundo, que no pueden asistir a la escuela debido a la pandemia, o no tienen computador o no tienen acceso a internet, ni el profesorado disponía de las competencias necesarias para una enseñanza virtual de calidad, ni tampoco las condiciones materiales eran las más apropiadas para esta empresa.

Entonces, ¿afrontaremos este problema con optimismo o con pesimismo? ¿volveremos a la escuela tradicional o iremos por una nueva senda centrada en el bienestar de los estudiantes y en la reducción de las profundas desigualdades del aprendizaje? Andreas Schleicher es optimista. Está convencido de que esta es la oportunidad de educar para el futuro, no para el pasado. En sus términos, «en el pasado, el saber se recibía, mientras que en el futuro tiene que generarlo quien vaya a utilizarlo. La enseñanza deberá basarse más en proyectos, en construir experiencias que ayuden a los estudiantes a pensar más allá de los límites de las disciplinas temáticas». Posiblemente, «el reto del futuro consiste en armonizar la inteligencia artificial de los ordenadores con las capacidades cognitivas, sociales y emocionales y los valores de los humanos». Según las conclusiones de un artículo firmado por investigadores de la Universidad de Stanford, la mejor manera de optimizar los procesos de enseñanza y aprendizaje es con una utilización mixta de los métodos tradicionales y los digitales.

En una publicación reciente de la OCDE, sobre la educación después de la COVID-19, se indica que el problema para lograr este cambio reside en que desarrollar estas capacidades cognitivas, sociales y emocionales exige un enfoque de la enseñanza y del aprendizaje muy diferente del actual. A propósito de la enseñanza en nuestro país, Schleicher señala que «los profesores enseñan planes de estudios, pero no son dueños de su práctica, no tienen tiempo de estar con los compañeros, no pueden participar en las decisiones del centro… Es como si trabajasen en una fábrica, en una cadena de producción. En Shanghái, por ejemplo, los docentes imparten de 11 a 16 horas a la semana, la mitad que los españoles, pero pasan más tiempo en otras cosas… Se divierten. Aquí hay una estructura de trabajo muy industrial». Y con relación al aprendizaje, «los estudiantes españoles son los mejores en recordar y reproducir conocimiento… pero flojean en el pensamiento creativo, en resolver problemas o en aplicar conocimientos a situaciones nuevas».

Septiembre de 2020 está ahí, a la vuelta de la esquina. Internet y la tecnología eran considerados esenciales en el campo de la educación antes de la pandemia y, por lo que vemos, mucho más ahora. Sin embargo, lamentablemente, aún existen importantes desafíos para lograr uno de los cuatro grandes objetivos del proyecto LOMLOE: garantizar la equidad y la inclusión de la población más vulnerable y marginada. Esta 'nueva normalidad' deberá considerar seriamente no dejar a nadie atrás.

Como señala Mariano Fernández Enguita, «ahora que la información ya no es escasa, la escuela tradicional no tiene sentido». Aunque se demostró claramente que no estábamos preparados para transformar radicalmente un sistema educativo como el nuestro, las carencias mostradas por esta pandemia deberían servir para que nuestros políticos y gestores se atrevieran a llevar la educación de nuestro país a estándares de los que ya disfrutan otros de nuestro entorno. Es una tarea no exenta de riesgos, pero, como bien dijo Mark Zuckerberg, «el riesgo más grande es no tomar ninguno. En un mundo que está cambiando tan rápido, la única estrategia cuyo fracaso está garantizado es no tomar riesgos».

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