Una cabaña privilegiada, pero sin lujos
Fernando Cuenco, Carmen Martínez, Mari Ángeles Sánchez y Francisco Rodrígales disfrutan de la montaña en la Vega de Enol
PABLO A. MARÍN ESTRADA
VEGA DE ENOL.
Miércoles, 29 de julio 2020, 01:21
Después de una mañana gris y envuelta en niebla, el sol de verano despliega toda su luz por la Vega de Enol. Fernando Cuenco y Carmen Martínez, con los primos barceloneses de esta, Mari Ángeles Sánchez y Francisco Rodrigales, han subido temprano y disfrutan a la puerta de la cabaña de una amiga de un mediodía espléndido, sin apenas visitantes. «Cuando vinimos, abajo en Covadonga no se veía a dos pasos e incluso parecía que iba a ponerse a 'orbayar'. Esa debe ser la razón de que hoy se vea tan poca gente por aquí. En estas fechas no es lo habitual. Así que estamos encantados. Esto es un lujo», afirman. Sobre el tono de la conversación el único sonido que se escucha es el de las esquilas de los rebaños de vacas y ovejas que pastan a sus anchas por las camperas. Frente a la improvisada terraza donde toman su aperitivo los dos matrimonios relucen los neveros de la Peña Santa de Enol.
Fernando y Carmen viven en Arriondas. Acostumbran a venir hasta aquí durante todo el año, siempre que las condiciones meteorológicas lo permitan. «Desde la ventana de nuestra casa se ven los Picos y más o menos sabes cómo va a estar por aquí. Solo nos frena la niebla. Si está frío o con heladas, nieve, no nos importa. Nos gusta la montaña», explican. Mari Ángeles es de Intriago, pero se fue muy joven a Barcelona. Ella y Francisco regresan aquí siempre que pueden: «Venimos ya desde que éramos novios, también a nosotros nos encanta caminar por el monte», confiesa. Él ratifica la querencia que comparten por la tierra natal de su mujer: «Tanto es así que en Barcelona siempre se creen que el asturiano soy yo. Ahora tenemos la casa de sus abuelos en Intriago y solemos venir unas cuatro veces al año. Si en lugar de estar a 800 kilómetros, estuviésemos a 400, estaríamos aquí todos los fines de semana», remata.
La cabaña de su amiga les proporciona un lugar donde cobijarse en caso de un cambio repentino del tiempo o donde dejar su comida mientras emprenden rutas por el entorno. «Vamos hasta Vegarredonda, a Comeya para salir por Belbín, damos la vuelta a los lagos por El Bricial o a Vega de Ario. ¡Ya nos gustaría que la cabaña fuera nuestra para poder quedarnos también a dormir! Sería ideal», señalan los parragueses. Nos invitan a entrar en el antiguo refugio de pastores. Allí se conserva la tabla en la que ponían los quesos a ahumar, con la pared de piedras aún negra, y los camastros donde dormían. Basta echar un vistazo al interior para entender que la vida era dura en el puerto. Sus actuales huéspedes ocasionales imaginan cómo sería si pudiese ser acondicionada.
«Si viviéramos a 400 kilómetros y no a 800, vendríamos todos los fines de semana», afirma la pareja de Barcelona
Por la pista de la Vega van desfilando senderistas con sus mochilas y los cuatro que aquí toman el sol se disponen a comer para luego salir a hacer alguna ruta. «¿Playa en verano? Para qué, si esto es un lujo», zanjan a coro.