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Lucía Francés prepara la comida en presencia de Jaime, de 92 años, y su hijo Carlos, de 54, con síndrome de Down, en Las Vegas, Corvera. MARIETA
«Nos consideran esenciales, pero seguimos muy poco valoradas»

«Nos consideran esenciales, pero seguimos muy poco valoradas»

Las 2.000 trabajadoras de ayuda a domicilio no son reconocidas como técnicas sociosanitarias. Su salario se aproxima al mínimo interprofesional

giovanna Fernández / B. G. Hidalgo / e. rodríguez

Miércoles, 25 de noviembre 2020, 03:12

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«Somos unas enamoradas de nuestro trabajo. Ver el cariño con el que te reciben al abrir la puerta, calmarlos cuando están ahora tan asustados por la covid, cuidarlos cuando están encamados, tranquilizarlos con una caricia...». Lo dice Sofía Vilasboas, auxiliar de ayuda a domicilio en Gijón, pero el suyo es un sentimiento compartido por todas sus compañeras. Entre 2.000 y 3.000 en Asturias y cuyo trabajo ha sido considerado esencial a raíz de la pandemia. Pese a todo, en general, se sienten «muy poco valoradas». No han sido reconocidas como técnicas sociosanitarias (aun teniendo la titulación que las capacita), sus salarios se aproximan más al mínimo interprofesional (950 euros), carecen de material de protección suficiente y no tienen reconocidas enfermedades profesionales. Tres exponen aquí su visión dentro de las reivindicaciones del 25 de noviembre.

Lucía Francés | Comarca de Avilés

«Son muchas funciones en una sola profesión. No vale todo el mundo»

Santanderina, afincada en Avilés, lleva once años dedicada a una profesión para la que, según explica, se necesita «paciencia, cariño y, en muchas ocasiones, disciplina». En 2009, tras haber cuidado a su madre enferma hasta el último día, entró a formar parte de la plantilla de Asiser, una empresa privada dedicada a la asistencia a domicilio en la comarca de Avilés. Comenzó dedicando cuatro horas de su tiempo a Carlos, un hombre de ahora 54 años, con síndrome de Down; su padre, Jaime, y su madre, Piedad, con alzhéimer y que falleció al año siguiente.

Poco a poco, las horas de atención a la familia crecieron con el aumento de la dependencia de Jaime, que en septiembre cumplió 92 años, hasta llegar a tener atendida la vivienda las 24 horas del día, todo ello con el apoyo de dos compañeras, Conchi y Dina que le dan relevos con los turnos, de las que Carlos habla con el mismo cariño con el que trata a Lucía, de la que alaba su buena mano con la cocina.

La culinaria es una de las facetas que han de cumplir las auxiliares de ayuda a domicilio, explica Lucía, quien apunta la dificultad de adaptarse al estilo de dirigir el hogar de cada familia. No obstante, cree que este respeto a las costumbres de cada uno es lo que diferencia otros modelos de cuidados basados en el internamiento de los usuarios. «Aquí tienes un trato más cercano, que es lo que mucha gente busca porque quieren estar atendidos en su casa».

Desde su punto de vista, la ayuda a domicilio se ha visibilizado durante la pandemia. «Aun así, parece que vale todo el mundo y no es así. Es muy vocacional y tienes que cumplir muchas funciones. Aquí damos compañía, escuchamos, cuidamos, cocinamos, a veces limpiamos. Son muchas facetas en una profesión».

La llegada del confinamiento trastocó de pleno la rutina diaria de Carlos y Jaime y, como consecuencia, la de su auxiliar. Los centros de día a los que acudían ambos se cerraron y la atención en casa resultó aún más necesaria. «Si fue duro para todos, más para ellos. Tenías que entretenerlos (sopas de letras, tardes de bingo, intercambiando opiniones mientras veían la tele...), apoyarlos y, en el caso de Jaime, intentar que no perdiera movilidad. Desde marzo, no sale nada de casa, pero intentamos que se mueva porque los mayores, si pierden esto, no lo recuperan».

Confiesa no haber tenido miedo al virus, salvo por la posibilidad de contagiarles a ellos. «Veníamos siempre con mascarillas, nos desinfectábamos antes de entrar en casa, nos lavábamos las manos cada poco... Pero, al final, no puedes evitar el contacto. Porque los aseo, los visto, les doy la comida. No puedo hacer eso sin contacto. Del trabajo iba a mi casa, donde convivo con mi marido. Por esa parte estaba tranquila. El único miedo es que trabajas con personas muy vulnerables».

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Gloria Cadierno | Allande

«Aún nos encasillan en ese rol de ser quien limpia y cambia el pañal»

Hace diecisiete años que la allandesa Gloria Cadierno comenzó como auxiliar de ayuda a domicilio en Allande. Recorre el concejo de punta a punta para prestar el servicio a sus usuarios, cada uno con sus peculiaridades pero todos con un denominador común: necesitan sus cuidados. «Siento un arraigo muy grande por mi pueblo y no quería irme. Empatizo muy bien con la gente mayor y era una de las pocas opciones laborales. Así que probé y me encantó», explica. «Es una experiencia en la que aprendes mucho de ellos», confiesa.

Sin embargo, no oculta que existen asignaturas pendientes. En el plano administrativo, indica, «no nos sentimos valoradas» pues su sueldo apenas llega al mínimo interprofesional, pese «a ser un personal cualificado».

Y tampoco la sociedad reconoce su valía, al menos, no lo suficiente. «Deberían hacerlo. Somos cuidadoras, no las limpiadoras que manda el Ayuntamiento, pues somos más que eso. Nuestro trabajo permite que las personas permanezcan en las mejores condiciones sin abandonar su entorno el mayor tiempo posible». Su trabajo resulta fundamental para usuarios y familias. Y exige. «Trabajas con la enfermedad, el deterioro... Y la muerte. Al final, acompañas en un final de ciclo y es cierto que se vuelve a ser niño».

No es la primera vez que ha tenido que aclarar cuál es su trabajo en los domicilios a los que acude. Y confiesa que nunca olvidará las lágrimas derramadas por aquel recibimiento, plumero en mano, de otra mujer. Esa concepción en el medio rural, dice, está cambiando, pero queda camino. «Aún se nota el machismo y sientes que sigues encasillada en ese rol de ser quien limpia y cambia un pañal».

Pese a los sinsabores, Cadierno trabaja con la sonrisa como arma defensiva. Ahora, con la pandemia, sonríe con la mirada a sus usuarios, a los que protege como mejor puede de la amenaza del coronavirus. «Al principio nos sentimos desamparadas, porque nos hizo falta material», recuerda. A día de hoy, con los protocolos más claros, siguen luchando contra el temor a que un lapsus desencadene un brote. «Se crea cierta paranoia. Llegas a casa y repasas todo lo que has hecho por si has cometido algún error».

Sofía Vilasboas | Gijón

«Desde marzo nos han hecho dos PCR y la bata desechable la usamos una y otra vez»

Como Gloria, Sofía Vilasboas, de 49 años, lleva diecisiete trabajando como auxiliar de ayuda a domicilio. Actualmente, para la empresa adjudicataria del servicio en Gijón y en plena lucha por mejorar los pliegos de la nueva contratación. Atiende a lo largo de la semana a diez personas que necesitan ayuda para el aseo, para mantener la vivienda como un entorno saludable... Aunque el perfil de usuarios es muy amplio: pacientes con alzhéimer, párkinson, discapacidad mental o jóvenes dependientes.

Se confiesa «enamorada» de su trabajo, pero no de las condiciones. «He visto nóminas en las que, trabajando a jornada completa (38,5 horas semanales), perciben 880 euros (el salario mínimo interprofesional es de 950 euros), así que no me quiero ni imaginar cómo se puede vivir con un contrato de menos horas, que suele ser lo habitual y siendo, en la mayoría de los casos, familias monomarentales porque su sueldo es el único que entra en casa».

«A los políticos –continúa– se les llena la boca diciendo que nuestros mayores, nuestros dependientes se queden en casa porque es un lugar seguro, pero no ponen los medios para ello. Así que cuando dicen que somos esenciales, creo que se ríen de nosotras». Recuerda que en la primera ola de la pandemia lo pasaron mal. «No teníamos apenas mascarillas, batas de protección... Las primeras mascarillas se compraron con el dinero de las propias trabajadoras. Y ahora los EPIs siguen siendo escasos. La bata desechable la tenemos que dejar en cada domicilio en una bolsa y reutilizarla una y otra vez. Desde marzo solo nos han hecho dos PCR: una en mayo y otra, en octubre. Si no nos protegen, difícilmente podemos proteger», apunta, recordando otras reivindicaciones como que no tienen reconocidas las enfermedades laborales, la imposibilidad de evaluar los riesgos laborales antes de empezar a trabajar en un domicilio al primar la privacidad de los usuarios y cómo rara vez llegan en condiciones a la edad de jubilación por sus lesiones músculo-esqueléticas.

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