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Personal. Personal sanitario, dentro del gimnasio de rehabilitación del Hospital Central convertido en UCI. E. C.

El HUCA estudió en su peor momento poner camas UCI en aulas y cafeterías

Un equipo de 67 obreros, electricistas, carpinteros y fontaneros lograron reformar un gimnasio en tiempo récord para dar respuesta a la demanda

RAMÓN MUÑIZ

Domingo, 6 de diciembre 2020, 01:33

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Finales de octubre. La pandemia golpea Asturias como nunca y saltan las alarmas del HUCA. La Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), diseñada antes de la covid, está equipada con 69 camas que amenazan con colapsar. En un mismo día llegan a entrar ocho pacientes que necesitan del box para salvar la vida; es un ritmo que exigiría una UCI nueva cada ocho días. El virus no da tregua. Toca reaccionar.

La primera línea contra la covid la forman los médicos y enfermeros de Medicina Intensiva, servicio que capitanea la doctora Lola Escudero. Detrás hay una retaguardia encargada de darles medios, equipos, sitio para batallar. Josu Jiménez es ahí jefe del servicio de Ingeniería y con su equipo recorre el hospital y revisa los planos; buscan lugares donde poner más camas de UCI.

El complejo estrenado hace seis años tiene 189.047 metros cuadrados; una ciudad dentro de la ciudad, repleta de pasillos, huecos y despachos. En la primera oleada «teníamos al lado de la UCI un vestuario de 450 metros cuadrados, que nos permitía montar otra UCI provisional, cerca de los suministros y los recursos humanos», recuerda. Entonces esa solución bastó, pero ahora el virus obliga a seguir inventando. A readaptar de nuevo el HUCA a esta guerra.

La covid está cambiando el mundo y al buque insignia de la sanidad asturiana. «Antes de la covid el consumo de oxigeno del HUCA era de entre 77 y 80 metros cúbicos por hora, ahora estamos en 180. No es un problema económico, pero da una idea de la demanda de oxígeno que precisan los respiradores», aclara el ingeniero.

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Cambio de presiones

El HUCA respira más y distinto. Habitualmente un quirófano funciona con presión positiva, es decir, se le mete más aire del que se extrae para evitar que a la sala accedan desde fuera elementos infecciosos. «Las recomendaciones internacionales indican que cuando tienes un paciente con covid, has de hacerlo al revés, poner presión negativa y sacar más aire del que entra para reducir el riesgo de contagio en la sala», detalla. Esta climatización provoca que el virus salga aspirado por unos conductos que lo expulsan por la azotea, en una zona señalizada para evitar contagios.

Los ingenieros del HUCA van así, reforzando el lugar como las cuadrillas que taponaban las vías de agua en los navíos. Buscan una solución a la falta de camas mirando en cada rincón. «Estudiamos aprovechar como espacio UCI las cafeterías, que tienen una superficie enorme y nos permite colocar entre 35 y 40 camas más, también la zona de docencia porque disponen de aulas que permiten centralizar los boxes», indica Jiménez.

En las reuniones del equipo de dirección se valoran pros y contras, y se termina optando por 'colonizar' el gimnasio de rehabilitación. «Es el que nos daba mayores prestaciones en cuanto a espacio y cercanía a las UCI de diseño... bueno, cercanía entre comillas porque en este hospital cerca no hay nada».

La decisión queda tomada el 30 de octubre. Es sábado y «todos nos sentamos a planificar, como cuando vas a invadir Polonia, supongo». Se trata de hacer una obra exprés. Eso exige calcular los materiales necesarios, las camas, muebles, ordenadores, ventanas, operarios... «Preferimos perder 48 horas en diseñarlo todo y croquizarlo bien».

A estas alturas de la pandemia la responsable de Medicina Intensiva y el de Ingeniería son un equipo en sí mismo. «Casi sabemos un servicio del otro como el otro del uno», asume Jiménez. El entendimiento es fundamental para que el jefe de la obra conozca cómo se mueve el virus y qué necesitan el enfermo y facultativo, y se lo disponga todo.

Exigencia laboral

Para el operativo organiza un batallón de 40 trabajadores del propio HUCA y 27 reclutados de otras empresas. Hay carpinteros, electricistas y gasistas. «Trajimos a dos de ellos de Galicia, nos ayudaron desde Eulen Electricidad». Habla con gratitud. «Lo que yo hice con mi gente es decir que el estatuto de 1971 funciona en la administración y todo el mundo tiene derecho a él, pero pido a todos que renuncien voluntariamente y por un tiempo para sacar esto adelante, que si eres fontanero no hagas solo fontanería». El equipo responde. Ven las noticias. Saben que ese enchufe que están poniendo suministrará electricidad a un respirador del que depende una vida humana.

El lunes 2 de noviembre desembarcan en esta carrera contrarreloj. Las pruebas PCR han confirmado 282 contagios en la víspera y hay diez fallecidos más. «El Principado está viviendo una situación crítica», reconoce el Principado.

El presidente Adrián Barbón decreta ese día el cierre de total de la hostelería y comercios, adelanta el toque de queda a las 22 horas y pide no salir de casa. El objetivo es impedir un «colapso del sistema sanitario» del que se habla con insistencia.

Jiménez siente la responsabilidad de evitarlo: «Veíamos que no llegábamos, que podía sobrepasarnos». El equipo de Rehabilitación se lleva su material del gimnasio; optan por descentralizar el trabajo con los pacientes en varios puntos de la región. Hay todavía equipos en la sala cuando los carpinteros toman posiciones junto a un baño y dan forma a los primeros cabeceros.

Es el primer handicap. Una cama UCI exige muchas tomas de electricidad para alimentar al aparataje, y tubos que suministren oxigeno, gas o aspiren las secreciones del paciente. Las conducciones suelen estar ocultas en cabeceros anclados al techo, algo inviable. El gimnasio es de techos altos; toca darle la vuelta al diseño.

Los carpinteros lo materializan y van dejando las estructuras listas. Es un trabajo en cadena sigue. «Los de gases no pueden pisarse con los electricistas y hay que coordinarse con los servicios centrales para tener preparada la dotación». El esfuerzo es físico, con operarios doblando turno, pero también económico.

«Cada respirador cuesta unos 20.000 euros, las camas de UCI son especiales y las hay entre 5.000 y 10.000 euros, la monitorización se hace con pantallas de diferente tamaño, de entre 7 y 8.000 euros las de mejor gama y 5.000 las pequeñas», enumera.

La entrega de las cuadrillas y esa inversión dan resultado. La nueva UCI 9 consigue tener las 19 camas de su primera fase en apenas cinco días. La segunda tanda, con otros 15 puestos, «la hicimos en dos días» y por ahora sigue sin estrenar. Jiménez no oculta su satisfacción. En lo que hace poco más de un mes era un gimnasio 17 pacientes encontraron el respaldo necesario para luchar por su vida.

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