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Ruth Arias
Lunes, 31 de agosto 2015, 11:43
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Era 31 de agosto y hacía un cuarto de hora que habían dado las tres de la mañana. Ese momento está grabado a fuego en la memoria de Mieres desde hace 20 años. Una explosión de grisú en la capa octava del Nicolasa acabó con la vida de catorce mineros del turno de noche, diez de ellos asturianos, personal de Hunosa, y otros cuatro checos, pertenecientes a la empresa subcontratada Satra. Ese fue el último gran accidente minero, el de mayor magnitud de las últimas décadas. La actividad minera siguió sesgando vidas, pero nunca más se vivió un España un accidente de tal calado.
Mentar el trágico accidente del Nicolasa, del que se cumplen ahora 20 años, aún despierta inquietud y nerviosismo. Dos décadas no han sido tiempo suficiente para sellar esas heridas. Entre otras cosas, porque las causas del siniestro siguen sin estar demasiado claras. Las investigaciones fueron largas y tediosas y cada organismo apuntó en una dirección diferente: Hunosa mantuvo que se había tratado de un fallo en el electroventilador, la Dirección Regional de Minas que se había debido a la explosión de unos cartuchos de dinamita y Comisiones Obreras apuntó al minador.
En el Monumento internacional al Minero, levantado frente al campus de Mieres un año después de aquello en memoria de las víctimas, aún se ve alguna que otra corona de flores. A aquellos 14 no se les ha olvidado. Después de todo este tiempo siguen simbolizando la peligrosidad del trabajo en la mina, aunque las cosas han cambiado mucho desde entonces.
El accidente del Nicolasa marcó un antes y un después en la seguridad minera, sobre todo en lo referido a la ventilación y al funcionamiento del minador. El sistema de ventilación se cambió de uno aspirante a otro soplante y después de aquel accidente se dictó una normativa para las explotaciones por sutiraje, una fórmula de explotación que había comenzado a implantarse en Asturias a mediados de los 80 pero que nunca se había regulado.
«Se fijaron una serie de principios para regular el funcionamiento del minador en avance de galería», señala el secretario de Salud Laboral del SOMA, Avelino Gutiérrez. Desde entonces, la Instrucción Técnica ASM-51 estableció que la máquina debía avanzar exclusivamente a través de la veta de carbón y nunca en roca. Pero también se produjeron otros cambios, como una intensificación de los sondeos en las capas, y Hunosa potenció su departamento de fenómenos gasodinámicos. «Se evaluó lo que falló y se trató de superar lo ocurrido», asegura Gutiérrez.
Menos accidentes
No se ha conseguido que no volviese a haber accidentes, pero los números han mejorado de forma significativa. El Nicolasa, uno de los único cinco pozos que Hunosa mantiene activos, ha vuelto a sesgar vidas: en 2001 falleció un vigilante en una caída a la cinta transportadora; el año siguiente murieron un artillero al estallarle un explosivo que comprobaba y un minero que reparaba un tubo de aire comprimido; en 2003 un derrabe acabó con la vida de otro de los trabajadores. Luego hubo incendios, más mineros heridos...
La capa octava, la más rentable del pozo, volvió a explotarse en el año 2007, aunque con un sistema diferente, con nuevos minadores y con un mayor flujo de aire para minimizar el riesgo de explosiones.
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