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Díaz de Orosia y la logopeda Ana Torrico, con uno de los cuadernos que sirven para su recuperación. J. PETEIRO
Pinceladas de la vida tras un ictus

Pinceladas de la vida tras un ictus

Díaz de Orosia se recupera tras permanecer alejado de la pintura durante semanas | La falta de información, lamentan algunos pacientes, provoca que muchos pierdan esos primeros meses esenciales para su rehabilitación

AIDA COLLADO

GIJÓN.

Jueves, 1 de enero 1970

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Un andador se empapa bajo la lluvia, a la puerta de la impresionante Casa Rosa de La Guía, en Gijón. Está fuera de contexto. Chirría, ya abandonado, entre las obras de arte del jardín. Habla de un tiempo pasado, pero muy reciente. Dentro, el reconocido pintor Roberto Díaz de Orosia camina el presente en el que es su estudio, también su hogar, ayudado por un bastón. En él se apoya para sortear los cientos -o miles- de cuadros que dan testimonio de su vínculo inquebrantable con la pintura. Este verano un ictus vino a emborronar su mundo. Le pilló descansando en León y eso lo complicó todo. Los traslados, la hospitalización. Pasaron las semanas y con el alta llegaron otros retos. Se fue el sol y, con mucho esfuerzo, quedó desterrado el andador, pero los problemas del lenguaje se acomodaron y se instalaron, junto a él, en una casa llena de escaleras. Una de las primeras palabras que se abrió camino hasta su garganta lo hizo para describir aquellas primeras semanas: «Horrible».

Durante más de un mes no quiso coger un pincel. Sabía que la facilidad para crear, para ordenar, para trazar, se había esfumado aquel día «horrible». Eso que siempre había brotado con maestría y naturalidad ahora se resistía a volver. Así que cuando su logopeda, Ana Torrico, miembro de la Asociación de Ictus del Principado, llegó de un viaje a Lanzarote con un libro infantil para que copiase algunos dibujos de César Manrique, a Díaz de Orosia no le hicieron falta palabras para mostrar su desagrado. Pero al final accedió. Lo primero que dibujó fue un pez. No era su creación. No le gustó el resultado, las dimensiones le bailaban. Y aún hoy se siente incómodo enseñándolo. Pero ese pez iluminó la senda para recuperar su vida.

Palabras entre los cuadros

Desde entonces, la pintura ha vuelto a ser su camino. Para todo. Cuando intenta decir algo y no le sale, lo dibuja. En sus cuadernos ha dado forma a decenas de figuras asociadas a un nombre. Reloj. Plato. Anillo. Su pasión por el arte, su vínculo emocional con lo pintado, con los recuerdos, ha sido imprescindible en su mejoría. Cada vez encuentra más palabras entre tantos cuadros.

«El lenguaje emocional es el primero que sale y eso es lo que le provoca a él el arte», explica Torrico. «Quiere tanto mostrarte su obra, explicarte las cosas, que busca el modo de hacerlo». Ambos se han hecho amigos. Cómo no. «Es un hombre a quien le gusta mucho estar con la gente, continúa saliendo a la calle, sigue yendo a tomar algo... y eso le ha servido muchísimo para vencer el pudor y superarse. Tiene un gran coraje», concede la logopeda. Las escaleras que en un principio fueron enemigas pronto se tornaron en aliadas para su recuperación física. Al final del primer tramo, iluminado por una luz reveladora le esperaba su estudio.

Y hasta allí sube ahora en un pispás. Lo hace orgulloso, para mostrar -ahora sí- lo último que ha pintado. Son pequeños formatos y las figuras son completamente reconocibles. Contienen la esencia de Díaz de Orosia.

Torrico, que hoy intervendrá en los actos de la Sociedad Española de Neurología y de la Fundación Frena al Ictus, con motivo del día mundial dedicado a esta dolencia, le anima a lanzarse a obras de mayor tamaño. «Hazlo para la contraportada del libro», le provoca. Es una idea que desde hace tiempo les ronda. Quieren hacer un libro con su experiencia. 'El hombre que dibujaba palabras', se titulará. Será la biografía «contable» de un genio que sufre un ictus.

Ya tienen portada. Es un cuadro, pintado por el propio Díaz de Orosia mucho antes de que adquiriese para él un nuevo sentido. Decenas de letras de colores salen desordenadas de la cabeza de un hombre. Lo sujeta, en el salón de su casa, con la ayuda de Carlos Posada. Él estuvo en sus zapatos hace once años, cuando perdió la movilidad de su pierna y brazo izquierdos. Luego presidió durante años la Asociación de Ictus del Principado de Asturias (Adipa). Pudo recuperar la autonomía suficiente para caleyar con su cámara de fotos y dar rienda suelta a su pasión. «Y en lo que no se recuperó no hay que pensar», zanja. Él, insiste, se curró la rehabilitación por su cuenta. Caminando sin descanso por la senda que une Oviedo y Las Caldas. Cogiendo el autobús para volver, al principio. Gastando suela, después.

Posada fue hace dos años al Congreso, junto al logopeda Alberto Fernández, el neurólogo José Antonio Vidal y la propia Ana Torrica. El Parlamento aprobó un plan de rehabilitación para estos pacientes, que incluía más trabajo de logopedia y neuropsicología. «Pero no apareció un duro», le interrumpe Torrica.

Lo ideal, insisten, es que la rehabilitación se amplíe con atención domiciliaria, para que los pacientes no se sientan perdidos al llegar a casa. La guía 'Preguntas y respuestas sobre el ictus. Escuela de cuidados', que han elaborado los profesionales del Sespa ha sido recientemente editada para cubrir un enorme agujero de falta de información. Pero falta mucho por hacer. «Hay gente con pocos recursos y sin acceso a la información que pierden estos primeros meses esenciales para la recuperación, cuando todo debería estar cubierto por el sistema público de salud», reclaman desde la asociación.

No es su única petición. «Hacen falta más unidades del ictus, además de las de Oviedo y Gijón». Más neuropsicólogos. Más logopedas. Más terapeutas ocupacionales. En definitiva, más asistencia post hospitalaria, para volver a vivir. Para volver a pintar.

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