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Reciella. Abel Fernández, Kaelia Cotera y su hijo Alejandro recogen las cabras como cada tarde para protegerlas del lobo.

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Reciella. Abel Fernández, Kaelia Cotera y su hijo Alejandro recogen las cabras como cada tarde para protegerlas del lobo. FOTOS: XUAN CUETO

Los últimos de las Vegas de Sotres

Herederos de una tradición milenaria. Kaelia Cotera, Abel Fernández y su hijo Alejandro son los únicos pastores que pasan la primavera en una majada que antaño «era un pueblo más»

LUCÍA RAMOS

Domingo, 10 de mayo 2020

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En la mayada no hay tele. Ni videollamadas. Ni clases de yoga o cocina 'online'. Los días se deslizan perezosos entre el cuidado de los animales, los juegos con su hijo Alejandro, de tres años, y el arreglo y grabado de lloqueros. El pasado 1 de mayo, como llevan haciendo más de una década, los jóvenes Kaelia Cotera y Abel Fernández cogieron a sus animales y se trasladaron a las Vegas de Sotres, donde se quedarán hasta mediados de julio, cuando el ganado suba a la peña y ellos vayan a la hierba. Por delante quedan varias semanas de vida en soledad, pues desde hace dos temporadas ellos son los últimos pastores en una mayada que antaño «era un pueblo más».

Rodeados de cabañas vacías, Kaelia y Abel, como tantos otros pastores, conocen desde siempre una sensación que millones de españoles están experimentando por primera vez con motivo de la crisis sanitaria generada por el COVID-19. «El aislamiento, la falta de contacto con otra gente, se hace difícil, y aunque nosotros no cambiamos esto por nada, tampoco todo es maravilloso siempre», asevera la joven ganadera. Porque tanto ella como sus colegas luchan por acabar con esa imagen romántica, casi poética, de una profesión milenaria que, de no ponerle remedio, está condenada a desaparecer. «Queremos vivir de nuestro trabajo, como todo el mundo, que las administraciones nos tengan en cuenta y fomenten y promocionen la reciella igual que hacen con el vacuno», recalca Kaelia. E indica que si bien en los pueblos sigue siendo costumbre guardar un cabrito o un cordero para las fiestas y ocasiones especiales, , algo muy típico de la zona, «si no se incentiva el consumo, la siguiente generación ya no mantendrá la tradición».

Porque si hace años a las Vegas de Sotres acudían decenas de familias -entre ellas la de Abel, quien se crió recorriendo las peñas cabraliegas- y había en la localidad más de mil cabezas de ganado caprino, en la actualidad solo quedan su rebaño y el de otro vecino. «Si no compaginas, como hacen muchos, con la elaboración de quesos, vivir de la reciella solo para carne es muy complicado, los precios son muy bajos, se traen muchos animales de fuera y no se incentiva el consumo de cabrito y cordero como en otras zonas», lamenta la pareja.

Ambos destacan la «gran calidad» de los animales criados en las montañas asturianas. «Los nuestros se crían en los Picos de Europa, alimentados solo con leche de su madre y pasto y los vendemos a diez euros el kilo para luego ver cómo en los supermercados venden por piezas a más del doble y encima procedente de otros países», critican. Afean también que en algunos establecimientos hosteleros «vendan como cabrito de Picos algo que en realidad no lo es».

Restaurante y museo

Precisamente con la intención de «poner en valor la carne de cabrito y cordero» de la comarca de Picos de Europa, la joven pareja se ha embarcado en una nueva iniciativa. «Vamos a abrir un restaurante en Tresviso (Cantabria), donde serviremos la carne de los animales que nosotros criamos -130 cabras, 60 ovejas y 60 vacas-», indica Kaelia. Y lamenta las «dificultades» a las que han tenido que hacer frente, con una inversión que «ronda los 250.000 euros». Es una apuesta arriesgada, si bien confían en poder contar con los Fondos Leader, «la única ayuda» que han recibido. «Así , sin apoyo y con trabas, difícilmente se va a fomentar que los jóvenes nos asentemos en los pueblos», apuntan.

Además del restaurante, los jóvenes planean crear una especie de «museo de los pastores, con una cabaña y elementos que cuenten nuestra historia». Pese al vértigo que da embarcarse en un proyecto como este, ambos saben que era su única salida, porque si hay algo que tienen claro, es que esta es su vida y no quieren otra. «Dejé un trabajo fijo en Santander para venirme aquí porque esto es lo que siempre me gustó, y ni Abel ni Alejandro vivieron nunca en la ciudad», indica Kaelia. Y asevera que están decididos a luchar para poder quedarse en Cabrales.

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