Uno de los pabellones de La Cadellada. ARCHIVO DE VÍCTOR APARICIO

Luis Ángel Sánchez

Profesor de Antropología Cultural de la Universidad Complutense de Madrid
«La historia de La Cadellada es una película de miedo»

Electroshocks, inyecciones de aguarrás, fusilamientos, ruinas convertidas en un campo de concentración, «envíos de locos», hacinamiento... Se cumplen dos décadas del cierre del manicomio asturiano y una minuciosa investigación hurga en sus episodios más oscuros

Miércoles, 29 de octubre 2025, 15:09

Fusilamientos, ruinas convertidas en un campo de concentración, una rivalidad brutal entre dos jefes clínicos con denuncias cruzadas, 'envíos de locos', electroshocks... Se cumplen veinte ... años de la salida de los últimos pacientes de La Cadellada y Luis Ángel Sánchez Gómez (Madrid, 1962), profesor de Antropología Cultural en la Complutense, acaba de poner en las librerías el volumen 'La Cadellada. Una historia del Hospital Psiquiátrico de Oviedo' (Trea), un documentado y riguroso trabajo de investigación en el que, a lo largo de 400 páginas, desciende hasta los sótanos del manicomio asturiano para arrojar luz sobre un centro cuyos muros encerraron «mucha tensión, muchísimo sufrimiento y una cierta esperanza». Un apasionante libro que se presenta el próximo miércoles, 5 de noviembre, a las 19 horas, en la ovetense Librería Matadero Uno.

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Luis Ángel Sánchez.

-¿Cómo se gesta La Cadellada?

-En 1928, cuando empiezan las obras, después de muchos años de discusiones. Hasta entonces, lo que hace Asturias, como hacen casi todas las Diputaciones, es enviar a muchos de sus enfermos a otras comunidades. Son los famosos 'envíos de locos' a tres o cuatro hospitales de referencia que había en Barcelona, Valladolid, Zaragoza... El problema es que eso cuesta mucho dinero y, desde 1910, en la Diputación ya se empieza a debatir sobre el asunto, tirándose unos y otros los trastos a la cabeza. Hasta que, en 1925, deciden que sí: que lo más conveniente es hacer un manicomio.

-Y arranca una historia de película…

-Sí. De película de miedo, porque están de obras desde 1928 hasta 1934 y llega la Revolución de Octubre. Es entonces cuando buena parte de los trabajadores de La Cadellada, tanto el personal sanitario como el personal auxiliar, se suman a la Revolución. Y, cuando esa Revolución se reprime, hay denuncias, consejos de guerra… y se despide a tres cuartas partes del hospital. Ahí tenemos el primer problema grave, porque hay una represión tremenda.

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-¿Qué pasa luego?

-Que casi todos recuperan el trabajo con la victoria del Frente Popular en 1936, pero llegan el golpe de Estado militar y la Guerra Civil. Entonces, La Cadellada la mantienen los rebeldes, las tropas franquistas, pero está justo en el famoso cerco de Oviedo y, al final, acaba habiendo trincheras en medio del hospital, lo bombardean los republicanos, lo defienden los nacionales…

-La situación es tan compleja que cada bando llega incluso a evacuar a sus enfermos…

-Así es. El hospital, inicialmente, durante los dos primeros meses de la guerra, está en manos de los nacionales. Después, hay una retirada estratégica y los republicanos lo ocupan durante unas dos semanas. En esas dos semanas, cuando ven que no lo pueden mantener y que no es un lugar seguro para los enfermos, se marchan con 60, 70, 80 de ellos a Villaviciosa. Ahí se refuerzan los ataques republicanos y los nacionales ven que tienen que evacuar a los que enfermos que quedan a Oviedo y a Corias. Primero van las mujeres y luego los hombres.

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-El episodio más trágico ocurre en Valdediós. ¿Qué pasó allí exactamente?

-Que, durante la evacuación a Villaviciosa, acaban en Santa María de Valdediós. Allí montan los republicanos un manicomio y allí están unos años relativamente bien. Hasta que acaba la guerra en Asturias y los empleados de izquierdas del hospital saben que van a perder sus puestos de trabajo, pero lo que no se esperan es que llegue alguien con un listado de personas que había que detener y de otras que iban a ser fusiladas. Al final, a diecisiete personas que eran enfermeros, auxiliares, la hija de una enfermera con apenas dieciocho años… los sacan por la noche, los suben a una ladera y los fusilan. Se ha hablado de una venganza, pero seguimos sin saber quién confeccionó esa lista y quién ordenó esos tiros en la nuca a gente que no había hecho nada, que simplemente trabajaba en un hospital con un carné de izquierdas.

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-¿Cómo llega a convertirse el manicomio en un campo de concentración?

-Tras la guerra, el hospital queda completamente arruinado. El destrozo fue total. Entonces, desde octubre de 1937 hasta abril de 1938, colocan una alambrada alrededor y ahí sobreviven entre 4.500 y 5.000 prisioneros republicanos. Hasta que se dan cuenta de que tienen que reconstruir el hospital para que regresan los enfermos que había en Corias y los que quedaban en Valdediós. Comienzan entonces los trabajos de restauración que permiten que, en el 39, vuelvan los pacientes.

-Toda esa etapa está marcada por la rivalidad entre sus dos jefes clínicos. Cuente.

-Sí. Hasta mediados de los sesenta, hay dos jefes clínicos, los dos de derechas, enfrentados porque los dos quieren controlar el hospital. Ganaron la oposición en 1931, antes de que se inaugurara, pero, como son dos plazas relativamente equilibradas y no hay un director del hospital, acaban brutalmente enfrentados durante treinta años, con denuncias sobre el porcentaje de fallecidos por hambre... porque uno lleva la sección de mujeres y el otro, la de hombres. Y, además, se enfrentan dentro y fuera del hospital, porque cada uno tiene su clínica y dedicaban mucho más tiempo -sobre todo, uno de ellos- a sus clínicas privadas que a la pública, que era de donde cobraban un sueldo importante. Los dos introducen muy pronto los electroshocks. Desde los años veinte, había mecanismos brutales para controlar a determinados individuos y dejarlos prácticamente paralizado, como inyecciones de aguarrás.

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-Habla de prácticas inhumanas.

-Sí. En el caso de los electroshocks, la comunidad psiquiátrica sigue completamente dividida. Hay quien se opone radicalmente y quien lo considera útil. Pero pronto introducen también los primeros fármacos para controlar patologías como la esquizofrenia. El problema es que el hospital se llena de pacientes y, en los años 60, tiene 1.300 enfermos -con salas de ciento y pico camas en las que, lógicamente, no había ninguna intimidad- cuando debería haber tenido 500.

-¿Sirvió La Cadellada como un instrumento de represión?

-No tanto como un mecanismo de represión política, pero sí social, porque al hospital sí van unos pocos presos que han sido juzgados por asesinatos, crímenes, violaciones… y mucha gente que no tiene ningún problema de salud mental. Y eso incluye cuestiones como la homosexualidad, el alcoholismo, la epilepsia, lo que llamaban 'niños retrasados o subnormales', gente con algún tipo de conducta singular, mujeres solteras que habían tenido un hijo… personas que se considera que no son adecuadas para vivir en sociedad. Lo de los homosexuales y las mujeres era bastante sangrante. Había algo que llamaban 'la sección de sucias', donde se metía a quienes no controlaban sus esfínteres, lo que luego se denominó 'el secadero'. Era una sección de pacientes considerados irrecuperables que fueron prácticamente abandonados. Siempre había una sección que era demencial y que tenían todos los manicomios, aunque el asturiano era de los mejores.

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-Hasta que llega la primera gran reforma psiquiátrica, a cargo de López Muñiz, entonces presidente de la Diputación. ¿Qué cambia?

-Sí. Quiere reformar el manicomio e introduce unas reformas tremendas que plantean un cambio radical. Y, posteriormente, llega la reforma de 1983, que ya tiene alcance en todo el país y va encaminada al cierre de estos hospitales, porque se considera que lo que hacen es condenar a los pacientes a un aislamiento social que no contribuye a su recuperación.

-Y, al final, concluye que es una historia muy dolorosa, pero también una historia para la esperanza.

-El planteamiento de aquel momento es que, cerrando los hospitales psiquiátricos, se iba a a conseguir mucho. Y lo cierto es que la mayoría de los profesionales defienden que un psiquiátrico ahora no tiene sentido, pero, para eso, debe haber una buena atención en Atención Primaria, en los centros de salud mental y en el resto de recursos. De hecho, en Asturias, hay muchos y buenos y se ha convertido un referente nacional. Se ha avanzado, sí, pero lo que dicen las asociaciones de pacientes, que son las que asumen la carga cuando cierra el hospital, es que el sistema tiene sus más y sus menos. El nuevo modelo ha traído ventajas, pero todavía hay una minoría de psiquiatras que argumentan que lo que hizo la Administración fue echar a los enfermos a la calle y quitarse el problema de encima.

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