Mael, el niño que venció a un dragón llamado Meningococo
Con sus cuatro extremidades amputadas, el pequeño gijonés se adapta a su nueva realidad tras haber superado una grave infección pese a estar vacunado
Mael y su padre lo tenían todo preparado para ir al estreno de la última entrega de 'Cómo entrenar a tu dragón', su saga favorita, cuando un dragón de verdad, el más feroz, se ocupó de cambiar sus planes. Era junio de este mismo año, el pequeño empezó a sentirse mal, un dolor de rodilla que les llevó al centro de salud, «porque Mael no se queja nunca». Lo dice su madre, Nerea, enfermera, sin falta de hacer memoria porque la familia tiene bien grabado todo lo que sucedió después. Una película muy real. El pequeño fue derivado a Cabueñes para seguir examinándole, pero volvió a casa. Nada parecía raro entonces. La violenta bacteria que le tuvo entre la vida y la muerte no había empezado a mostrase. Esa noche, en casa, llegaron los vómitos y lo que parecía una diarrea. «Me tranquilicé –cuenta Nerea– porque pensé, aquí está el origen todo, una gastroenteritis». Pero no. La suerte, «sí, sí, la suerte», quiso que el dragón que estaba a punto de ponerlo todo patas arriba se mostrase en dos manchas brillantes color púrpura que ella identificó rapidísimamente. «Sabía que era algo grave, gravísimo, le dije a su padre que llamase al 112, cogimos a Mael y al bebé (tienen otro hijo, Olai, de apenas un año) y volamos a Cabueñes. Literalmente. Dejamos el coche en la puerta de Urgencias y entramos corriendo». Le salvaron la vida.
La gravedad es extrema. De ahí pasa a la UCI pediatrica del HUCA y allí llega el primer diagnóstico: meningococo tipo B, el más virulento, el más infrecuente. El pequeño está vacunado, hay una posibilidad ínfima, pero la hay y se ha dado. Diez días en coma inducido, diez días de lucha titánica de los médicos y del pequeño cuerpo de Mael. Diez días en los que sus padres vivieron el peor de los infiernos, pero «tan apoyados y tan bien acompañados, con un equipo médico y sanitario tan increíble que en ningún momento nos pusimos en lo peor».
Nerea y Pablo hablan mientras Mael juega con sus coches y sus muñecos, superhéroes y, por supuesto, dragones, y habla sin parar, con todo el desparpajo y toda la energía del mundo. Han pasado apenas cuatro meses desde que despertó de aquel coma inducido. La sepsis por meningococo derivó en una coagulación intravascular diseminada, lo que se conoce como 'púrpura fulminante', que le provocó un fallo multiorgánico. En ese momento los médicos desconocían la repercusión de su lucha, podían ser desde daños cerebrales irreversibles a necesitar un transplante de riñón. Pero Mael salió adelante.
«Nos sentaron y nos dieron la noticia, había que amputar, no se sabía cuánto ni hasta dónde, pero había que hacerlo. Nosotros siempre tuvimos fe ciega en los médicos, la seguimos teniendo porque le salvaron la vida, así que no lo dudamos». Eso sí, decidieron trasladarse al Hospital de La Paz, en Madrid. Allí fue la intervención, porque ahí está la unidad de referencia para toda España.
Una operación con 20 médicos
Una veintena de médicos intervinieron de forma simultánea a Mael a principios de este mismo verano en una operación de cuatro horas a la que el pequeño se enfrentó sabiendo que «iba a viajar al espacio y a seguir luchando». Lo cuenta él mismo porque en la habitación del hotel horas antes de la intervención sus padres le escribieron el cuento de su lucha contra el dragón que le contaron apenas 15 días después: «Era tan tan fuerte y tenía tanto tanto fuego que se llevó mis manos y mis pies». Pero ni un gramo de su coraje.
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«Nunca se ha quejado, desde el primer momento, desde que se vio de nuevo, lo ha vivido todo con naturalidad, y esa naturalidad es la que queremos que experimente cada día, por eso queremos contar su historia, para que nadie le mire raro y mucho menos con lástima».
Mael tiene «piernas de robot», unas prótesis de momento básicas que podrán ir siendo más sofisticadas a medida que vaya creciendo. «Tenemos muchísima suerte con nuestro sistema de Salud, que nos financia casi todo, aunque no las prótesis con las que Mael podría correr». Tampoco existen a día de hoy prótesis avanzadas para unas manos tan pequeñas. «También por eso queremos visibilizar su caso, para ver si hay más investigación, más financiación, porque él no es el único, ni mucho menos».
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Su día a día es ahora fisioterapia, rehabilitación y horas de piscina, por ahora en Oviedo porque en Gijón no hay el servicio adaptado. Le apoya Fedema, la Federación de deporte adaptado de Asturias, y también la Facultad Padre Ossó, cuyo equipo de terapia ocupacional le ha preparado varios artilugios que le ayudan, aunque él se las apaña de forma proverbial con sus pequeños brazos, con los que lo mismo se come un arroz que vuela un helicóptero, mientras se ríe. Porque Mael se ríe muchísimo, incluso cuando cuenta la historia de como luchó contra el dragón, seguramente porque el final es feliz: lo ha vencido.
Pablo y Nerea tienen claro que «esta es una carrera de fondo, le queda y nos queda mucho por delante». También pelearse con la burocracia, porque el pequeño tiene un 75% de discapacidad reconocida, pero «siempre falta algún trámite». Su próxima meta es ir al cole. Empezará en cuanto sea posible, desde luego este mismo curso, en el Jacinto Benavente de La Camocha, el único centro de Gijón completamente adaptado. Sus padres también confían en volver pronto al trabajo, él como profesor, y ya tienen en mente crear una asociación para ayudar a Mael «y si podemos también a otros niños como él». La batalla con el dragón ha terminado, ahora quedan otras, pero que nadie dude que van a ganar la guerra. Ya lo han hecho.