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ALICIA GARCÍA-OVIES
VILLAVICIOSA.
Domingo, 29 de marzo 2020, 00:38
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La ría de Villaviciosa volvió a recibir por tercer año consecutivo menos aves invernantes, según los datos del último censo realizado por la consejería de Desarrollo Rural en colaboración con la Sociedad Española de Ornitología (SEO-Birdlife), el Grupo Ornitológico Mavea y el Grupo Ibérico de Anillamiento (GIA). Los voluntarios contabilizaron este año 1.374 ejemplares, lo que supone ochenta menos que en 2018. Un descenso que podría deberse a los efectos del cambio climático o a otros fenómenos adversos.
Los anátidas y los rálidos fueron una vez más las especies con más presencia, aunque también experimentaron un ligero descenso respecto a censos anteriores. Así, pasaron de los 776 ejemplares en 2018, a 685 en 2019 y 671 en 2020. Todo lo contrario que los limícolas -aves acuáticas que engloba a varias familias- que se han incrementado ligeramente respecto al año pasado, pasando de 444 a 469.
Las gaviotas, aves típicas en las localidades costeras de la región, disminuyeron notablemente este año. De 97 que se cuantificaron en 2018 pasaron a ser 143 en 2019, mientras que en esta ocasión se han reducido a la mitad: solo 76. Los voluntarios también contabilizaron ocho ejemplares más de garzas y espátulas. Los cormoranes aumentaron hasta los 63, es decir, veinte más que en 2019; y la presencia de los zampullines se incrementó de tan solo cuatro a diez.
El descenso de aves invernantes ha provocado también la desaparición de algunas familias. Es el caso del ánade friso y el ánsar común, ambos de la familia de los anátidas y los rálidos. Tampoco pudieron verse este año en la ría maliaya ejemplares de aguja colinegra y de correlimos tridáctilo, pertenecientes a los limícolas. Aunque sí se mantienen otras especies con menor presencia como el gavión atlántico, gallineta común y avefría europea, entre otras. Además, por primera vez se censó una barnacla carinegra, cuatro correlimos gordo y andarríos bastardo.
El censo, que se realizó a mediados de enero, contó con un grupo de quince voluntarios, que se dividieron en cinco grupos con el fin de poder cubrir 1.500 hectáreas. «Lo más complicado es llegar a tener rapidez en la identificación. El resto son horas de libro y salir al campo. Es un trabajo que lleva muchos años», explicó en su día Alejandro Conde, miembro de SEO-Birdlife. Muchos especialistas son capaces, además, de identificar a los ejemplares por la silueta o la sombra, lo que les permite una mayor agilidad durante el censo.
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