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Fito González estaba haciendo obras en su restaurante cuando presenció el desplome de la montaña.

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Fito González estaba haciendo obras en su restaurante cuando presenció el desplome de la montaña. JUAN CARLOS ROMÁN

Caso vive con el temor al próximo argayo

Geólogos y vecinos auguran más episodios como el de Anzó por el estado de los taludes | La apertura del paso provisional no evita los perjuicios a los negocios locales. «Todo lo que necesita de camiones está parado», explican

RAMÓN MUÑIZ

SOBRESCOBIO / CASO.

Lunes, 7 de mayo 2018, 04:05

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Antonio arranca enfadado y dice de carrerilla cuántos días han pasado desde que media montaña se desplomara sobre la AS-117 entre Sobrescobio y Caso. Vanesa regresa del colegio con sus dos retoños de la mano y agradece a los profesores que vivían al otro lado del argayo pero que, para seguir con las clases, se las ingeniaron para hospedarse cerca de las aulas. A Pedro se lo ve fastidiado; tras un invierno de cortes de luz y teléfono pasó semanas con los comercios desabastecidos, viendo cómo sus vecinos se quedaban sin gasoil y su comedor, solo con un 5% de la clientela. «Vine a Caleao pensando que era el Paraíso Natural, pero lo que estoy encontrando es que, a pesar de estar a media hora de Oviedo, sigue siendo una zona desatendida», lamenta.

Han pasado 46 días desde que una avalancha de piedras y rocas sepultó la carretera a la altura de Anzó (Sobrescobio) y la respuesta de los afectados es tan variable como el sonido de la 'zona cero'. Una grúa eleva a los operarios en una jaula para que, con la ayuda de una suerte de taladro, inserten bulones y anclajes para la malla de seguridad. El siseo de cada perforación acalla toda conversación. Cuando termina, vuelve el hilo musical habitual, con su competición de pájaros y arroyos.

  • 22 de marzo: una roca de más de 600 toneladas se desprende de la montaña y a continuación se desploma parte de la pared. El conductor del último vehículo que pasa lo ve desde el retrovisor.

  • 24 de marzo: la nevada complica la salida de Caso por su único paso, la Collada de Arnicio.

  • 26 de marzo: la UME visita la zona y confirma que las curvas del río impiden usar su material para habilitar puentes provisionales.

  • 2 de abril: el consejero se reúne con los alcaldes.

  • 3 de abril: trescientas personas se concentran pidiendo ayuda.

  • 9 de abril: abierto un paso auxiliar sobre el río que permitirá el paso de motos, coches y minibuses.

  • 30 de abril: inicio de la segunda fase de la obra.

«Esto es un Parque Natural; aquí la carretera se mete en la montaña, literalmente, en muchos tramos, pero es que la legislación no permite alterar mucho los elementos», cuenta Irene Sánchez. Trabaja en El Merendero de Anzó y hace un máster en Derecho. Le ha ido bien. El establecimiento es vecino del desprendimiento, del lado de Sobrescobio. «Hemos tenido mucho turismo de argayo, gente que venía a verlo y se quedaba a comer; también por las noches he oído a chavales que iban a hacer el chorra». Desde su lado de la barra, entiende el episodio como «parte de los riesgos de vivir en un Parque Natural».

«Cuando no es un argayo es otro; aquí en Caso hablar del último y calcular dónde será el próximo es una conversación de lo más habitual», señala, al otro lado de la barrera, Pedro Barón, director del restaurante Tierra del Agua. En efecto, llegar a él exige recorrer catorce kilómetros de mallas cargadas de rocas, taludes desmoronados y varios corrimientos.

«La carretera es un peligro constante, no hay más que verla; ahora estamos avisados pero hay que preguntarse dónde y cuándo será el próximo argayo», confirma Fito González. El 22 de marzo a las 9.05 de la mañana trabajaba en la reforma de su restaurante Puerta de Arrobio, cuando lo vio. «Empezaron a caer piedras pequeñas, luego más grandes, y de golpe una de 700 toneladas, que botó contra la carretera y saltó al río por encima de la barrera. Luego ya se desplomó todo», evoca. «Supimos que no había víctimas porque el conductor que acababa de pasar lo vio por el espejo retrovisor y se dio cuenta de que nadie le seguía», indica.

El temor a vivirlo de nuevo se repite entre los vecinos, pero también entre los técnicos. «Las mallas dan una sensación de seguridad ficticia; toda esta zona es la cuarcita de Barrios, una formación muy fracturada, con estratificaciones y cuñas que tienden a salir hacia la carretera, que es lo que ha pasado en Anzó», comenta un especialista con décadas de experiencia. El propio decano del Colegio de Geólogos, José Antonio Sáenz de Santa María, ha reclamado públicamente «un estudio serio, detallado, sobre todo de las juntas, porque hay muchas sueltas».

En la Consejería de Infraestructuras prefieren ir con pies de plomo. La reapertura de la vía «se realizará cuando existan suficientes garantías de seguridad», afirman, sin dar fecha alguna. Hace casi un mes que sobre el río se abrió un paso auxiliar, uno que se cierra por las noches, solo admite tráfico en un solo sentido y recibe al extraño con un cartel que advierte del «acceso bajo su responsabilidad».

«Lo peor es que no pasan los camiones, y todo lo que los necesita está parado. Los que se dedican a la construcción ya no vienen, los de la madera, tampoco, el suministro de pienso para los ganaderos, lo mismo, mucho turista que oye en la radio que la carretera está cortada, igual; el que peor lo lleva es el de la piscifactoría, al que le venía el alimento y le sacaban los peces con trailers», informa Antonio Aladro, dueño del Hotel Arnicio. Las pérdidas económicas se estiman en un millón, una suma que sigue abierta, a la espera de que la montaña decida.

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