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PELAYO ARIAS
Domingo, 6 de septiembre 2015, 00:24
Que el Camino de Santiago es duro es algo que sabemos todos. Los kilómetros, las heridas en los pies, la climatología y un sinfín de etcéteras. Lo que quizá resulte menos conocido son los tramos especialmente complicados, y no por la condición de la pista o el desnivel del terreno. Entre Colombres y Colunga la señalización del recorrido está trayendo de cabeza a todos los intrépidos que se aventuran en la experiencia de recorrer el Camino de la Costa, que une Hendaya con Santiago de Compostela siguiendo la cornisa cantábrica. Una distancia de 936 kilómetros. Casi nada.
Este problema sale a relucir un mes más tarde de que los Caminos de Santiago del Norte fueran reconocidos como Patrimonio Mundial por la Unesco. La organización destacó su contribución al «intercambio de valores» y a la «unidad de Europa» después de más de una década de trabajo. Peregrinos no sólo de toda Europa, sino del mundo, aprovechan los meses de verano para llevar a cabo algunas de las que son, probablemente, las rutas más conocidas de la cristiandad. El año pasado más de 28.000 peregrinos recorrieron el trazado norteño, diez veces más que hace una década. Y se espera que estas cifras sigan aumentando a tenor del reciente reconocimiento.
Basia y Mateusz Sikorsi llevan caminando 98 días desde su Polonia natal, y aunque admiten que la parte del Oriente de Asturias no es la más complicada con la que se han encontrado en su periplo, creen que hay «cierta confusión entre la ruta a pie y la ruta para bicicletas». Jeanette Schulz, alemana que recorre el camino desde Irún, se encontró con estos problemas en su onceavo día de caminata. Fue en Colombres donde no supo donde empezaba o acababa el sendero, y se decidió a continuar por la general animada por algunos vecinos, pero «es demasiado asfalto para los pies, acaba pasando factura». Al final descubrió que sí que existía una ruta lejos de los peligros de la carretera. «Hay muchos colores, no sabes que ruta seguir», advertía.
El nuevo intervalo de autovía y las obras asociadas han tenido más impacto del que 'a priori' se podría esperar. Muchos tramos del Camino se han visto afectados por el nuevo espacio que ocupa la vía, y han tenido que adaptarse a esta situación. Una de las soluciones más utilizadas ha sido compartir tramos con la nacional N-634, lo que entraña el peligro de caminar junto a los vehículos que circulan por la carretera. Marisa, César, Sara y Jaime, de Madrid, sufrieron el problema en sus propias carnes cuando se vieron obligados a cruzar la carretera a su paso por Buelna para acercarse al albergue de peregrinos. La velocidad de los coches y la poca visibilidad no ayudan.
Pero este no es el único problema. Los tramos compartidos están pensados para caminantes y ciclistas, pero mientras que los primeros pueden continuar por rutas alternativas lejos del tráfico, los segundos tienen casi la obligación de completar el itinerario en los arcenes de la vía, con los peligros que eso supone. «No hay una ruta específica para bicicletas, y si la hay, no está señalada. Hoy he acabado en esta senda para los que recorren el camino a pie, y aunque las vistas son bonitas, estoy perdiendo mucho tiempo porque la pista no está preparada para la bici» admitía Lukas Franken, también de Alemania, que cargaba con su medio de transporte a cuestas.
Por si todo esto fuera poco, la adaptación del Camino de Santiago a los nuevos tramos de la autovía del Cantábrico no aparece reflejada en muchos de los mapas que utilizan los peregrinos, y acaban echando a suertes la decisión de qué camino seguir, con las consecuencias que esto acarrea. Juan María Martín, ciclista de Salamanca, asegura que «en el País Vasco la ruta está mucho mejor, aquí no te puedes fiar de los mapas. Lo más seguro es preguntar a los vecinos».
Jenna y Ross admiten que el trazado «es un poco confuso, pero no demasiado difícil si sabes leer las señales». Ellos, estadounidenses, comenzaban su recorrido en la localidad cántabra de Unquera. «La vegetación es problemática, a veces oculta las señales o esconde basura. Yo me he tropezado con un cerco eléctrico para las vacas», reconocía la americana entre risas. Del problema de la vegetación se encargan en muchas ocasiones los propios vecinos. Ellos saben de las bondades del paso de los peregrinos, y a falta de actuación desde las administraciones, son ellos mismos los que se deciden a colaborar. Ángel Luis, de La Peña, acondiciona el acceso al camino cercano a su casa habitualmente «porque se llena de hierba y así facilito el paso», dice.
Para Takahito Ishii, de Japón, la señalización no es el verdadero problema. Él lleva 9 días de caminata, pero es la tercera vez que emprende el Camino de Santiago, en esta ocasión por el recorrido norteño. «Creo que la señalización no es la mejor, pero no es difícil de seguir. Para mí el problema es el poco cuidado que se da al peregrino. En esta zona se piensa que somos turistas de segunda». Según el japonés, la comarca está poco enfocada a este tipo de visitantes «porque no hacemos grandes gastos, hay poca visión de negocio», asegura.
Aún así, los peregrinos siguen adelante, sin achantarse y continúan con su aventura. Después de todo, son los obstáculos los que hacen el camino interesante.
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