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GUILLERMO FERNÁNDEZ
Domingo, 6 de septiembre 2015, 00:24
Rodeada por una legión de familiares y amigos, Ángeles García Gutiérrez, nacida en el arrabal ribadedense de El Bau el 5 de septiembre de 1912, cumplía ayer 103 años en la localidad de Pimiango. Ángeles es la madre del recordado cura Eugenio Campandegui, fallecido en Ribadesella el 28 de diciembre de 2008 tras ejercer durante 15 años como párroco. Un elevado número de vecinos del concejo de Ribadedeva acudió ayer a visitarla en su domicilio y a mediodía la acompañaban en una misa de Acción de Gracias que, oficiada por el párroco Amador Galán, se celebró en la iglesia de San Roque.
Ángeles y el que fuera su marido, Eugenio Campandegui Bueno, se hicieron novios cuando ambos tenían 18 años y se casaron al cumplir los 24, en 1936. Diez años más tarde, Eugenio salía a pescar a caña y nunca regresó a casa. Se lo engulló el Cantábrico. En el domicilio quedaron dos hijos: Eugenio, de nueve años, y Vicente, de tres, que falleció al cumplir los 14. Al enviudar, no le quedó más remedio que trabajar como jornalera en el campo y de cocinera en las casas que requerían sus servicios.
Al ordenarse Eugenio como sacerdote, cerraba la puerta de su vivienda en Pimiango y emprendía un largo viaje en compañía del hijo cura. Durante 48 años peregrinaron por las parroquias de Cocañín, Campo de Caso, Viabaño, Avilés y Ribadesella. Recordada Ángeles que «en todos esos lugares fui feliz».
Al fallecer Eugenio regresó a Pimiango y allí vive, en la calle de El Joyu, en compañía de su inseparable sobrina, Carmen García Vargas. Explicaba Carmen que la rutina diaria de Ángeles consiste en «levantarse a mediodía y a continuación se asea y arregla. Luego repasa el periódico, de cabo a rabo, pasea por delante de casa, come, duerme la siesta, reza el Rosario, hace ganchillo, lee poesía y se entera de lo que sucede por el telediario».
En el día de su 103 cumpleaños, Ángeles comentaba que «me siento muy bien y recuerdo todo, desde cuando era pequeña hasta hoy. Tengo la cabeza perfecta y el cuerpo también. Hasta el médico se extraña de mi vitalidad». Estima que no hay ningún secreto para alcanzar esa edad y sostiene que «llegué hasta aquí porque Dios lo quiso. Nunca perdí la esperanza, no llevé una vida amargada y nadie tuvo la culpa de las desgracias que me ocurrieron». «A la hora de dormir, descansas perfectamente si tienes la conciencia tranquila y si te llevas bien con todos», valora.
Ser centenaria no está reñido con ser coqueta. «Ángeles va todas las semanas a la peluquería de Ana, en Colombres, utiliza con mucha soltura el pintalabios y yo me encargo de cuidarle y pintarle las uñas», remachaba su sobrina.
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