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Sidhamed Matala y su padre asturiano, Carlos de la Parte, esta semana en Oviedo. Los dos han peleado durante cuatro años para que pudiera volver a Asturias a estudiar. ÁLEX PIÑA
Los otros refugiados de Asturias

Los otros refugiados de Asturias

Seguimos los pasos de cuatro saharauis que pasaron sus veranos en Asturias y que hoy luchan por encontrar un futuro para ellos y para un pueblo que sobrevive en el desierto

AZAHARA VILLACORTA

Lunes, 3 de junio 2019, 04:32

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Cuando Sidhamed Matala llegó a casa de Carlos de la Parte y su mujer, Merche García, con el programa 'Vacaciones en paz', era un pequeño de ocho años «asustado, encogido y con la arena incrustada en la piel, pero, en cuanto vio un balón, se le puso una sonrisa de oreja a oreja». Así que, cuando Merche murió hace cuatro años, le dejó un único encargo a Carlos: «Haz todo lo posible para que Sidhamed vuelva». Y aquel pequeño de ojos enormes que no hablaba ni una palabra de español y que registró su primer recorrido hasta una playa del Cantábrico «sin perderse ni una curva, como si en vez de cerebro tuviese un GPS», acaba de regresar a Asturias convertido en un joven a punto de alcanzar la mayoría de edad después de remover cielo y tierra para conseguir un pasaporte argelino ayudado por Carlos y con una «nacionalidad no reconocida internacionalmente» para el Estado español.

«Quiero buscar un futuro para mí y para mi pueblo y ayudar a mi familia», desvela sus planes Sidhamed, que, como la mayor parte de los jóvenes saharauis, no encuentra salida en el desierto al oeste de Argelia en el que malviven más de 150.000 personas (el 60%, menores de treinta años, según ACNUR). Sin agua corriente y a merced de la ayuda humanitaria. Confinados en los campamentos a los que sus familias huyeron a mediados de los setenta, cuando España se retiró del Sáhara Occidental dejándolos en la estacada, cercados y expoliados por Marruecos. Uno de los territorios más inhóspitos del planeta, rodeado de minas antipersonas. Donde apenas crece vegetación, donde las tormentas de arena ciegan, donde la desnutrición acecha, donde las inundaciones causan estragos y donde en verano llegan a superarse los cincuenta grados a la sombra.

La pequeña Fatma Mohamed Salem junto a algunas de las alumnas a las que hoy imparte clase de Primaria en el campamento de Smara.
La pequeña Fatma Mohamed Salem junto a algunas de las alumnas a las que hoy imparte clase de Primaria en el campamento de Smara.

Aliviar los rigores del desierto a esos niños y niñas saharauis que viven desterrados en la 'hamada' argelina, sin mar y sin piscinas, es precisamente uno de los objetivos de 'Vacaciones en paz', el programa que nació hace casi tres décadas en Asturias y por el que han pasado «miles de pequeños», pero que no atraviesa sus mejores momentos, como explica Félix Flórez, uno de sus coordinadores en la región, además de secretario de la Asociación Asturiana de Solidaridad con el Pueblo Saharaui. Él recuerda que hubo un tiempo, antes de la crisis, en el que, a principios de julio, aterrizaban en la región hasta 350 niños y niñas, mientras que este verano apenas llegarán a doscientos.

Porque, además de con «el bajón que se produjo en toda España con la recesión», se encuentran con que la escasez de acogedores «hace que viajen niños cada vez mayores, por lo que solo pasan aquí un par de veranos, mientras que antes eran más pequeños, estaban más tiempo y se creaban vínculos más fuertes. Así que eso nos obliga a buscar familias de acogida continuamente». Y otra vez vuelta a empezar.

Sidhamed, que estos días estudia duro en Oviedo («con una cabeza privilegiada», presume su padre asturiano) para sacarse el título de la ESO, que tiene seis hermanos más y que guarda como un tesoro la camiseta que le firmó Quini recién llegado, es de los que han tenido suerte. Pero no todos han corrido la misma fortuna, porque lo cierto es que muchos de ellos han visto cómo se les cerraban las puertas de los lugares en los que tradicionalmente encontraban refugio. Países como Cuba o Libia, tocados por sus propios conflictos, mientras que «el Gobierno español, el gran causante de su situación, mira hacia otro lado y apenas concede visados», apunta Félix Flórez.

Sidhamed Matala con Pepín Braña y Quini, que le firmó una camiseta recién llegado a Asturias, con apenas ocho años, que guarda como un tesoro.
Sidhamed Matala con Pepín Braña y Quini, que le firmó una camiseta recién llegado a Asturias, con apenas ocho años, que guarda como un tesoro. Álex Piña

Es el caso de Fatma Mohamed Salem, que llegó allá por 2003 a casa de Belén Cueva en Noreña, donde pasó varios veranos «bañándose sin descanso, haciendo amigos y yendo a fiestas de prao», y que hoy, a sus 24, es una mujer dulce y firme que imparte clases en una de las 'madrasas' (escuelas) de la 'wilaya' (campamento) de Smara.

«Fueron unos años maravillosos, inolvidables, y un sueño que tengo clavado en mi cabeza es volver a Asturias algún día y encontrarme con Belén, que es mi segunda madre», relata después de tener que dejar los estudios. «Perdí a mi madre saharaui y, como tenía dos hermanos que entonces eran pequeños, quise darles un futuro, protegerlos y estar con ellos. Y ahora lo estoy haciendo. Gano poco, pero es lo suficiente para sobrevivir. Aquí las cosas son muy difíciles, pero seguimos luchando». Porque, «cuando están en la oposición» -lamenta Félix Flórez-, «todos los partidos políticos, independientemente de su signo, tienen buenas palabras, pero cuando llegan al poder se les olvidan. Es como si alguien les dijese: 'De eso no se habla'».

Con consigna explícita o sin ella, la gran mayoría de las familias de refugiados que tuvieron que dejar sus hogares para ocupar 'jaimas' y casas de adobe a las que acaba de llegar el tendido eléctrico («y también el wifi, lo que alivia un poco la distancia con España») continúan a la espera de una solución para volver a territorio saharaui cuarenta años después. Pero las esperanzas se desvanecen a medida que la situación de muchos de sus financiadores se agrava y la emigración crece, porque «los más capaces de desarrollar trabajos cualificados se van de los campamentos en busca de oportunidades. Imagínate que eres médico o maestro y tienes que trabajar prácticamente gratis. Eso desincentiva a cualquiera».

Salek Mehd escanciando junto al Bar Asturias de Vegadeo, donde vive y trabaja desde hace cinco años.
Salek Mehd escanciando junto al Bar Asturias de Vegadeo, donde vive y trabaja desde hace cinco años.

«En los campamentos cursan hasta Secundaria. Después, en el caso de los mejores estudiantes, estudian el Bachillerato como internos en colegios de Argelia y, de nuevo si hay suerte, los que obtienen las mejores notas llegarán a la universidad en Mascara, también en territorio argelino», apunta Belén Cueva. Y eso fue lo que hizo Brahim Mohamed Abdalahi, a punto de concluir Ingeniería Electrónica y que también encontró, con siete años, en Noreña su refugio. «Era una migayina», recuerda Cueva, todavía hoy pendiente de si necesita vitaminas o algún medicamento para la anemia. Un desvelo que él devuelve con agradecimiento sincero una y otra vez al otro lado del teléfono. «A mi familia de acogida le debo mucho. A mi madre Belén, a mi padre Paco y a mi hermano Borja. Estuve con ellos seis veranos y, para mí, son los más ricos de mi vida. Aprendí muchas cosas para mí y para mi pueblo. Me dieron todo lo que tenían y lo que necesitaba para convertirme en un buen estudiante y conseguir lo que me proponga».

Y lo que se ha propuesto Brahim es ambicioso: «Mi sueño es terminar esta carrera y poder ayudar a mi gente en Dajla. Lograr que el pueblo saharaui sea libre como el resto de los pueblos, porque nuestra situación es muy dura, muy difícil, y va contra los derechos humanos. Es un problema del mundo y de las personas que en el mundo quieren la libertad».

Ninguno olvida Asturias. Ni El Aaiún, Auserd, Smara, Dajla, Bojador. Su té y sus cielos cuajados de estrellas. «Quiero ser útil a mi gente y a mi sociedad», repite también Salek Mehdi, que voló cuando era un retaco debilitado por la enfermedad hasta Tapia de Casariego «con una autorización» para operarse del riñón en el HUCA y aquí consiguió quedarse para convertirse en el hijo de María Victoria y Eduardo y enviar remesas a los suyos, otro puntal en la complicada subsistencia en los campamentos.

«Algunos lo logran con un pasaporte de apátrida y otros se quedan y luego regularizan la situación», precisa Félix Flórez, que habla de la acogida como «una experiencia maravillosa que te puede cambiar la vida».

La de Sidahmed, Fatma, Brahim y Salek, que hoy vive y trabaja en Vegadeo como camarero, tampoco será ya la misma. «Yo solo venía para operarme, pero terminé yendo al instituto y haciendo dos módulos de hostelería. Fue mi gran suerte, pero en verano tengo que ir a Smara. No les puedo fallar».

Aquí supo que su mejor amigo murió de sed, «intentando cruzar el desierto». Se le quiebra la voz: «Los niños y las niñas siguen necesitando la solidaridad del pueblo asturiano y muchas más familias».

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