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José Argüelles marca con un compás el contorno de la cabeza o tapa del tonel. La madera de castaño es la más usada por los toneleros de Breceña. JORGE PETEIRO
Los dos últimos artesanos del tonel

Los dos últimos artesanos del tonel

Los hermanos Argüelles mantienen en Treceña el último taller artesano de Asturias especializado en carpintería bodeguera. Han convertido el tonel en una obra maestra en la que se mima la madera y se aprovecha hasta la última viruta

pablo antón marín estrada

Domingo, 21 de enero 2018, 00:57

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En su novela ‘El lápiz del carpintero’ el gallego Manuel Rivas se preguntaba si un lápiz puede salvar el mundo. Carlos y José Argüelles (Vallina, 1976 y 1975) llevan el suyo orgullosos detrás de la oreja. Es su herramienta más usada, después del cerebro, el ojo y la mano que empuña ese lapicero para trazar unos cálculos sobre un papel o marcar la línea de corte de una duela (cada una de las tablas que forman el entramado del tonel). El lápiz de estos hermanos de Breceña (Villaviciosa), maestros toneleros de cuarta generación, tal vez no salve el mundo, pero sabe el secreto de cómo transformarlo en algo útil sin necesidad de esquilmarlo. Esa es la filosofía con la que viven un oficio en el que la materia prima, la madera, es mimada y aprovechada hasta la última viruta. «Es un bien escaso y valioso –afirma José–, un recurso limitado, por eso buscamos el máximo aprovechamiento de cada pieza: aquí no se tira nada» y como ejemplo relata que hasta el serrín acaba siendo reutilizado para equilibrar la acidez del terreno en plantaciones de arándanos o fresas.

Su taller es probablemente la última tonelería artesana de España y una de las pocas de Europa capaces de elaborar recipientes de hasta 5.000 litros. Trabajan solo por encargo y cada pieza fabricada es única. Desde la nave de Breceña salen toneles para bodegas de vino y cerveza, llagares de sidra o destilerías de whisky o vodka. Sus principales clientes están fuera de Asturias, en zonas vitivinícolas como Rioja, Ribera de Duero, Bierzo o La Mancha o sidreras como el País Vasco; fuera del estado, venden principalmente a Francia e Italia. Los encargos viajan a cualquier parte del mundo en los más diversos medios: «Unos van por paquetería, otros en barco, algunos desmontados y armados en el propio lugar de destino», explica José, mientras su hermano Carlos sierra con pulso y ojo de cirujano una tabla en la que previamente ha trazado los límites de una duela. Es la primera de las que formarán la coraza de un tonel en cuyo proceso de elaboración se habrán empleado una media de 45 horas. Tras el cepillado y lijado deberán encajarlas mediante tornos (los hermanos Argüelles no utilizan colas ni productos químicos) una a una, hasta completar el entramado. Comenzará entonces una de las partes más delicadas del proceso, el curvado de las duelas a fuego de leña, una labor que por sí sola requiere entre 4 ó 5 horas y en la que se producen frecuentes mermas por las tablas quebradas a consecuencia del calor y que deben ser remplazadas por otras nuevas.

El final del proceso se asemeja bastante al del sastre probándole su traje nuevo a un cliente. Los toneleros visten a su pieza ajustándole los aros a golpe de maza, para rematar la tarea encajándole la cabeza (la tapa) como ese sastre que pone el último detalle a su cliente colocándole un sombrero. Por el suelo queda esparcido un mar de virutas y serrín. Carlos y José se mueven en ese mar como pez en el agua. Se criaron jugando en él. Al salir de la escuela corrían al taller de su padre Paco, atraídos por el olor de la madera y sobre todo por las maravillas que veían salir de sus manos. Los trabajos del maestro de estos carpinteros de Breceña se recuerdan y se conservan en perfecto estado en casas repartidas por todo el concejo maliayo.

El fundador de la saga fue el bisabuelo de los Argüelles, Canor. Abrió su taller en 1900 y trabajó como tonelero para el llagar de Escanciador. Desde entonces la familia ha seguido ejerciendo el oficio combinándolo con el de la carpintería. Carlos y José también lo hacen aunque tienen clara su jerarquía de producción: «Las piezas de mayor calidad las empleamos para la tonelería, esa es nuestra prioridad y todo lo demás lo utilizamos en carpintería». Y es que la presencia de un simple poro en una tabla destinada a servir de duela basta para que se deseche; ese minúsculo orificio puede echar a perder el contenido depositado en el tonel. En el lenguaje de nuestro tiempo llamamos a esa vigilancia en el acabado de un producto estándares de calidad. Los Argüelles no conciben otra manera de trabajar y tienen sus propios baremos sobre la excelencia: «Un profesional cualificado mira cada pieza y la analiza, si es buena te la va a vender más cara, porque lo vale, pero la mala no te la va ni a ofrecer». En el mercado de la calidad ven también el futuro: «Pagar más por un tonel que va a durar en perfectas condiciones 40 años es una buena inversión y así sé está valorando» y ni siquiera toman por competencia la del empleo del acero en mundos tan cercanos a sus orígenes como el de la sidra. Son perfectamente combinables y se pueden usar ambos en las diferentes fases de la elaboración: fermentaciones controladas en acero y envejecimiento en madera o viceversa».

Los hermanos Argüelles trabajan más para otros mercados y fuera de Asturias pero los pies los tienen en su tierra y en sus orígenes. Cuando su bisabuelo fundó el taller, la tonelería era el método de conservación de todo tipo de productos: harinas, salazones; las desnatadoras y mantequeras se realizaban en la misma técnica. La comarca maliaya fue un ejemplo de la pujanza de esa industria artesanal en sus llagares y fábricas de conserva. El lápiz de Carlos y José no pretende salvar el mundo ni volver al pasado. Sus cálculos miran hacia el futuro, es decir la próxima pieza. En seguir por muchos años haciendo unas pocas cosas bien. Como sus toneles.

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