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Ignacio Villaverde, en su despacho, la pasada semana. mario rojas.
El constitucionalista elegante y con alma de roquero
Elecciones al Rectorado de la Universidad

El constitucionalista elegante y con alma de roquero

«Las cosas hay que hacerlas si crees que es tu momento y tu deber. Y sí, la ocasión lo merece», dice Ignacio Villaverde sobre su candidatura

LAURA MAYORDOMO

GIJÓN.

Sábado, 6 de febrero 2021

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A Ignacio Villaverde le habría gustado estudiar Filosofía y dedicarse a escribir grandes tratados de Filosofía y Metafísica. Pero una conversación con la que era su profesora en el Instituto Jovellanos, Carmen Martino, le sirvió de baño de realidad. «A ver, Nachín, de filósofo no vive nadie ¿no te das cuenta?». Periodismo fue su segunda opción. Pero para aquel chaval de orígenes humildes nacido en el barrio gijonés de El Llano en 1965, el primero de los tres hijos de Ester y Antonio, un policía gallego que se sacaba un sobresueldo vendiendo enciclopedias Salvat y cera Alex, lo de estudiar una carrera universitaria fuera de Asturias era un sueño irrealizable. Fue así como acabó matriculándose en Derecho, sin vocación, pero dejando clara su brillantez académica desde el principio. Se licenció en 1988 con una nota media de sobresaliente y se doctoró cinco años después con matrícula de honor.

El azar, dice, le dio «buena cabeza para los libros» y mala mano para la música. «No tengo oído ni memoria musical». Por eso en 1984 optó por centrarse en los estudios (lleva a gala ser el primer universitario de su familia) y abandonar definitivamente la guitarra, que hasta entonces había tocado en varios grupos. Si Ignacio de Otto y Francisco Bastida fueron sus mentores en la tesis doctoral, Jorge Ilegales lo fue con los acordes. «Él fue mi primer y último profesor de guitarra. Todo lo demás lo aprendí de forma autodidacta» y a base de tenacidad.

1967. «En el parque de Isabel la Católica con mi madre, fallecida en 2019. Yo ya era todo un figurín en aquella época».
1967. «En el parque de Isabel la Católica con mi madre, fallecida en 2019. Yo ya era todo un figurín en aquella época».

'091' fue el nombre de su primera banda, con la que ensayaba «en el altillo de un llagar que hay todavía detrás del Jardín Botánico». Eran años de rock and roll, pero no de sexo y drogas. «Naaaaaada... Lo nuestro era una afición sana y más blanca de lo que se pueda pensar. Solo nos obsesionaba la música». Hasta el punto de que había relaciones de amistad que se rompían por una discusión «sobre si el último disco de Police era bueno o malo».

En los 80. «Queríamos ser modernos y montamos un grupo. Soy un mal guitarrista que no ha hecho un solo en su vida».
En los 80. «Queríamos ser modernos y montamos un grupo. Soy un mal guitarrista que no ha hecho un solo en su vida».

Las que no se rompieron nunca fueron las amistades de su época de estudiante. Primero en La Escuelona, en cuyo patio echaba las tardes jugando a las chapas o al frontón cuando no lo hacía en el parque de la Serena. Después en el Instituto Jovellanos, donde forjó un relación casi fraternal con Javier Rubiera, hoy catedrático del Departamento de Literaturas y Lenguas Modernas de la Universidad de Montreal. Y las que, ya en los 80 del siglo pasado, entabló en la Facultad de Derecho, donde fue compañero de promoción de Miguel Presno Linera e Ignacio Prendes. Junto con este último formó parte del claustro en el que se aprobaron los primeros estatutos democráticos de la Universidad de Oviedo. «De casta le viene al galgo», dice ahora recordando aquellos años de representación estudiantil.

Fue precisamente como representante de estudiantes de izquierdas como entabló relación con un destacado jurista y mítico profesor universitario, el constitucionalista Ignacio de Otto. «A la salida de una conferencia de Antonio Elorza, me aborda y me propone hacer la tesis con él. Yo estaba en cuarto de carrera. Le dije que sí sin pensar realmente lo que me estaba pidiendo».

2003. «Es la imagen de un padre frustrado por no haber conseguido volar la cometa que le habían regalado a su hija».
2003. «Es la imagen de un padre frustrado por no haber conseguido volar la cometa que le habían regalado a su hija».

Ese lanzarse sin red lo repitió hace tres años cuando, cuenta, varios compañeros, «personas muy importantes en mi vida académica y a las que quiero mucho», le animaron a encabezar la candidatura al Rectorado. Y él, que ya se veía volviendo «al trabajo académico monacal» tras finalizar su etapa como secretario del Consejo Social, dio el paso «sin mucha reflexión» pero convencido de que las cosas «hay que hacerlas si sientes que es tu momento y tu deber. Y sí, creo que la ocasión lo merece».

Así que las tres mujeres de su vida, sus dos hijas, Nuria y Paula, de 15 y 24 años, y su segunda mujer, Marta, que ya lo veían llevando «una vida más tranquila», no tuvieron más que resignarse y aceptar la decisión.

La figura del abuelo Julio

El próximo viernes, este hombre elegante, que entiende el buen vestir como una expresión de respeto hacia el otro, se colocará solemne en la corbata el alfiler de plata con una silueta de gato herencia de su abuelo Julio, 'Julinchi', «un buen hombre, muy conocido y querido», uno de los fundadores de la polifónica Anselmo Solar, «tan charrán como yo» y que siempre decía: '¡Esti guaje, qué listu ye!'. Falleció cuando él tenía solo cinco años pero le dejó recuerdos imborrables. El viernes, cuando el catedrático de Derecho Constitucional se enfrente al resultado de las urnas, llevará una vez más ese alfiler que es, al tiempo, un talismán -«reconozco que soy maniático y un poco supersticioso»- y que ha lucido en los momentos más importantes de su vida, en todas sus oposiciones y en sus tomas de posesión como letrado del Tribunal Constitucional, secretario general de la Universidad o vicerrector de Relaciones Institucionales. «Es una forma de decirle: 'Aquí estoy y estás conmigo'».

1990. «De mis primeras estancias en el Instituto de Derecho Público de la Universidad de Friburgo».
1990. «De mis primeras estancias en el Instituto de Derecho Público de la Universidad de Friburgo».

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