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La madre de las menores en riesgo de violencia vicaria, con la sentencia que condena a su exmarido. J. M. PARDO

«Mi exmarido utiliza a nuestras hijas para seguir haciendo daño»

Un condenado por violencia machista «se niega a autorizar el tratamiento psicológico» a su hija, ingresada tras un intento de suicidio

Chelo Tuya

Gijón

Martes, 30 de abril 2024, 02:00

«Mis hijas son víctimas de violencia vicaria por parte de su padre. Las utiliza para hacerme, para hacernos, aún más daño. Ya lo hacía cuando vivíamos juntos, que no las trataba bien, y lo quiere seguir haciendo ahora, que estamos ya lejos de él».

María (nombre ficticio) tiene el tono sereno que nace de la determinación, aunque a veces haya lágrimas que intenten cortar su discurso. Pero no lo logran. Como tampoco logró su ex marido su propósito de tenerla a su disposición. Ni a ella ni a las dos menores fruto del matrimonio.

Uno que empezó bien, pero acabó mal. Si no lo hizo en tragedia fue porque el día que una de ellas tenía diez meses «y fue lanzada contra un sofá por su padre», los cojines evitaron un mal menor. Y porque «cuando tiró a mi padre de un empujón», el golpe recibido en un cuerpo con esclerosis no causó males mayores. Y porque cuando la golpeó a ella en un brazo «la cosa no pasó de moratones». Y, por supuesto, porque la Policía, que ya conocía su caso, había enseñado a una de las pequeñas cómo ayudar a su madre en caso de que los gritos, por desgracia habituales, fueran a más. «Nos explicó a las dos que teníamos que tener una señal para que, cuando yo la hiciera, ella llamara a la policía».

El Instituto Asturiano de la Mujer recuerda que «tras el cambio del Código Civil ya no es necesaria la autorización del padre»

Así, si escuchaba a mamá dar palmadas, la niña tenía que llamar a los agentes. Y una tarde aquellos aplausos salvaron a su madre. «Ya le había dicho a él que quería la separación. Estábamos en el dormitorio y pasaba de llorar pidiendo que no le dejara a gritar amenazando. Las crías estaban preocupadas y venían cada poco, hasta que él cerró la puerta con pestillo. Cuando nos quedamos a solas, la cosa fue a más y di la señal».

Con las palmadas llegó la reacción infantil y la policía. Tras entrar en el domicilio y obligarle a salir de la habitación, acabó en el calabozo, «al que ya había ido otras veces» y llegó el juicio. Él resultó condenado y con orden de alejamiento de ambas. Para estar más seguras, la tres cambiaron de comunidad autónoma. Iniciaron una nueva vida desde cero «sin que a él le importasen las crías nada. No solo no se interesa por ellas, sino que las pocas veces que se comunican por whatsapp, acaba bloqueándolas». Hasta ahora.

Empezar de cero, lejos de la violencia y el miedo, ha sacado a la luz los problemas psicológicos. «Donde vivíamos ya habíamos recibido sesiones a cargo de la Administración, como víctimas de violencia. Al llegar a Asturias me dijeron que no las había, por lo que recurrí a Atención Primaria».

Los equipos de Salud Mental «funcionaron muy bien. Vieron que mi hija tenía un problema», pero las citas «son cada mes y medio y ella necesita tratamiento continuado». Y ahí volvió el miedo. «Me dijeron que, para ese tratamiento, necesitaba la autorización del padre y él se niega».

Incluso ahora, que la pequeña está ingresada en un hospital tras un intento de suicidio. «Solo se ha dirigido al centro para solicitar informes y exigir que salga».

Mientras ella inicia una nueva batalla legal en su ciudad de origen, el Instituto Asturiano de la Mujer ha decidido intervenir. «Tras la reforma del artículo 156 del Código Civil ya no es necesaria la autorización del padre», recuerda el organismo, que ya se ha preparado sesiones formativas «para que todos los profesionales sanitarios lo sepan». Además, insiste en que en los Centros Asesores de la Mujer «hay atención tanto legal, como psicológica».

Mientras, María sentencia: «Él sólo quiere hacernos daño y yo ya no sé qué hacer». El objetivo es que la Justicia sí lo sepa.

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