Hostelería, quejas y empleo

José María Urbano

Martes, 5 de agosto 2014, 18:10

Terraza del centro, cuatro y media de la tarde. Suelo lleno de servilletas usadas, restos de comida, plásticos, colillas... Por ese suelo no ha pasado una escoba y un recogedor desde hace horas, si es que lo ha hecho en algún momento desde la apertura del local. «Hola chicos, ¿qué os pongo?». Dejémoslo ahí, deben ser los nuevos tiempos. Hago una apuesta y la gano. La mesa está sucia. Sucia sin paliativos: restos de café, polvo, servilletas, cenicero lleno... Llega la camarera, una chica joven, con la bebida y se dispone a dejar la primera consumición. «Por favor, ¿podrías limpiar antes la mesa?». «Ah, sí, perdona». Se va con la bandeja al interior del local y vuelve con una balleta. La mesa queda limpia a medias, con restos de café. La factura, generosa.

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Los hosteleros de Avilés, así, en abstracto, se quejan. Venden poco. O ganan poco, que no está muy claro. Un clásico. Es un gremio curioso este, que no se cansa de pedir, pese a que buena parte del presupuesto de ocio y cultura de las administraciones públicas, el que se sostiene con los impuestos que pagamos todos todos los que pagamos, claro, que pujoles hay en todas partes les favorece más que a nadie. Es igual, si la fiesta no pasa por delante de mi local ya hay motivo de queja, porque aquí eso de la solidaridad queda bien para los discursos oficiales. Ya quisieran los señores que venden jamones, grifos o bañadores que el Ayuntamiento organizara o subvencionara, con dinero público, unas jornadas de fomento de la compra de jamones, grifos y bañadores. Pero no, todo sea por la hostelería. Y además siempre van a contar con el apoyo de algún político generalmente de la oposición, dispuesto a partirse la cara por ellos, con el indisimulado objetivo de partirle la cara al concejal responsable del área, que es lo que le importa al político de turno.

Vuelvo a la camarera. No le echo la culpa a ella, que seguramente trabaja ocho o diez horas, dispone de un contrato por cuatro si se lo han hecho y le pagan un sueldo indigno, mientras el hostelero, en general, no se ha enterado todavía de que la crisis que se inició en 2008 ha hecho que la renta diponible de los hogares haya bajado a los infiernos y que las bajadas salariales hayan provocado la depresión del consumo hasta límites insospechados. Y por lo tanto él no puede aspirar a ganar lo mismo o más. No debería. Pero la solución la tiene muy fácil: que pase otra camarera. ¡Sale tan barato! Lo de la profesionalidad y un servicio adecuado al cliente es lo de menos. (Afortunadamente, todavía hay hosteleros ejemplares).

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