«Es horrible, no se oye el telefonillo de casa»
Denuncian que las soluciones acústicas instaladas no son eficaces y reclaman al Principado que instale pantallas amortiguadoras | Los vecinos de Llaranes reclaman que se solvente definitivamente el problema del ruido de la AI-81
BORJA PINO
AVILÉS.
Martes, 7 de enero 2020, 00:16
El inicio de un nuevo año lleva aparejado para la mayoría de las personas buenos propósitos e ilusiones que se espera que se hagan realidad. En el caso de los vecinos del área de Capataces, en el barrio de Llaranes, su ilusión es el fin de una reclamación histórica: la eliminación definitiva del ruido procedente de la cercana autovía AI-81, antigua autopista Y y ahora también enlace con el Parque Empresarial del Principado de Asturias (PEPA), que pese a las medidas de protección acústica instaladas, sigue provocando constantes incomodidades a quienes residen en sus proximidades.
Las calles Gijón y Río Agreira son las más afectadas. Apenas cinco metros de terreno, en su mayoría poblado de vegetación, separan los domicilios de la autovía, y el sonido del incesante tráfico rodado se hace notar. Mónica Ardid es una de las residentes que sufren a diario sus consecuencias. «Es horrible, no se oye ni el telefonillo de casa», afirma esta vecina de la calle Gijón desde hace dos décadas. Los meses estivales son, en su opinión, los peores del año. «En verano, con las ventanas abiertas, el estruendo es horroroso. Es verdad que no hay mucho tráfico por la noche, pero a partir de las cinco de la madrugada...», asegura.
En una situación análoga se encuentra Rogelio Rojo, que adquirió su piso de la calle Río Agreira en 1999. «No es un ruido desorbitado, ni hemos llegado al nivel de no poder dormir por las noches, pero sí es algo que hay que mejorar», apunta. Reconoce que los trabajos de mejora han reducido el nivel de ruido, aunque «hacen falta otras soluciones, porque la vegetación que nos separa de la autovía es muy bonita, pero no es una buena protección acústica».
Las obras a las que Rojo se refiere supusieron a principios del pasado año la culminación de un largo proceso que dio comienzo en 2008 con la licitación de los trabajos para la construcción del enlace. Con una fecha de finalización inicial prevista para 2010, sucesivas dificultades relacionadas con la alteración del tendido eléctrico próximo, amén de la autorización para pinchar la autovía, demoraron su conclusión. La cesión del tramo en cuestión al Gobierno del Principado por parte del Ministerio de Fomento permitió desbloquear la situación y terminar el proyecto más de una década después de su inicio.
Precisamente la limitación del ruido figuraba entre los objetivos a alcanzar durante la construcción de la vía. Mientras que en otros tramos de la misma se colocaron paneles amortiguadores de sonido, en el tramo que discurre frente a Llaranes se optó por extender un asfalto acústico, de grano fino. «En teoría, el nuevo asfalto funciona bien, pero so lo hasta que se satura; los huecos se llenan con trazas de goma que se desprende de los neumáticos, y eso anula el efecto silenciador», explica Braulio Iglesias, que reside en la calle Gijón.
Como otros vecinos del barrio, Iglesias se pregunta por qué el tramo de la autovía que discurre frente a sus hogares no cuenta con paneles amortiguadores, un complemento del que sí disponen los residentes de la cercana Trasona. «Sería una vergüenza que no los pusiesen aquí también», denuncia. Una postura que secunda Rogelio Rojo, quien reconoce que «nos ilusionamos con las pantallas. Las esperábamos con muchas ganas. ¿Por qué se pararon en Trasona?».
La respuesta a su pregunta la cree tener Rosario Ruiz, quien, tras diecisiete años viviendo en la calle Río Agreira, se ha habituado a la realidad del barrio. «En Trasona, el vecindario salió a la calle, pero no ha pasado lo mismo aquí. Los vecinos tendrían que ponerse de acuerdo, pero al que no le afecta no se mueve», reconoce con pesar.
Rogelio Rojo va más allá en sus acusaciones, y señala directamente a la Asociación de Vecinos Santa Bárbara de Llaranes como responsable. A su juicio, «en Llaranes falla que hay dos plataformas: una es la de la asociación, que es muy favorable a las autoridades y, por no molestar no hace demasiada fuerza, y la otra es la de los que viven cerca de El Pozón». Precisamente esa falta de unidad «nos debilita a la hora de hacer presión, porque no suelen estar de acuerdo entre las partes».
Nadie habló con la asociación
Sin embargo, el presidente de la Asociación Santa Bárbara, Gabriel Alzola, no tiene constancia de que se hayan producido quejas vecinales desde el fin de las obras. «El asfalto fino funciona; es lo que pedían los vecinos. También se planteó al Principado, a través del Ayuntamiento, lo de las pantallas, o reducir el límite de velocidad, pero solo si la gente seguía descontenta, y no tenemos constancia de ello», explica.
Por el momento, los afectados por el ruido tratan de poner freno recurriendo a sus propios medios. «Hemos tenido que afrontar una reforma de la casa. La hemos aislado y hemos puesto doble cristal en las ventanas, pero sirve para lo que sirve», relata Braulio Iglesias. Medidas análogas ha adoptado Rogelio Rojo, que lamenta que «hayan tenido que salir de nuestros bolsillos. No es justo que sea así».