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Miguel Ángel Díaz, en el entorno de la Ermita de La Luz. P. BREGÓN
Un bibliotecario de fe

Un bibliotecario de fe

El presidente de la Cofradía Ermita Virgen de la Luz es un hombre entregado y voluntarioso, siempre dispuesto a regalar una gran sonrisa

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Domingo, 6 de agosto 2017, 10:29

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Miguel Ángel Díaz (Boal, 1947) es un villalegrino por afinidad, religioso y solidario que ha sido seminarista, dependiente, empresario, profesor, administrativo y bibliotecario hasta su jubilación. Con una clarísima vocación pedagógica y de servir a los demás, ha sido también catequista, es voluntario en el Archivo Histórico Diocesano, secretario de la Cofradía de la Ermita Virgen de la Luz y presidente de la Asociación Párkinson Corvera. Y si todavía viene la Asociación de Madres y Padres (AMPA) del colegio de Villalegre a pedirle que cuente a los chavales la rica historia del barrio, porque la desconocen y no es materia curricular, es incapaz de decir que no. Con lo que a él le gusta enseñar y la pasión que siente por las tradiciones de su barrio, tira de Andrés, el fotógrafo, con quien ya ha montado un par de exposiciones, y prepara un material gráfico y fácilmente digerible por niños de primaria, en una experiencia didáctica que ha resultado ser todo un éxito. Este es, en esencia, Miguel Ángel, un buen hombre y mejor vecino a quien es fácil ver por el entorno de la Ermita de La Luz, en muchas ocasiones tocando el órgano.

Se puede adivinar, sin apenas conocerlo, que Miguel Ángel ha sido profesor. Le encanta hablar y y enlazar anécdotas para enriquecer un relato del que, curiosamente, no pierde el hilo gracias a una memoria prodigiosa que le ha tocado de serie, pero que también ejercitó durante sus años en el seminario. Porque Miguel Ángel, nacido en Boal de padre funcionario y madre madreñera, tuvo muy clara desde joven su vocación. Pasó un primer año en Covadonga formándose en latín y otros diez en el seminario, pero a los 23 años se enamoró de Marta y se despidió de unos hábitos que nunca llegaría a vestir.

Fue una decisión difícil que le exigía, además, buscar un trabajo. Tras una vida dedicada al estudio, Miguel Ángel no tenía muy claro cuáles eran sus habilidades, a pesar de que poco después han sido notorias para todos los que le han conocido. Había trabajado en Ramaly Toldao vendiendo ropa y cogiendo bajos durante su época de seminarista y había dado algunas clases de latín, así que decidió probar suerte con la educación.

Junto a sus cuñados, montó la Academia Miguel, en Las Vegas, donde se impartían todas las materias, tanto de ciencias como de letras. Allí trabajó hasta que en 1975 tuvo la oportunidad de entrar en el Instituto de La Luz gracias a que, previamente, había podido convalidar sus estudios. Para él, que se había empleado a fondo durante una década en materias como filosofía, latín o griego, el examen de la Universidad de Oviedo no entrañó complicación alguna.

En La Luz, al lado del Villalegre donde se había instalado en 1965, impartió Educación Cívico Social y Política, una asignatura que desapareció con la llegada de la democracia. El Ministerio echó a todos los profesores, pero recuperaron las plazas tras llevar el caso al juzgado de lo Contencioso. Entre tanto, porque el proceso llevó su tiempo, Miguel Ángel había aprobado unas oposiciones de auxiliar administrativo para el Ayuntamiento de Corvera. Quizás no tenga importancia decirlo, pero sacó el número 1, muestra de lo entrenada que estaba su cabeza para el estudio. Podía, por tanto, haber reingresado en la carrera educativa en 1981, pero prefirió seguir como funcionario en el edificio de Nubledo hasta 1993, cuando salieron unas plazas de apoyo para institutos y se quedó con la de bibliotecario. Primero, en el Instituto Pérez de Ayala, de Oviedo, y después en el de La Magdalena, en Avilés, donde pasó los últimos diecinueve años de su vida profesional, de 1997 a 2016, y, quizás también, los más interesantes.

Su misión era incorporar la biblioteca que todo centro escolar tenía, infrautilizada en muchas ocasiones, al programa educativo. Se encargó, por tanto, de reorganizar todo el catálogo de libros, trabajar mano a mano con los departamentos para conocer sus necesidades y ampliar los registros, enseñar a los alumnos a buscar los títulos en las estanterías y facilitarles los manuales más adecuados a sus necesidades. En esas casi dos décadas al frente de la biblioteca, el fondo pasó de los 19.000 volúmenes a los 27.000. Y su proyecto, además de pionero, funcionó tan bien, que la Consejería de Educación no solo le pidió que diera alguna charla sobre el particular, sino también que pusiera en marcha las bibliotecas de otros institutos.

'El de la tele'

Ampliando sus funciones, y por petición del director Jenaro Alonso, Miguel Ángel se encargó de desarrollar un programa relacionado con sanidad e higiene, que comenzó tocando el tema de la droga. Se concienciaba a los chavales durante las horas de tutoría, en las que los profesores y él intercambiaban sus puestos. Ellos se iban para la biblioteca y él, a clase. El programa fue objeto de atención de los medios locales y una de esas intervenciones fue grabada por la desaparecida TeleAvilés y se repitió con cierta asiduidad en su parrilla hasta convertir en popular la cara de Miguel Ángel. Eso lo supo cuando oyó a un chiquillo por la calle decirle a su madre: «¡Mira, mamá, el de la tele y la droga!».

Hombre alegre, accesible y de buen talante, Miguel Ángel ha sido respetado por los alumnos y es querido allá por donde va. Vive su fe con naturalidad y contagia su entusiasmo por la historia del barrio a cualquier interlocutor mínimamente interesado. Jubilado desde hace un año, no tiene más tiempo libre que antes. Casi al contrario, se le acumulan esos cargos 'honoríficos' que necesitan de una mano altruista como la suya para sacar adelante un trabajo.

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