«Esta crisis nos está golpeando fuerte»

Son las once de la mañana y el barrio de La Magdalena está prácticamente desierto, apenas se ve gente paseando por la calle o haciendo compras y la calma sólo se interrumpe cuando empiezan a oírse los gritos que salen de los patios de los colegios e institutos a la hora del recreo.

Es viernes, pero podría ser cualquier otro día de la semana porque los pocos comerciantes que aún tienen sus negocios abiertos reconocen que el panorama es igual de desolador cada día desde que comenzó la pandemia. «El barrio está muy mal y el pequeño comercio no puede competir con los grandes supermercados que hay alrededor de toda esta zona y que siguen vendiendo productos que no son de primera necesidad. Esta crisis nos está golpeado fuerte y eso no nos ayuda», lamenta María Jesús Jiménez, que lleva diez años trabajando en la panadería Carbayedo de la calle Valdés Salas.

Este negocio se ha salvado por el momento porque representa lo que antes eran las tiendas de barrio. «Vendemos de todo y somos necesarios para la gente del barrio, pero los vecinos son mayores y empiezan a venir con miedo. Ha habido días que me marchaba a casa llorando porque tenemos clientes que son médicos y están destrozados», confiesa Jiménez, cuya panadería está a unos pasos del centro de salud del barrio.

Precisamente el centro médico es el único lugar de la calle donde se nota que hay algo de movimiento. Encontrar otro local abierto alrededor es verdaderamente complicado.

Uno de los pocos que aguanta en pie es el de Marcos Sanmartín, dueño de la peluquería London. Lleva en La Magdalena más de treinta años y conoce bien la zona. «Este fue un barrio lleno de vida, en el que llegó ha haber negocios de todo tipo y tenía mucho movimiento. Hoy solo atiendo a cuatro o cinco clientes al día y la zona ha cambiado muchísimo», lamenta Sanmartín.

Él, particularmente, ha notado mucho el cierre perimetral de la ciudad. «El 50% de mis clientes son de fuera de Avilés por lo que desde que nos cerraron he perdido gran parte del negocio. Tengo suerte de que trabajo solo y el local es mío, porque aún puede venir algo peor», anticipa.

Al otro lado de la calle hay varios bares en apenas doscientos metros, pero solo uno, Pelayo, permanece estos días con la puerta abierta vendiendo comida para llevar. «Seguimos abiertos porque hay que aguantar como sea, pero nosotros llevamos ya cuatro confinamientos y dan ganas de tirar la toalla, agota psicológicamente y en enero nos replantearemos si merece la pena seguir», anuncia Vely Mayo, que en la primera ola tuvo que cerrar su negocio por un brote detectado en los negocios contiguos y después porque ella y su marido dieron positivo.

En la calle Valdés Salas prácticamente no quedan más negocios abiertos que los ya citados y al otro lado del parque de La Magdalena, en Álvarez Gendín, menos aún. Donde sí resisten es el la calle Hermanos Espolita, arteria que conecta el barrio con El Carbayedo y en la que Alejandro Fernández abrió su clínica de fisioterapia hace dieciséis años. «Es buena zona porque estamos al lado de la piscina municipal, pero ahora incluso esos clientes han mermado porque hay incertidumbre económica y los clientes ahora se piensan más en qué gastar el dinero».

A su lado, Alejandro Barna mantiene abierto su taller de guitarras, pero él es otro de los afectados por el cierre perimetral. «Mis productos son muy específicos y hay muchos clientes de fuera. Me está tocando moverme a mí para gestionar pedidos y aún así habrán disminuido un 50%, pero aguanto y tengo muchas ganas de que este sea un proyecto a largo plazo», confía Barna, que empezó su andadura en La Curtidora.