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Otín, ayer durante su presentación ante un abarrotado salón de actos de la Cámara de Comercio de Avilés. MARIETA

«Hay esperanza y viene de la resiliencia»

Un auditorio lleno arropa a Carlos López-Otín en la presentación de su libro 'La vida en cuatro letras' | El bioquímico explicó las claves de su obra, donde reflexiona sobre la vida humana y lanza un mensaje de esperanza desde el humanismo

FERNANDO DEL BUSTO

AVILÉS.

Jueves, 20 de junio 2019, 00:47

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El Aula de Cultura de LA VOZ DE AVILÉS, coordinada por Mercedes de Soignie, desbordó ayer la sala de conferencias de la Cámara de Comercio de Avilés con motivo de la presentación del libro de Carlos López-Otín, 'La vida en cuatro letras' (Paidós), una reflexión sobre la existencia cargada de sosegada esperanza y que el profesor, íntimamente vinculado a la comarca avilesina, presenta como un «libro de viajes».

Un viaje en la estela de los grandes humanistas, comparable con la Odisea, repleta de grandes aventuras y de personas entrañables, como el biólogo Sammy Basso, el paciente más longevo de progeria gracias a la investigación del equipo de López-Otín y que se ha convertido en un científico que investiga en Oviedo sobre los genes que marcan su vida, en un ejemplo admirable de «altruismo», en palabras de López-Otín; o Marcos, el niño de siete años al que trataron a su madre de una grave enfermedad, y que le dedicó al investigador su libro con una frase que marca nada más escucharla: «Gracias por intentarlo».

Por eso, ayer Otín hizo una llamada humanista a los sentimientos, a la plenitud de la vida. «Hay esperanza sí, viene de la capacidad de resiliencia», asegura López Otín.

Sus palabras, subrayadas con la cadencia de Arvo Pärt y su 'Spiegel im Spiegel', la despedida musical de su Estonia natal y que el profesor López-Otín convirtió ayer en el himno de una clase magistral de bioquímica, ética, política y humanidad.

Y todo desde una sencillez al alcance de muy pocos; de aquellos que saben lo que es despertarse un día y sentir que no encuentran su 'ikigai', el concepto del sentido de la vida japonés, «no es un gran propósito, es la razón por la que nos levantamos todos los días, mi alma entró en un eclipse y un sufrimiento que aún llevo conmigo, porque las heridas no se cicatrizan en dos minutos».

Carlos López-Otín presentó ante los asistentes los cinco instrumentos, las cinco herramientas que le ayudaron a salir del «fondo del cañón de Avilés al que me había llevado desde Salinas la gran ola de Hokusai» reconstruyendo su ikigai.

La primera es «aceptar la imperfección», aunque, bromeó, es una idea que no gusta en la comunidad científica donde se mantienen ideas como la posibilidad de erradicar las enfermedades o avanzar hacia la inmortalidad.

La segunda herramienta es la posibilidad de la reparación, no sólo del cuerpo, también del alma. El tercer instrumento para la construcción del ikigai es la observación de todo lo que nos rodea. El cuarto recurso que citó es la necesidad de mirar, del diálogo con uno y también con los demás. Y, por último, la introspección, la capacidad de reflexionar sobre la vida. «Siempre digo a mis alumnos que pensar diez minutos al día no es venenoso ni tóxico», aseveró.

Y a todo esto llegó de una manera pausada y natural, utilizando el método científico con el rigor que ha cultivado durante toda su carrera profesional y que sigue presente en su vida. No hablaba un iluminado, sino el bioquímico que aspira «a una vida sencilla y simple, sin sentido de trascendencia». Otín partió de las cuatro letras que construyen de la vida (A, C, T, y G), la vocal y la consonante que representan el cuarteto de componentes químicos que hacen posible la existencia con sus combinaciones asombrosas. «En cada célula hay 3.000 millones de letras de estas letras», explicó para que el auditorio entendiese la magnitud de lo que hablaba.

Y es que «la vida se puede entender perfectamente hoy sin elementos sobre naturales» aseguró para recorrer la evolución y presentar ejemplos que ayudan a comprender los problemas actuales y muchas de las soluciones de las que se huye en la sociedad actual. Así, recordó cuando, hace millones de años, la única vida en la tierra eran las bacterias con la única preocupación de reproducirse de manera infinita. «Había tantas bacterias que generaron un veneno: el oxígeno. Sólo unas pocas bacterias, muy modestas, lograron convertir el oxígeno en una fuente de energía y unieron sus fuerzas. Así surgieron los organismos pluricelulares. Una solución que nos lleva al mundo actual, donde la cooperación es una solución», aseguró.

Pero la evolución de las bacterias también provocó una reflexión sobre la muerte, puesto que «la vida surgió cuando apareció la muerte»; en su respuesta, algunas bacterias asumieron que debían desaparecer cumplido su ciclo, evidenciando que «la clave de todo es el altruismo». Por todo ello, Otín afirmó que «no tengo miedo a la muerte, siempre que no sea a destiempo».

La biología siguió su curso si bien la humanidad logró el máximo éxito posible al controlar su evolución, la de otras especies y también del planeta. «Dejamos atrás la evolución biológica por mutaciones culturales. La vida fluye horizontalmente y así progresamos. Igual por eso perdemos el norte», afirmó.

Con su sencillez inherente, Carlos López-Otín demandó la «necesidad de pensadores, que no aparecen cuando se les llama, pero sí la tecnología». Lanzó dardos contra el poder de las redes sociales y cómo se apoderan de la libertad de las personas, reclamó políticas que facilitasen el acceso de medicamentos a la población que los necesita, fustigó la ignorancia que presentó como la madre de muchos de los problemas actuales y reivindicó la sencillez de la conservación y la tranquilidad, la familia en lo que presentó, ya se ha escrito, como un viaje, un apasionante viaje cuyo destino es el ser humano, la vida y la felicidad.

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